El Observador
El rol del presidente de la Cámara de Representantes no ha sido debidamente analizado [...] lo importante del presidente de la Cámara de Diputados no es lo que le da circunstancialmente la investidura, sino lo que da la persona: cómo actúa, cómo se comporta, cómo representa al cuerpo y al país.
El rol del presidente de la Cámara de Representantes no ha sido debidamente analizado, y este análisis se hace imprescindible a la luz de los hechos protagonizados por su actual titular que han desencadenado la tensión internacional más fuerte para Uruguay durante este gobierno, y que además parece que afectan su autoridad en la propia institución. El problema internacional surge o se potencia por la diferencia de jerarquía institucional y política dominante en el mundo con la existente en el régimen uruguayo.
En primer término, desde el punto de vista institucional, en la veintena de repúblicas con democracias de partido plenas, el titular de la cámara baja es casi siempre la segunda figura en el orden de sucesión del jefe de Estado, mientras que en Uruguay no lo sucede jamás. Y en la treintena de democracias de partido plenas (incluidas las monarquías) es casi siempre la tercera figura del Estado. Además, con muy pocas excepciones (caso Estados Unidos de América), la llamada cámara baja o es la única (Dinamarca, Israel, Noruega, Suecia), o es casi única desde el punto de vista político y legislativo (Francia, Alemania) o es la predominante desde el punto de vista político, donde se sientan los líderes y estados mayores partidarios (España, Italia). Entonces, en todos esos países es la cabeza del Parlamento desde el punto de vista político, y por eso se le llama el presidente del Parlamento. En Uruguay, la cabeza del Parlamento, el presidente del Parlamento, lo es el presidente de la cámara alta, de la Cámara de Senadores, que a su vez es el presidente de la Asamblea General (que es la reunión de ambas cámaras) y al igual que en Estados Unidos es la segunda jerarquía del Estado y se ubica en el primer lugar en el orden de sucesión presidencial (cabe aclarar que en Estados Unidos el presidente de la rama baja, el speaker de la House of Representatives, es el segundo en el orden de sucesión presidencial).
En segundo lugar, derivado de lo anterior, lo protocolar (la orden de precedencias en el protocolo oficial del Estado). Lo dominante en el mundo es que el presidente de la rama baja se ubique tercero. En Uruguay ocupa el lugar 21, después de los presidente de la República, de la Asamblea General) y de la Suprema Corte de Justicia, de los 4 ex presidentes de la República, de los 13 ministros secretarios de Estado, del secretario de la Presidencia de la República y del director de Planeamiento y Presupuesto. Este es el lugar del presidente de la cámara y tan solo durante los 12 meses en que ocupa el cargo; luego pasa al lugar que corresponde a los demás diputados, exactamente igual a los demás.
Desde el punto de vista político muchos presidentes de Diputados, al cesar, adquieren ante sus pares y ante la opinión pública un lugar más destacado que el resto de sus colegas. O lo adquieren durante su mandato. Pero eso en general es la conjunción del cargo con otros elementos de destaque por su labor parlamentaria, su calidad intelectual o profesional, su habilidad política, su peso partidaria o su caudal electoral. Unos cuantos diputados que ocuparon la Presidencia de la Cámara han logrado un lugar especial, o un recuerdo especial, producto de su actuación en el cargo o de su destaque personal.
Un tercer tema, quizás el más significativo, el que termina dándole al cargo el rango político y el institucional, es su rotación anual. Rotan cinco presidentes en cinco años, no repiten tampoco en las legislaturas subsiguientes. El único diputado que repitió en la Presidencia de la Cámara en los últimos 70 años fue Luis Batlle Berres (tres años consecutivos: 1944-45, 45-46 y 46-47). Fue excepcional en todo sentido, ya que al dejar la titularidad de la Cámara pasó a ocupar la de la Asamblea General (y del Senado) y a los siete meses, la presidencia de la República. Allí se dio la conjunción de llevar a la titularidad de la rama baja a una de las figuras de más peso en el país y en el partido de gobierno, y además darle continuidad por casi toda la Legislatura.
Por otro lado, la rotación de la Presidencia ha traído como efecto que el cargo fuese ocupado por representantes de los tres principales partidos políticos, y dentro de los partidos también alternasen las corrientes. Lo que se complementa con las 20 vicepresidencias que se designan en cada Legislatura (4 vicepresidentes anuales durante 5 años), con lo que se acentúa el fenómeno de una mayor representación de partidos y de sectores. Ello permite al país dar hacia afuera y hacia adentro el mensaje de una cierta consocionalidad política, de una amplia tolerancia, de una convivencia del mayor nivel entre los actores políticos. El precio es la disminución de la jerarquía del cargo.
Por separado de todo lo anterior viene el tema de cómo debe actuar el presidente. Porque un rol es del representante de toda la Cámara y, en tanto tal, la obligación de asumir la calidad de superpartes, del hombre que está por encima de las partes y que representa a todos. En esa calidad, debe tener limitadas sus opiniones y actos personales, y actuar y hablar en consulta y consonancia con el gran consenso parlamentario. El otro rol es el de un diputado que conduce la cámara sin dejar su rol partidario, sectorial y personal. Si ésta es la opción, que es tan válida como la otra, requeriría un aviso a los navegantes, especialmente hacia el exterior: quien actúa o habla es uno de los 99 diputados del país, que circunstancialmente y por un año preside los debates de la cámara, y que actúa o habla por sí solo.
Entonces, lo importante del presidente de la Cámara de Diputados no es lo que le da circunstancialmente la investidura, sino lo que da la persona: cómo actúa, cómo se comporta, cómo representa al cuerpo y al país.