04 Ago. 2013

Tabaré Vázquez, el misterioso

Oscar A. Bottinelli

El Observador

La pregunta que surge, el gran misterio a develar es: ¿cuál es ese infinito poder? [...] Un poder que muchas veces requiere el último límite en el ejercicio del poder que es la imposición. Un poder que arriesga una y otra vez el límite del fin del poder, que es cuando alguien dice no. Y el no nunca aparece. Hasta ahora hay una sola explicación que merece un análisis en sí mismo: porque solo se gana con Tabaré. Cabe ver si es así. Pero además deja dudas si esa es la razón o una excusa.

Tabaré Vázquez es un hombre misterioso, que cultiva deliberadamente la imprevisión, el largo silencio, el mutis de escena y la aparición de improviso. Cultiva además la lejanía física y actitudinal. En el contacto con públicos medianos y grandes se posiciona en la altura, en un estrado, en el culmen de una escalinata; la conversación pequeña, las transforma en monólogos de su interlocutor, interrumpidos y concluidos por frases ambivalentes. Sus discursos no contienen definiciones, sino aspiraciones, sueños y expresiones que pueden ser interpretadas por cada uno a su propio gusto.

Como conductor político su característica sustancial es que no conduce; manda o deja el timón a otros o a la deriva. Conducir es guiar o dirigir hacia algún lugar, guiar o dirigir a un objetivo o a una situación, o guiar o dirigir un negocio o la actuación de una colectividad. A su vez guiar es ir delante mostrando el camino. Y dirigir es encaminar la intención y las operaciones a determinado fin1. Hay muchas formas de conducción, a lo que muchas veces se denomina liderazgo. Un tipo de liderazgo es el profético: el que muestra cuál es la utopía que debe alcanzarse, cuál es la maqueta de ese mundo ideal; otro es el estratégico, el que señala cuál es el objetivo y hacia dónde hay que llegar; otro es el táctico, el que marca en cada etapa por dónde ir y cómo hacerlo hasta llegar a la posta siguiente. Muchas veces el liderazgo va acompañado de aptitudes organizacionales, o al menos de teoría de la organización. Ninguna de estos son atributos de Vázquez.

El no expresa modelos, sino sensibilidades, deseos: que no haya injusticia, que los hombres sean felices, que la gente tenga la oportunidad de trabajar, que el trabajo dignifica, que vale la pena estudiar. Pero no es, por ejemplo, la utopía que puede marcar Jorge Batlle, los liderazgos estratégicos de Luis Alberto Lacalle de Herrera, Julio Ma. Sanguinetti o Liber Seregni, o el liderazgo táctico de Wilson Ferreira Aldunate. No conduce porque no marca con claridad el objetivo (que no es lo mismo que expresar deseos o sensibilidades), no marca el camino, no dice por dónde ir, no da las razones para convencer al que quiere ir hacia otro objetivo o por otro camino o en etapas diferentes. Por eso no es un guía ni un conductor, lo que en realidad implica que no ejerce liderazgo. En cambio -y esto a veces engaña al observador- no conduce pero manda. Y lo hace de una manera muy clara, de dos formas diferentes: una es la selección de personas adecuadas para el cumplimiento de la función (y en eso es un seleccionador de personal muy exitoso, con pocas fallas que corrige apenas las percibe y sin anestesia) y la otra forma es la decisión personal sin consultar a nadie, sin explicarla y sin gastarse en convencer de las virtudes de la misma. Eso hace que haya un segmento importante que lo vea como autoritario.

Hay que diferenciar la toma de decisión en una función ejecutiva de la toma de decisión en un espacio político. En una función ejecutiva la decisión se transforma en acto, en resolución, en algo de necesario cumplimiento. En un escenario política la decisión personal significa dejar a los seguidores el seguir o no seguir. Y Vázquez ha acostumbrado a los uruguayos que toma las decisiones aunque sus seguidores no lo sigan, o no compartan lo que hace. Así pasó con el aborto: ni sus seguidores estuvieron de acuerdo con el veto a la ley de 2008 (y que votaron contra él en el levantamiento del veto) y no obtuvo seguimiento alguno de sus seguidores políticos en la adhesión a un referendum contra la nueva ley del aborto, de 2012.

Sin embargo, un conductor que no conduce, más bien un referente que no lidera, pero que manda, obtiene a la larga que en la instancia decisiva como lo es la disputa del gobierno, a gusto o a disgusto, lo sigan y lo voten. Y hasta ahora ha logrado imponer sus condiciones. En diciembre de 1993 dijo si el Frente Amplio no se reestructura no soy candidato y el Frente Amplio designó primero un grupo conductor de 12 miembros al margen de su estructura orgánica, y con el trabajo de esos 12 se reestructuró. En 2004 dijo que solo era candidato si se le otorgaban plenos poderes en el gobierno: para nombrar y remover ministros, subsecretarios, directores de entes y servicios, cargos de confianza; para tomar las decisiones. Y pleno apoyo legislativo: las leyes que el presidente (no el gobierno, no el Poder Ejecutivo, el presidente) considerase necesaria o conveniente, todos y cada uno de los senadores y diputados debía votarla. Tan fue así que para no hacer eso Guillermo Chifflet hizo algo insólito como renunciar a la banca, y se dejó a Eduardo Lorier (voto no imprescindible) el juego de ausentarse a veces de sala y dejar una flor encima de la banca. Ahora vuelve a condicionar muchas cosas: el nombramiento per se del candidato a vicepresidente de la República, las mismas potestades para designar y destituir, el mismo apoyo incondicional en materia de decisiones ejecutivas y normas legislativas. Todavía no se sabe el final, aunque muchos lo intuyen.

Frente Amplio no festejó lo que sin duda fue una extraordinaria victoria el 23 de junio, cuando la impugnación de su ley de despenalización del aborto obtuvo el magro apoyo de tan solo un ciudadano de cada once. Y no lo festejó para no herir a su referente, para no molestarlo. Y lo hizo al precio de generar un gran descontento en varios segmentos frenteamplistas, que se sienten incómodos con la dirección partidaria y con la cabeza de todos sus principales movimientos; es una molestia trasversal.

La pregunta que surge, el gran misterio a develar es: ¿cuál es ese infinito poder? Un poder que no surge de la guía, ni de la enseñanza, ni del trazado de modelos o utopías, ni de la discusión. Un poder que muchas veces requiere el último límite en el ejercicio del poder que es la imposición. Un poder que arriesga una y otra vez el límite del fin del poder, que es cuando alguien dice no. Y el no nunca aparece. Hasta ahora hay una sola explicación que merece un análisis en sí mismo: porque solo se gana con Tabaré. Cabe ver si es así. Pero además deja dudas si esa es la razón o una excusa.


1 Definiciones todas de la Real Academia Española de la Lengua