El Observador
Ahora se vive la repetición de la historia del conflicto sobre “las papeleras” [...] Los actores políticos son el kirchnerismo de un lado y el frenteamplismo del otro. En la tragedia Néstor Kirchner confrontó con Tabaré Vázquez y en la farsa Cristina Fernández de Kirchner confrontó con José Mujica. [...] Vuelve necesariamente la confrontación.
La historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa. Es la célebre frase de Karl Marx. Ahora se vive la repetición de la historia del conflicto sobre “las papeleras”, que empezó siendo un enfrentamiento por la instalación de una planta de celulosa de capitales españoles y terminó siendo sobre una planta que no produce papel, sino celulosa, sueco-finesa. Los actores políticos son el kirchnerismo de un lado y el frenteamplismo del otro. En la tragedia Néstor Kirchner confrontó con Tabaré Vázquez y en la farsa Cristina Fernández de Kirchner confrontó con José Mujica.
En ambas etapas hay algo en común. Los gobernantes uruguayos frenteamplistas partieron de la base que la afinidad ideológica entre los Kirchner -a quienes consideran de izquierda- y los gobernantes uruguayos de izquierda, superaba cualquier problema y cualquier contradicción. La visión uruguaya atribuía a la ideología prevalencia sobre los intereses nacionales. Y más aún, prevalencia de las afinidades sobre la conducta y la forma de actuar de los gobiernos y gobernantes de allende el charco.
En primer lugar hay un tema estructural del pensamiento argentino en las relaciones con Uruguay: este país es la provincia que perdimos. De lo cual surge con total claridad que aunque se haya proclamado estado soberano e independiente como producto de la Misión Ponsonby, a los ojos argentinos nunca dejó de ser un territorio irredento, tanto casi como las Malvinas. Y lo que está a su frente no es un jefe de Estado, sino el jefe de un territorio autónomo. Para la visión predominante en las elites argentinas y exacerbadas con los Kirchner, el presidente uruguayo es un gobernador de una provincia autónoma y por demás díscola.
A esto se suma otro hecho. Es indiscutible que tanto Vázquez en 2004 como Mujica en 2009 cada uno recibió de Néstor y de Cristina Kirchner fuerte apoyo político y material, traducido al menos en dos actos: las facilidades para que los uruguayos (mayoritariamente frenteamplistas) viniesen a votar y el mensaje emitido en las dos oportunidades desde Casa Rosada a los empresarios fieles “abran las billeteras”, y las billeteras se abrieron la primera vez y la otra vez. De donde, se complementa la visión prevalente en Casa Rosada y su entorno: no solo el presidente uruguayo es un gobernador, sino que una y otra vez fue elegido gracias a los Kirchner. En ambos casos juega la mítica cifra de los 9 mil votos. Por 9 mil votos ganó Tabaré Vázquez, es la ilusión óptica que cegó a Néstor Kirchner, basado en que por esa cifra Vázquez evitó el balotaje, pero salteándose que en Uruguay no se gobierna sin la mayoría parlamentaria, que el Frente Amplio aunque hubiese habido balotaje había asegurado una holgada mayoría parlamentaria y que ganó a todos los demás partidos sumados por 70 mil votos, no por 9 mil. En 2009 fue que por algo más de 9 mil votos el Frente Amplio logró el diputado 50 y revalidó la mayoría absoluta que le permitió gobernar y sostener al gobierno.
De Argentina en 2004 vino en el “Operativo Buquebús” del Frente Amplio: 16 mil personas, contando a las parejas argentinas de muchos uruguayos y a menores. Votantes, no más de 8 mil, y de esos unos cuantos blancos y colorados que aprovecharon el pasaje barato. De los que vinieron por su cuenta, se compensan los frenteamplistas con los blancos y colorados. Los que vinieron de Buenos Aires sin duda ayudaron al Frente Amplio, pero no fueron decisivo para nada, cuando triunfó por 70 mil. Y en 2009 la diferencia en votos que el FA obtuvo con los operativos desde Buenos Aires le dio una diferencia que no llega a los 5 mil votos, vale decir, la mitad de lo que necesitó para la banca 50. Estos son los datos, pero no la visión que tiene el kirchnerismo, y cada cual en la vida actúa como cree que las cosas son y no como necesariamente pueden ser. En el trasfondo de la actitud del kirchnerismo esto es muy importante: el presidente uruguayo es el jefe de una provincia irredenta, elegido gracias a la Casa Rosada, y en lugar de obediencia debida se pone díscolo.
Otra cosa importante en juego es la diferencia de cultura y de valores que hay entre argentinos y uruguayos. Una diferencia camuflada por la comunidad de lengua o de variante lingüística, cierto parecido en las costumbres, la prevalencia de orígenes migratorios comunes y parecidos desarrollos económicos en el último siglo (con diferentes tiempos sociales y abismales diferencias en el desarrollo político). Pero la diferencia de cultura y valores se traduce en que la sociedad uruguaya privilegia el diálogo, penaliza la dureza y la confrontación, exalta la razonabilidad. La cultura argentina en general, más aún la peronista y en forma exacerba la kirchnerista, considera que la razonabilidad y la búsqueda del diálogo son sinónimos de debilidad, que la debilidad no es nunca una virtud sino un defecto grave, y que al débil se lo derrota y se lo aplasta. Con él no hay perdón; no hay clemencia para los vencidos. El no entender estos supuestos culturales constituyó el error cometido inicialmente por Vázquez y repetido por Mujica.
En Chile, Vázquez anunció un acuerdo en conferencia de prensa y junto al presidente argentino. En un video recordado, siguió a Kirchner hasta el baño tratando de que éste aceptase una explicación, y solo obtuvo el desdén. En minutos tuvo que pasar de la búsqueda extrema de diálogo a la ruptura, y así fue que por la medianoche autorizó el funcionamiento de la entonces Botnia. Y comenzó el largo camino de dureza, donde el presidente uruguayo se paró en la orilla opuesta. Mujica no quiso festejar el fallo de La Haya que en sustancia le dio la razón a Uruguay y levantó el veto uruguayo para que Néstor Kirchner fuese designado secretario general de Unasur. Lo que logró a la larga es este final anunciado, en el medio con un episodio de enojo en que golpeó la mesa con los lentes y rompió una patilla. Vuelve necesariamente la confrontación.