El Observador
Se ha publicado que el presidente Mujica ha dicho algo como a mí me eligió la gente y yo soy el que decido. [...] En realidad detrás de esta discusión se esconden muchos elementos. [...] en el plano institucional global y más allá del Frente Amplio, a partir de la reforma de 1996 en la sociedad uruguaya ha ido penetrando una lógica presidencialista o hiperpresidencialista y en cierta medida ha penetrado en los actores políticos.
Se ha publicado que el presidente Mujica ha dicho algo como a mí me eligió la gente y yo soy el que decido. Si no lo dijo así no importa, porque lo dicen sus allegados más influyentes. Ocurre que la gente -el electorado- a nivel nacional eligió a un presidente de la República en fórmula indisoluble con un vicepresidente, a 30 senadores y a 99 diputados; y no los eligió a título personal sino a través de cuatro partidos. Un concepto similar apareció hace once años en relación a Jorge Batlle, pero no dicho por él, sino por los desilusionados que dejaban el gobierno: se eligió a Jorge Batlle y no lo dejan gobernar. Más allá de los protagonistas -porque lo curioso es que Mujica es uno de los presidentes que más duda en imponer su autoridad y si la frase existió revela uno de los escasos momentos en que pretende tener autoridad- hay una simplificación de parte de mucha gente -de gente común, de periodistas, de analistas, de actores políticos- que tienden a ver el sistema altamente unipersonalizado, casi como una monarquía absoluta electiva: el pueblo elige a una sola persona y es ella la que concentra por un tiempo determinado la totalidad del poder.
En realidad detrás de esta discusión se esconden muchos elementos. Uno, en los últimos tiempos, sobretodo en la última década larga, se ha perdido a cabalidad la idea de cuál es la lógica del sistema de gobierno que emerge del diseño constitucional y de su respectiva práctica; no es ajeno a ello la imagen de hiperpresidencialización generada por la reforma de 1996. Dos, hay una pérdida de idea de lo que son los institutos parlamentarizadores arraigados en nuestro sistema político desde largo tiempo. Tres, tampoco hay una cabal idea de los límites que tiene un presidencialismo en una real poliarquía con sistema de equilibrio de poderes como es el caso de Estados Unidos y tiende a verse el presidencialismo en su funcionamiento en países de baja poliarquía y baja separación de poderes como Argentina. Cuatro, se ha perdido cabal conocimiento de los juegos parlamentarios, que tienen su epicentro en Europa, precisamente porque cada vez hay mayor lejanía de Europa. Quinto, es más difícil aún entender las sutilezas de un sistema híbrido como el uruguayo, como siempre muy original, con fuertes elementos de presidencialismo y otros tantos y tan fuertes elementos de parlamentarismo, ni siquiera similar a los semiparlamentarismos europeos como el francés o el portugués.
A estas dificultades hay que agregarle cuatro nuevas que surgen a partir de la llegada al gobierno del Frente Amplio. El primero es la dificultad ha adquirido el Frente Amplio en los últimos 15 años para combinar autoridad central o liderazgo con negociación. Con Seregni ello existió pero fue muy difícil, porque a diferencia de los partidos tradicionales donde siempre el liderazgo es sectorial, en el FA hay un liderazgo o primacía común en convivencia con liderazgos sectoriales. Desde la salida de Seregni, la propia impronta de Vázquez llevó al juego dicotómico: o hay conducción lideral o hay negociación entre sectores. Pero ya con Vázquez y luego con Arana en el gobierno de Montevideo, y luego con Vázquez en la Presidencia, el FA trazó una concepción mayestática del gobernante ejecutivo, más parecido al rol del presidente de la República en la Constitución de 1830. El hecho de hacer desaparecer del mapa la expresión Poder Ejecutivo (que emerge de la Constitución) y crear la expresión previamente inexistente de Presidencia de la República, habla bien a las claras de la visión institucional subyacente. Una segunda nueva dificultad es que el Frente Amplio no ha logrado resolver -problema de difícil resolución en todo partido de gobierno en el mundo- los roles, potestades y límites del gobierno (en cuanto rama ejecutiva), de los parlamentarios y de la fuerza política. Y dentro del gobierno no ha logrado resolver la contradicción entre por un lado ministros que responden a un segmento parlamentario y la visión de que ellos son secretarios del presidente, bajo su total y exclusiva dependencia. Un tercer problema -también de los últimos 15 años, inexistente antes- es la dificultad de comprender en profundidad la lógica institucional, como lo demuestran las reacciones ante la Suprema Corte de Justicia; en otro plano, es parte de esa incomprensión de la lógica institucional comparar las discrepancias de Astori con el presidente con el llamado “caso Cobos” de Argentina, que corresponde a lógicas institucional y política completamente diferentes. Y un cuarto problema es la seria dificultad que el Frente Amplio tiene hoy para combinar armónicamente unidad con diversidad.
Por último, en el plano institucional global y más allá del Frente Amplio, a partir de la reforma de 1996 en la sociedad uruguaya ha ido penetrando una lógica presidencialista o hiperpresidencialista y en cierta medida ha penetrado en los actores políticos. Para la sociedad en gran medida es producto de la creciente personalización de la política, la desaparición o minimización de los grupos institucionales (socialistas y comunistas son casi la única excepción) y la elección vista como una carrera exclusivamente para la Presidencia de la República. En el estudio de los sistemas políticos se sostiene que se tiende a sistemas más equilibrados cuando son bajas las expectativas de alcanzar el gobierno de parte de los actores políticos minoritarios y a la inversa, se toleran grandes desequilibrios de poder cuando los principales actores piensan que a la vuelta de la esquina ese poder desequilibrado va a estar en sus manos. Hoy los tres partidos creen tener más pronto o más tarde probabilidades de ganar la Presidencia de la República y todos los líderes sueñan con concentrar en sus manos ese poder inmenso. Por eso se tolera y se alimenta esa inmensidad.
Lo que pasa hoy al gobierno es por un lado una crisis puntual, por otro lado la emergencia de todos estos problemas.