El Observador
La estructura de poder del primer gobierno del Frente Amplio es un caso excepcional en la vida moderna del Estado uruguayo: un partido político con disciplina monolítica y un liderazgo absoluto por encima de todas las fracciones y de todos los liderazgos fraccionales.
La estructura de poder del primer gobierno del Frente Amplio es un caso excepcional en la vida moderna del Estado uruguayo: un partido político con disciplina monolítica y un liderazgo absoluto por encima de todas las fracciones y de todos los liderazgos fraccionales. Un liderazgo con un triple poder: el emergente de su carisma y de la necesidad que el Frente Amplio sentía de su figura; el resultante del temor del Frente Amplio a fracasar en su primera experiencia de gobierno nacional; y la concesión de manera explícita de plenos poderes, de un verdadero cheque en blanco al presidente de la República.
Eso ya no es así. Tabaré Vázquez no cuenta para su segundo mandato ni con el temor del Frente Amplio a fracasar, luego de revalidar el gobierno en dos oportunidades; cuenta con un liderazgo rival al menos de su misma fuerza, o quizás mayor; no se le ha otorgado cheque en blanco. Esto es lo diferente a su primer mandato. Pero no es diferente en nada a las condiciones en que viene gobernando José Mujica. Y no es nada diferente a toda la historia moderna del país. Ni siquiera José Batlle y Ordóñez ni tampoco Luis Batlle Berres contaron con poderes extraordinarios y rígida disciplina de todo su partido. Don Pepe Batlle obtuvo una rígida disciplina de los batllistas, pero con ellos solos jamás tuvo capacidad matemática de gobierno, y debió siempre jugar a la negociación y transacción con las diversas corrientes colorado independientes: riveristas, vieristas, luego también sosistas. Don Luis, en el último mandato colorado consecutivo, debió afrontar por más de la mitad del periodo que la minoría catorcista (un tercio de la bancada parlamentaria) jugase en la oposición.
La norma del Uruguay es que el líder de la mayoría de la mayoría no es el líder de toda la mayoría. Y a veces, como el caso actual, el presidente no es el líder de la mayoría de la mayoría, sino el líder de la minoría de la mayoría. Gobernar aún con mayoría parlamentaria propia es siempre un juego de poder, que como todo juego de poder tiene su parte de coincidencias naturales y su parte de discrepancias naturales, su etapa de negociación y su etapa de confrontación. Es una fina mezcla de ajedrez y de truco.
Esas diferencias son más bien vistas por el hombre común, y por una parte nada menor del periodismo, como diferencias personales: diferencias de estilo, rivalidades personales. Normalmente las hay, pero lo sustancial es que si hay liderazgos diferentes es porque expresan ideas, sensibilidades, matices, valores diferenciados en mayor o menor grado, pero diferenciados. No es solo un “tu estás donde yo quiero estar y yo quiero hacer lo que tú no me dejas hacer”. Algo de esto hay, pero eso no es lo fundamental. Puede ser lo inmediato, pero no lo profundo.
Lo más paradigmático fue la oposición entre Julio Ma. Sanguinetti y Jorge Batlle Ibáñez. Sin duda fue una confrontación por el poder y el liderazgo. Pero detrás de esa lucha de poder, o más bien delante de esa lucha de poder, aparecía una importante diferencia conceptual: Batlle Ibáñez es un hombre de firmes convicciones hacia el liberalismo económico, mientras que Sanguinetti es un firme defensor del Welfare State, del Estado protector. En Alemania hubiesen pertenecido a partidos diferentes: al Liberal el primero, al Social Demócrata el segundo.
Entre Vázquez y Mujica hay diferencias de ideas, valores, sensibilidades. Mayores o menores. Pero las hay. Y en varios terrenos. Que no quiere decir que uno sea sensato y el otro insensato, ni que uno tenga la razón y otro no, sino que expresan visiones diferentes existentes en la sociedad uruguaya.
Uno de los campos significativos de esas diferencias es la política educativa. Mujica es un hombre alineado con la concepción dominante en la sociedad en donde la educación se concibe como responsabilidad del Estado, organizada y gestionada por el Estado, y de una educación pública además laica. Vázquez emite señales de que no le incomoda que el Estado de alguna manera financie instituciones privadas, por la forma que fuere, y tampoco le incomoda que ese apoyo estatal fuese a instituciones de impronta religiosa. En la campaña electoral esa diferencia llegó a tomar estado público.
La política exterior es otro terreno de visiones diferenciadas. Donde cabe marcar el acento en dos áreas. Una la del Medio Oriente y zonas aledañas. La política llevada adelante por el actual gobierno privilegió la relación con Irán a la relación con Israel y fue sin duda el gobierno uruguayo que más distanció al país del Estado de Israel, que más veces votó en contra suyo y menos veces coincidió con él. También fue la etapa en que más acercamiento hubo con Irán y más simpatía expresó por la llamada “Causa Palestina”. La otra área es la regional, aunque el debilitamiento de las estructuras regionales quizás reduzca mucho la importancia de las visiones distintas. Pero al menos se observa en Mujica a un hombre enamorado del Mercosur y de Unasur, y a Vázquez a un hombre más escéptico de ambas experiencias. Respecto a Europa, la primera administración Vázquez marcó un estrechamiento de relaciones de la intensidad habida en las de Sanguinetti, y con Mujica esas relaciones se debilitaron. Aunque no debe dejar de observarse que el papel de Europa en el mundo era uno hace más de un lustro, y es otro tras las sucesivas crisis de 2008 y 2011.
Hay más matices. La concepción del Banco República es otra. Se puede decir que la visión de Mujica es la misma de los tiempos de Luis Batlle y Herrera, y la visión de Vázquez es la del tiempo de la bancarización, de la inclusión financiera, de la macroeconomía.
La pelea por los cargos públicos no es, como de forma simplificada se ve y se trasmite, una lucha por intereses personales, que los hay. Es esencialmente una lucha por ocupar posiciones públicas desde las cuales se imponen énfasis para un lado o énfasis para el otro lado. La cuestión de poder es una lucha por el poder, pero es siempre una cuestión de ideas.