El Observador
Cuando los candidatos son candidatos a cargos con alta probabilidad de elección, tienen elevada presencia en la campaña electoral y luego no ocupan los cargos para los cuales fueron electos, surge la idea de que su papel fue el de señuelos, que según la Real Academia quiere decir “Cosa que sirve para atraer, persuadir o inducir, con alguna falacia”. En términos llanos: “Vote a Fulano/a”, el elector vota a Fulano/a y se encuentra que la banca es ocupada por Mengano/a. Eso al elector no se le dijo. Hay una falacia.
Una senadora, segunda candidata de una de las principales listas, no ocupa la banca para retener la presidencia de su partido (o difiere la ocupación sin saberse si va a sentarse allí o no). Otra senadora -electa a su vez diputada- protagoniza el sorprendente caso de optar por la banca de diputados, algo que tiene como lejano antecedente la elección de 1958; pero además, provocando un cambio de género en la titularidad del cargo, lo cual explícitamente incumple (en forma sustantiva) la ley de cuota de géneroi. Tercer caso, un diputado electo renuncia a la banca, porque considera que la obtención de los correspondientes fueros es éticamente incompatible con su situación procesal, la cual ya existía desde siete meses antes de la elección y por tanto es un hecho presente en los electores, quienes fueron seducidos por una campaña personalizada en quien resultó elegido y renuncia al cargo. En los tres casos no importan los nombres, se mencionan al pie para no ocultar información, pero lo que importa es no transformar el análisis en un enfoque a casos particulares, sino buscar que se analice por lo alto, como un tema conceptual de la relación partidos, candidatos y electoresii.
Cuando los candidatos son candidatos a cargos con alta probabilidad de elección, tienen elevada presencia en la campaña electoral y luego no ocupan los cargos para los cuales fueron electos, surge la idea de que su papel fue el de señuelos, que según la Real Academia quiere decir “Cosa que sirve para atraer, persuadir o inducir, con alguna falacia”. En términos llanos: “Vote a Fulano/a”, el elector vota a Fulano/a y se encuentra que la banca es ocupada por Mengano/a. Eso al elector no se le dijo. Hay una falacia.
No son los primeros ni los únicos casos. Hay muchos, aunque algunos responden a categorías de una lógica generalizada y aceptada. El sistema uruguayo permite que una persona sea candidata a diversos cargos, de distinta jerarquía. Más allá de lo institucional, tanto la sociedad como los actores políticos han delineado en Uruguay un sistema jerárquico de los cargos electivos nacionales, que ubica -de menor a mayor- diputado, senador, vicepresidente de la República y presidente de la República. Cuando es candidato a dos o más cargos, para el elector resulta natural y obvio que quien es elegido presidente (o vice) y senador opte por el primero, y quien es electo senador y diputado, opte por la rama alta. En cuanto a los intendentes, desde 2000 se elijen en fecha diferente (por lo que la permanencia o no en una banca es un hecho público y notorio) y con anterioridad, desde 1984, se consideraba más importante optar por la Intendencia en lugar de la senatoría. Hasta aquí, pues, no hay señuelo, sino candidaturas a cargos mayores con reaseguros a cargos menores, y un sistema de opciones previamente determinado por la lógica política y societal. No hay pues señuelo alguno.
Otro caso es de ex presidentes, cuatro de ellos en el periodo de la restauración democrática, todos líderes de su respectiva fracción, fueron candidatos al Senado para luego de electos renunciar a la bancaiii. Hay un par de casos dudosos, de un vicepresidente y un homónimo del candidato presidencialiv.
Uno de los modelos que estuvo más extendido y hoy está casi en vías de extensión, es el de la pluralidad de presentaciones de la misma persona en diferentes listas y a la Cámara de Representantes, en más de un departamento. El fenómeno requiere un análisis detenido, ya que cuando la pluralidad de listas se asocia al mismo sublema, puede no necesariamente ser un señuelo, sino una indicación de todas esas listas corresponden a la misma corriente políticav. En cambio, el encabezamiento de listas en diferentes departamentos sin duda cumple (o cumplía) un papel de señuelo.
La teoría del señuelo aquí expuesta refiere no a cualquier persona que figure en cualquier lugar, sino aquéllas que lideran grupos políticos, encabezan listas o su nombre es expuesto de manera clara y fuerte en la campaña electoral. O en forma más amplia, cuando se es candidato en un lugar en que existen razonables perspectivas de resultar elegido. Lo que se debe discutir es la licitud, en términos de valoración política y social, no en términos formales y jurídicos, de candidaturas cuyo único fin es la atracción del electorado sin la voluntad firme e inequívoca de cumplir con el mandato que supone la obtención del voto. Parecería que el ser elegido para un cargo no es solamente un derecho y un honor, sino también una obligación para con el propio votante, y en definitiva un tema de transparencia electoral.
i En el primer caso accede a la banca y pide licencia, con lo cual se produce también el incumplimiento de la cuota de género, ya que ingresa una persona de género masculino; de renunciar, dado que dicha lista utiliza el sistema mixto, se mantiene la banca en el género femenino.
ii Como no se trata de hacer misterio, son Mónica Xavier (socialistas, Frente Amplio), Graciela Bianchi (Todos hacia adelante, Partido Nacional) y Fernando Lorenzo (Frente Liber Seregni, Frente Amplio).
iii Son Jorge Pacheco Areco en 1989 (en dos listas de candidatos), Julio Ma. Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle en 1999, y Jorge Batlle en 2004.
iv Uno fue el del vicepresidente saliente Enrique Tarigo, en 1989, que encabezó la lista senatorial el Batllismo Unido para luego no ocupar la banca; en realidad fue candidato obligado, como señal de unidad luego de perder la competencia interna sectorial con Jorge Batlle y se retiró de la actividad político-electoral. El otro caso fue el de José Luis Batlle, que en dos oportunidades encabezó la lista sectorial como sucedáneo de su primo Jorge Batlle, para al poco tiempo renunciar y presidir un ente autónomo.
v Un caso excepcional fue el de Danilo Astori en 1989, que encabezó la totalidad de las listas senatoriales del Frente Amplio. Pero en ese caso no hubo señuelo, ya que efectivamente iba a ingresar al Senado y fueron explícitas las reglas: por la lista más votada.