El Observador
El país y el gobierno enfrentan una muy delicada negociación con Argentina por el tema de la entrega de información de Uruguay al país vecino sobre las inversiones de argentinos en Uruguay [...] Lo primero que hay que tener claro que es el tipo de negociación extraordinariamente malo para una de las partes, la de este lado del Río [...] Lo segundo es que se llega a esta negociación por una continuada desprolijidad de los elencos dirigentes del país [...] Por último, hay un punto nada desdeñable en esta negociación. Los únicos posibles perjudicados en un entendimiento con Argentina pueden serlo el país en su conjunto, su economía, y los inversores argentinos. Es necesario que el gobierno tome conciencia de que negocia en un mar de desconfianza de los posibles perjudicados directos.
El país y el gobierno enfrentan una muy delicada negociación con Argentina por el tema de la entrega de información de Uruguay al país vecino sobre las inversiones de argentinos en Uruguay; porque así –despojado de todo eufemismo- es el tema. No hay intercambio, porque a Uruguay no le interesa prácticamente nada que se le dé información sobre inversiones en Argentina de residentes en Uruguay, y Argentina ha movido cielo y tierra, por las buenas y por las malas, para conocer lo que sus ciudadanos y residentes invierten de este lado del Plata.
Lo primero que hay que tener claro que es el tipo de negociación extraordinariamente malo para una de las partes, la de este lado del Río: Uruguay solo tiene la posibilidad de empatar (si no hay acuerdo) o perder (cualquiera fuese el acuerdo); Argentina solo tiene la posibilidad de empatar (si no hay acuerdo) o de ganar siempre, mucho o poco, según resultase del entendimiento. Cuando uno juega solo para conservar el status quo, y de allí en adelante todo lo que tiene es pérdida, es el peor escenario para negociar.
Lo segundo es que se llega a esta negociación por una continuada desprolijidad de los elencos dirigentes del país: de este gobierno, del anterior, del presidente, de los equipos económicos, pero también de las elites privadas. Muchos estudios de porte internacional se saltearon la amenaza de la OCDE y algunos llegaron al extremo de descalificar a Mujica -que fue el primero en alertar del tema, cuando era apenas un pre candidato presidencial, en febrero de 2009- considerando que sus dudas sobre la continuidad del rígido secreto bancario eran resabios de una izquierda maximalista. No solo hubo un gran despiste nacional, no solo se llegó tarde en algunos plazos y presentaciones, sino que no hubo una estrategia correcta, si es que lo que se quería era poner al país en los mayores niveles de fuerza para negociar con Argentina o para lograr que la OCDE permitiese que no se negociase con Argentina (que era posible si se hacían las cosas bien con todo el resto del mundo desarrollado y también con Brasil).
Un aspecto central es que este gobierno, el actual, rompió amarras con Europa, se olvidó de México y apostó todos los boletos a las relaciones íntimas entre compañeros con los gobiernos de Argentina y Brasil. Le costó mucho advertir que Argentina y que Brasil, con absoluta lógica cada uno de ellos, ponían por delante el interés nacional antes que la afinidad ideológica o que el progresismo. Es cierto que Europa está demasiado preocupada mirándose a sí misma. Pero Uruguay tuvo un alejamiento con España –no percibido adecuadamente por el anterior gobierno pero mucho menos por éste- durante la administración Rodríguez Zapatero; y no se tuvo la previsión de dar los pasos suficientes para construir una sólida relación con el gobierno que inevitablemente iba a acceder, más tarde o más temprano, el de Mariano Rajoy (probablemente pesó mucho la distancia ideológica). Con Francia –país del que Uruguay es culturalmente tributario y al que Francia debe grandes favores en épocas cruciales de ese país- las relaciones estaban en el olvido, aún antes del exabrupto de Sarkozy. Con Alemania tampoco había intensidad en las relaciones, hasta que se relanzaron hace pocos meses. Con Italia –país hermanado por sangre de casi la mitad de la población uruguaya y con el que en las últimas décadas hubo relaciones muy estrechas- también un gran olvido a partir de la asunción de este gobierno. Con México, que a partir de jugadas fuertes de Jorge Batlle y de Tabaré Vázquez pasó a ser un socio, amigo y compañero estratégico, sobrevino el olvido (recíproco, es necesario aclarar) hasta el reciente relanzamiento.
Un caso aparte es el Reino Unido. Las relaciones internacionales pueden manejarse por ideologías (a lo Fernando de Habsburgo) o en función del más crudo realismo e interés nacional (a lo Richelieu). Uruguay en el tema Malvinas jugó a lo Fernando de Habsburgo: sin contrapartida alguna de Argentina, solo por principios, se plegó a la tesis argentina y adoptó una decisión que lo perjudica económicamente (es el único país del Cono Sur perjudicado por el bloqueo a los barcos con banderas de Malvinas). Pero además es discutible lo ideológico, porque España –cuyo papel en Gibraltar equivale al de Argentina en las Malvinas- va por el camino opuesto: la búsqueda del mayor acercamiento y la mayor apertura al Peñón, para que al final solo quede por negociar la soberanía. Tampoco España desató una guerra por recuperar Gibraltar ni se rindió incondicionalmente, como sí hizo Argentina, que es un antecedente nada desdeñable en el conflicto. Lo cierto es que el gobierno uruguayo fue por el camino de lo ideológico y de validar la estrategia argentina (que cabe repetir no es de principio) y no solo hizo un daño económico al país sino que perdió la posibilidad de captar un aliado en su lucha con la OCDE y las entregas de información.
Por último, hay un punto nada desdeñable en esta negociación. Los únicos posibles perjudicados en un entendimiento con Argentina pueden serlo el país en su conjunto, su economía, y los inversores argentinos. Es necesario que el gobierno tome conciencia de que negocia en un mar de desconfianza de los posibles perjudicados directos. Con razón o sin ella, los inversores argentinos en Uruguay mayoritariamente tienen la creencia de que el presidente y el canciller están siempre predispuestos a darle el Sí a al kirchnerismo, que se les hace muy cuesta arriba pararse firmes. Desde el propio oficialismo un alto dirigente del Frente Liber Seregni (del astorismo) advirtió que Mujica confunde las relaciones con Argentina con las relaciones con el kirchnerismo. Este clima de nerviosismo y desconfianza, que empieza a impactar la llegada de nuevas inversiones y nuevos capitales argentinos, requiere de gestos claros del presidente y la cancillería.