El Observador
Este viernes la Unión Interparlamentaria Mundial (UIP) designó como vicepresidente del organismo planetario a la diputada uruguaya Ivonne Passada [...] ¿para qué sirve? La respuesta es muy sencilla. Se vive en un mundo interrelacionado, donde las relaciones internacionales son crecientes en todos los órdenes [...] Entonces, si no se quieren cerrar puertas y ventanas, si se quiere un papel internacional importante, hay que volcarse al mundo.
Este viernes la Unión Interparlamentaria Mundial (UIP) designó como vicepresidente del organismo planetario a la diputada uruguaya Ivonne Passada –presidente de la Cámara de Representantes en 2010/2011- quien viene integrando el selecto grupo de 17 miembros del Comité Ejecutivo de la entidad desde el año pasado. Fue elegida por la unanimidad del Comité Ejecutivo de la UIP a propuesta de Alemania, Canadá, Suecia y Suiza, en nombre de los países de Europa y afines, y ratificada por la Asamblea de la organización.
Tiempo atrás, la senadora Mónica Xavier fue presidente del Comité de Coordinación de las Mujeres Parlamentarias, algo así como presidente de las mujeres parlamentarias del mundo (2006/2008). Además de los respectivos éxitos personales en dos destacadas carreras políticas (no es menor que Xavier es la presidente del Frente Amplio y Passada una de sus tres vicepresidentes), marca una creciente acumulación de sucesos por parte de la diplomacia parlamentaria uruguaya, oscura, desconocida y a priori denostada1.
La pregunta que se oye, no solo de gente de pueblo, sino también de periodistas y de algunos parlamentarios, es ¿para qué sirve? La respuesta es muy sencilla. Se vive en un mundo interrelacionado, donde las relaciones internacionales son crecientes en todos los órdenes: político, gubernativo, académico, sindical, social, comercial, financiero, profesional, deportivo, artístico, cultural. No hay actividad humana en relación a la cual no haya algo que interrelacione los países. Los países, las sociedades, no solo los gobiernos y los estados, tienen ante sí tres caminos y solo tres: aceptar el mundo tal cual es y desarrollar fuertes relaciones internacionales; no desarrollarlas y dejar que un país más poderoso las haga por uno (y uno pasa a ser un seguidor de ese poderoso y un tomador de decisiones); o no desarrollarlas, cerrar puertas y ventanas, y hacer de cuentas que el mundo no existe más allá de fronteras, algo así como el viejo modelo albanés o el todavía existente modelo norcoreano.
Hay que tomar conciencia de que se es un país pequeño, remoto, con ventana abierta al Polo Sur, y como dijo una vez Jaime Ross “lejos de cualquier avenida”. Además, pese a que hiera el ego nacional, desconocido. Este paisito –como gustaba decirse con cariño hace un cuarto de siglo- habitualmente ha tenido un peso internacional sustancialmente mayor a su tamaño, medido en la dimensión que se quiera: poblacional, territorial, económica. Algo así como que ha tenido éxitos futbolísticos desproporcionados a su tamaño (días pasados el maestro Tabárez decía: Uruguay tiene 3 millones de habitantes, Alemania tiene 10 millones de futbolistas). Por añadidura, la economía depende y mucho del exterior, lo que a esta altura es sabido por el más despistado.
Entonces, si no se quieren cerrar puertas y ventanas, si se quiere un papel internacional importante, hay que volcarse al mundo. La diplomacia parlamentaria no es sustitutiva sino complementaria de otras formas de relacionamiento, pero en especial de la diplomacia gubernativa. Porque permite trazar líneas horizontales de izquierda a izquierda, centro a centro, derecha a derecha. A esa virtud cabe agregar otra. En líneas generales las delegaciones uruguayas actúan de manera compacta, con sentido de país, donde las divisiones partidarias y sectoriales no solo no resquebrajan el accionar sino que al contrario, lo potencian. Por tres razones: Uno, porque permite coordinar las acciones, establecer una estrategia e incidir donde fuere necesario, a derecha, a izquierda o al centro. Dos, porque en general sorprende a otros países ese nivel de coordinación y espíritu grupal de oficialistas y opositores, derechistas e izquierdistas, nuevos y viejos. Y tres, porque además se combina con un nivel político promedialmente elevado. Hay dos ganancias adicionales: para muchos legisladores es la oportunidad de abrir la cabeza, de ver mundo, de ver otras realidades; y además las delegaciones generan fuertes relaciones personales entre individuos de posturas políticas opuestas, lo que contribuye a mejorar el relacionamiento político en el accionar cotidiano del parlamento.
Hay problemas y muchos. El primero es que nadie recibe aprobación de su electorado por los triunfos de la diplomacia parlamentaria; a la inversa, un parlamentario es normalmente reelegido pese a su accionar internacional, que juega como lastre. Dedicarse a la diplomacia parlamentaria es un hobby de tiempos libres desde el punto de vista del interés personal. Un segundo problema es que la diplomacia es exitosa si los elencos son estables. En eso Uruguay ha avanzado mucho, pero cada tanto aparece el cuestionamiento a “que siempre viajan los mismos”, como si estos viajes fuesen lo que cree la gente: premios de vacaciones. Con elencos rotativos no se consigue nada y esto no es fácil de hacerlo entender por todo el mundo en el pequeño mundo del Palacio Legislativo. Una tercera dificultad aparece en eso de mezclar elencos estables con visitantes ocasionales; cada tanto algún visitante ocasional, falto de preparación internacional y de conocimiento de las reglas con las que funciona el mundo, para decirlo pronto y bien, mete la pata.
La diplomacia parlamentaria necesita de mayor organización, porque hay participaciones permanentes en organismos como la UIP, el Parlamento Latinoamericano o la asociación de secretarios de los parlamentos. Pero hay cosas menos estables, como la experiencia de los grupos de amistad binacionales, de desigual funcionamiento y calidad, o las invitaciones personales que los países realizan a legisladores en busca de apoyo a sus respectivas causas. Y no siempre los invitados tienen cabal idea del papel a cumplir.
Pero lo que más falta es una comprensión de la diplomacia parlamentaria por parte del propio sistema político, de los gobiernos, del sistema comunicacional del país y de la sociedad.
1 Ver Una comarca pequeña, lejana y aldeana, El Observador junio 13 de 2010