El Observador
Hay un punto de partida en todo análisis prospectivo internacional y es que el mundo camina hacia los grandes bloques regionales. Y esa quizás es la única certeza, a partir de la cual no se sabe el cuándo, el cómo ni el por dónde. Toda región tiene dificultades para definirse a sí misma y en particular el describir qué es lo que comprende, qué es lo que no comprende y cuáles son los confines.
Hay un punto de partida en todo análisis prospectivo internacional y es que el mundo camina hacia los grandes bloques regionales. Y esa quizás es la única certeza, a partir de la cual no se sabe el cuándo, el cómo ni el por dónde. Toda región tiene dificultades para definirse a sí misma y en particular el describir qué es lo que comprende, qué es lo que no comprende y cuáles son los confines. En las lejanas épocas escolares del autor, el límite entre Europa y Asia quedaba trazado por los Urales, el Mar Negro y el estrecho de Bósforo. Todavía hoy se habla de la parte europea y de la parte asiática de Estambul. Más tarde alguien corrió la línea hacia el Mar Caspio y todo el Cáucaso Sur pasó a considerarse europeo. Más tarde la Conferencia de Helsinski y su producto la Organización de Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) incluyó fuera de toda duda dentro de Europa a la totalidad de Turquía y a toda la entonces Unión Soviética, de donde heredaron la europeidad países del Asia Central ex soviéticos. La concepción de los límites de Europa trazados por la OSCE coinciden con la FIFA: todos esos países disputan los campeonatos y las clasificaciones europeas. De donde, vaya alguien a explicarle a un niño que el Líbano (sobre el Mediterráneo) está en Asia, pero que en Europa está la ciudad de Vladivostok, sobre el Pacífico, considerado el extremo oriente de Rusia. Y que también está en Europa la República de Tayikistán, que limita con China y Afganistán.
Todo parece muy confuso desde este confín austral, quizás por lo lejano. Si es que no se mira al vecindario, donde cuando se habla de integración regional cuesta mucho saber qué es la región y cuál es la región. Por lo pronto hay un Mercosur que hoy más bien comprende la Sudamérica volcado hacia el atlántico (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela). Por otro lado una Alianza del Pacífico que comprende países con costa al Pacífico, como los sudamericanos Chile, Colombia y Perú, el norteamericano México y próximamente la centroamericana Costa Rica. No aparecen por esos dos escenarios ni Bolivia ni Ecuador, de sudamericanismo incuestionable. Pero aparecen luego (o más bien vienen apareciendo desde 1960). Todos ellos, salvo Costa Rica, con el agregado de Cuba y Panamá integran la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI).
La geografía se complica. Hasta no hace mucho Sudamérica (con d de dedo) era el conjunto de países íbero parlantes del continente sudamericano. Y ello desde canciones escolares hasta la Confederación Sudamericana de Fútbol. Todo bien hasta que entre 2005 y 2007 se caminó hacia la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), con dos cambios: la d de dedo fue sustituida por la r de rincón, y se incorporaron dos países histórica y culturalmente ajenos a la tradición sudamericana, iberoamericana y latinoamericana, como Guyana y Surinam, todavía hoy más que nada volcadas al Caribe. Pero ambos estados son parte de los intereses estratégicos tanto de Brasil como de Venezuela. Uno se imagina a un profesor sádico frente a un alumno rebelde, que le zampa en el examen la pregunta trampa: joven, defina la región, qué países la comprenden.
Cuando se reúne la UNASUR se oyen los discursos poéticos sobre la hermandad suRamericana (que en ese ámbito lleva r y no d), a diferencia del brusco fútbol donde se disputan las competencias suDamericanas (con la vieja d). Pero cuando el ámbito no es la Unasur sino el Mercosur no se sabe si la hermandad desaparece o si como hay tantos hermanos, unos son más hermanos entre sí que los otros, y los otros son vistos más como parientes lejanos que como verdaderos hermanos. Lo cierto es que atronan los calificativos contra la Alianza del Pacífico, a la cual se considera no como un proceso de integración, sino como un espacio de penetración de las multinacionales (y más específicamente de las multinacionales norteamericanas).
La delimitación entre el terreno de Dios y el terreno del Diablo en principio no genera demasiados problemas en muchos países, como los del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos) otro espacio regional compuesto por países con cikerta afinidad ideológica como Bolivia, Cuba, Ecuador y Venezuela (lmiembros de ALADI ), más la centroamericana Nicaragua y los caribeños no ibéricos Antigua y Barbuda, Dominica, y San Vicente y las Granadinas. El ALBA tiene una relativa concordancia ideológica que le permite definir con claridad las cosas. No así otros países.
Pero si hay un país donde es difícil saber qué es lo que piensa, ese es Uruguay. Para el presidente de la República, el ministro de Relaciones Exteriores y la mayoría de los parlamentarios oficialistas, este país nada tiene que hacer con la Alianza del Pacífico. En cambio, el vicepresidente de la República más el quipo económico más una parte nada menor del oficialismo, tienen un pequeño matiz: creen que Uruguay debe integrarse al proceso de la Alianza del Pacífico. Es decir, no es que en Uruguay el gobierno piense una cosa y la oposición otra, el problema es que hay discordancia al interior del gobierno y al interior del partido oficialista. No es un tema menor. No es menor el tema que mientras el presidente conduce la política exterior como tal, el vicepresidente conduce la política económica (muchas veces a tropezones ante las embestidas presidenciales, pero a la larga es quien conduce).
A estar a los últimos estados de situación, existen las más amplias probabilidades que el próximo presidente de la República lo sea Tabaré Vázquez y que cuente (él, el Frente Amplio) con mayoría parlamentaria. Vázquez no habla claro, pero se reúne muy seguido con Astori y cuando habla, de entre líneas surge que le gusta más acercarse a la Alianza del Pacífico que demonizarla. Esto lo ve todo el mundo, unos para aplaudir y otros para enojarse. Tampoco se discute un secreto a voces: que probablemente el actual vicepresidente tenga un rol protagónico en el próximo gobierno en materia de política exterior, y no solo en lo referente a la Economía. Así las cosas, no es fácil para el vecindario leer las señales del vuelo de los pájaros, si son los pájaros que vuelan por Uruguay.