05 Nov. 2011

La diplomacia no es solo comercio

Oscar A. Bottinelli

El Observador

La crisis desatada en las relaciones con Francia es la más graves en la bicentenaria relación entre ambos países o la segunda más grave [...] Uruguay ya no tiene las relaciones estrechas que supo tener con países poderosos. [...] Un país es fuerte en el plano de las relaciones internacionales -como lo ha sido Uruguay en proporción a su tamaño- cuando tiene objetivos claros, estrategias claras y desarrolla políticas de largo aliento. En particular, cuando teje apoyos y equilibrios en forma ininterrumpida por mucho tiempo, por muchísimo tiempo. [...] La actual administración va cada vez más hacia la política de gobierno y se aleja de la política de Estado [...] un país pequeño, despoblado y lejano, que a nadie interesa venderle por su dimensión pero que lo que vende molesta a muchos, solo se fortalece con políticas de continuidad y consenso, y con una política exterior en que se privilegie la dimensión política.

La crisis desatada en las relaciones con Francia es la más graves en la bicentenaria relación entre ambos países (si en la Guerra Grande se toma como actor al Gobierno de la Defensa) o la segunda más grave (con la visión del Gobierno del Cerrito). El exabrupto de Sarkozy merecería diversos análisis. Por un lado, el estado de un hombre que revela no estar en condiciones de ejercer el cargo con la mesura que requiere ser jefe de Estado de Francia: su nerviosismo por el desafecto de la mayoría de los franceses, las mayores probabilidades de perder el poder, el país en medio del tembladeral del euro.

Francia tuvo muchas crisis y derrotas en los dos últimos siglos, pero el problema mayor es que por primera vez en la V República tiene un presidente que no está a la altura de sus predecesores. Sarkozy no es de Gaulle ni Pompidou, ni Giscard d’Estaing, ni Mitterrand, ni Chirac. Por otro, sus declaraciones que constituyen un claro favor a Argentina y Brasil, en olvido que Argentina es el malo en el Club de París; el presidente francés revela que el no pago de la deuda externa ya no es condenable en el plano internacional, quizás a la espera de una sucesión de defaults europeos.

La OCDE, el club del primer mundo, luchó primero contra los paraísos fiscales entendidos como los países con baja o nula tributación. Ahora el problema es otro, el que no tenga protección la privacidad económica y financiera de los particulares. Para ser más exactos, que no la tenga en países que no pertenecen a la OCDE. Esto último se desató con furia tras la crisis de setiembre de 2008 y reveló formidables carencias de Uruguay: carece de política en relación a la OCDE desde largo tiempo, tiene una política ambivalente con Argentina, revela objetivos contradictorios en cuanto al mantenimiento o no de un sistema financiero y de captación de capitales hacia extranjeros que no confían en sus propios países; pero lo más relevante, ha practicado en los últimos tiempos una política de creciente alejamiento de Europa y de América del Norte, alejamiento de los poderosos políticos.

La diplomacia tiene muchas formas. A cuenta de mayor cantidad se puede sintetizar en cuatro grandes categorías: la que privilegia la relación política (con múltiples vías y variantes) y como derivado de ella asimismo las relaciones sociales y culturales (en el sentido antropológico de ambos términos); la que considera que las relaciones internacionales son esencialmente comerciales (o económicas); la que privilegia las relaciones ideológicas; y finalmente –es más una praxis que una teoría- la que las reduce a un plano más bien administrativo.

Hoy se vive una política exterior que privilegia las relaciones geopolítico-ideológicas en la región y la relación comercial con el resto del mundo. Pero que además valora con mucha fuerza el poder de las llamadas potencias emergentes (Brasil, Rusia, India, China, Viet Nam) y considera que el viejo primer mundo (América del Norte, Europa) ha iniciado un declive final.

Uruguay ya no tiene las relaciones estrechas que supo tener con países poderosos: Sanguinetti con Mitterrand, Felipe González, Aznar; Lacalle con Aznar; Batlle con Bush; Vázquez con Bush. Tampoco se ha cultivado la relación con México que pasara a un primer nivel con Batlle y se mantuviera con Vázquez. Tampoco las relaciones con la Francia de Chirac, especialmente en los gobiernos de Sanguinetti bis y en la primera mitad de la administración Vázquez. Se ha dejado debilitar a lo largo de muchos gobiernos las relaciones con Italia, país con el que se comparten fuertes lazos de sangre.

Un país es fuerte en el plano de las relaciones internacionales -como lo ha sido Uruguay en proporción a su tamaño- cuando tiene objetivos claros, estrategias claras y desarrolla políticas de largo aliento. En particular, cuando teje apoyos y equilibrios en forma ininterrumpida por mucho tiempo, por muchísimo tiempo. Es necesario tener en claro que los embates de la OCDE son la consecuencia de los embates del G20; y los embates del G20 tienen como motor a los hermanos de sangre que rodean la frontera oriental, y que un par de siglos atrás dominaron sucesivamente este territorio e intervinieron en él hasta hace siglo y medio. Son los ecos de la “provincia que perdimos” y de la nostalgia del Brasil bañado por el Río de la Plata. Son también la consecuencia del fracaso del Mercosur y consecuentemente de las relaciones enrarecidas entre los países del Mercosur.

Los países pueden optar por políticas de Estado o por políticas de gobierno. La actual administración va cada vez más hacia la política de gobierno y se aleja de la política de Estado, que además no funcionó siempre y en forma ininterrumpida como a veces se presenta. No es por casualidad que el Frente Amplio y el nuevo gobierno buscaron acuerdos con los tres partidos de oposición en cuatro áreas, pero dejaron fuera la búsqueda de entendimientos en política internacional. Políticas de Estado puede significar políticas de continuidad (sostenidas en el tiempo) o políticas de consenso (de acuerdo sustantivo de todos los grandes actores políticos y en esencia compartidos por la gran mayoría de la sociedad). En el sentido de políticas de continuidad se pueden sostener por largo tiempo sin necesidad de acuerdos, si la misma fuerza política gobierna por largo tiempo y además hay un continuo entre cada uno de sus periodos de gobierno (lo que no es frecuente). Pero aún así esa continuidad no tiene la fuerza de cuando está asentada en el consenso político y societal. Cabe reflexionar, en un tema en los que casi no hay elección, que un país pequeño, despoblado y lejano, que a nadie interesa venderle por su dimensión pero que lo que vende molesta a muchos, solo se fortalece con políticas de continuidad y consenso, y con una política exterior en que se privilegie la dimensión política.