El Observador
El descubrimiento del balazo a Julio Castro provoca un cambio cualitativo fundamental en la interpretación de la represión militar en el Uruguay. [...]Si la historia de la represión en Uruguay –especialmente en cuanto al límite de la vida- dista mucho de asemejarse en volumen y ferocidad a la de Argentina y a la de Chile, surge que es mucho mayor que la supuesta inicialmente y la sostenida anteriormente como visiones oficiales.[...]Hay algo que al país le queda por discutir: la memoria histórica.[...]Se mató a alguien por ser democráticamente opositor y por enviar información al mundo de lo que sucedía en el país.
Nota personal: Fui redactor del semanario Marcha desde fines de 1971 hasta su clausura definitiva en octubre de 1974, cuando el subdirector era Julio Castro. En ese periodo y hasta mi exilio un año y algo después, tuve un trato intenso con él, quien obtuvo para mí la protección del gobierno venezolano de Carlos Andrés Pérez. Creo que la misión del analista es estudiar procesos, causas y consecuencias sin que se cuelen afectos ni rencores, y sin confundir análisis con alegatos. El analista tiene la obligación de incurrir en la esquizofrenia de separar su cerebro analítico de sus emociones. Por si uno no lo logra, queda hecho el aviso a los navegantes.
El descubrimiento del balazo a Julio Castro provoca un cambio cualitativo fundamental en la interpretación de la represión militar en el Uruguay. La visión dominante hasta ahora era otra. Que hubo una práctica generalizada de tortura, como consecuencia de la cual algunos detenidos habían muerto porque su estado de salud les impidió soportarla o por excesos en su aplicación. En un caso la muerte habría sido deliberada (Elena Quinteros) más por un acto individual de un oficial –acción luego protegida- que por una decisión previa. Que habría habido decisión de muerte deliberada en los cinco que fueron acribillados y tirados en la carretera en las proximidades de Soca, los cuales no llegaron a estar desaparecidos. La tesis era que a diferencia de Argentina había un límite autoimpuesto en la represión: la preservación de la vida. Ahora hay una muerte aplicada fríamente, contra una persona mayor, atada de pies y manos, con un balazo a la cabeza, de frente. Hay ADN, huesos y agujero de bala.
Esta visión del límite a la vida ya había quedado erosionada -aunque sin pruebas fehacientes- con el informe de la Fuerza Aérea (agosto 2005) que confirmó la existencia de un segundo vuelo desde Argentina, con cerca de una treintena de detenidos (casi todos pertenecientes a los Grupos de Acción Unificadora, GAU). Ninguno apareció. Fue el primer resquicio que permitía suponer la existencia de muertes deliberadas practicadas dentro del país (o de muertes deliberadas en mayor cantidad) y que el número de detenidos desaparecidos que perdieron la vida en el país pasaban de la treintena al doble de esa cifra. Quedaba sí en pie la idea que los límites dentro del país habían sido más fuertes que los aplicados por los represores uruguayos contra uruguayos en Argentina, en colaboración con la represión argentina (como las muertes deliberadas de Michelini, Gutiérrez Ruiz, Barredo y Whitelaw o las desaparición y muerte de buena parte de la cúpula del Partido por la Victoria del Pueblo). Antes del informe sobre el segundo vuelo y del balazo a Julio Castro, caía también otra visión: Que en Uruguay no existió secuestro de bebés. Hasta que en el eje de 1999 a 2000 aparece Macarena Gelman, que recién nacida fuera secuestrada del Hospital Militar.
Si la historia de la represión en Uruguay –especialmente en cuanto al límite de la vida- dista mucho de asemejarse en volumen y ferocidad a la de Argentina y a la de Chile, surge que es mucho mayor que la supuesta inicialmente y la sostenida anteriormente como visiones oficiales. También surge que si bien los códigos aplicados por la represión uruguaya en territorio argentino fueron más duros que los aplicados en territorio uruguayo, aquí también traspasaron más límites de los reconocidos.
No puede juzgarse ni interpretarse la historia con los códigos del presente. A cada momento hay que aplicar los códigos y contextos del momento. El Uruguay de hoy, su elenco político, sus militares, su sociedad, son diferentes al Uruguay de hace un cuarto de siglo. Con esa salvedad, también se viene demostrando en la última década –y en particular en el último lustro- que sin transgredir los límites impuestos por la Ley de Caducidad, se podía avanzar y mucho en la investigación de cosas pendientes. Se pudo avanzar en la ubicación de niños secuestrados y ya es el cuarto caso en que se encuentran e identifican detenidos desaparecidos, que ahora fehacientemente son detenidos muertos con muerte ocultada. En los demás casos, hay una convicción generalizada que también son detenidos muertos con muerte ocultada, pero se carece de la prueba terminante. No hay que olvidar que la propia Ley de Caducidad obligaba a investigar la suerte de los detenidos desaparecidos y de los niños secuestrados
Hay algo que al país le queda por discutir: la memoria histórica. Algo se ha avanzado. Pero se ha discutido más el sí y el no al juzgamiento de los culpables de las violaciones –que obviamente implica esclarecimiento de los hechos- que discutir cuánto más cabe avanzar en la reconstrucción de la memoria histórica, de todo lo ocurrido, en la dictadura y en el camino hacia la dictadura, y en el proceso de erosión de la democracia. Por el Estado, por los que enfrentaron al Estado y por los que no estuvieron ni dentro del Estado ni enfrente al Estado.
El caso de Julio Castro provoca mucho en este terreno. En primer lugar, en lo estrictamente fáctico, porque obliga a determinar si hubo en algún lugar una orden formal que dispusiese su muerte. Pero además provoca en cuanto que Julio Castro no cae ni remotamente en la teoría de los dos demonios, porque ni integró, ni colaboró ni fue simpatizante de guerrilla alguna. Tampoco tuvo nada que ver con grupos políticos que actuaron dentro de los cánones constitucionales, pero satanizados por su ideología marxista, como comunistas y socialistas. Fue un gran impulsor de la fundación del Frente Amplio y dentro suyo de la creación de la Organización Nacional de Ciudadanos Independientes (más conocido como Frente Amplio Independiente) cuya lista capitalina a Diputados encabezó. Fue un gran amigo del general Liber Seregni. Fue un gran amigo de la cúpula gobernante de la socialdemocracia venezolana, muy lejana de simpatías guerrilleras. Se mató a alguien por ser democráticamente opositor y por enviar información al mundo de lo que sucedía en el país.