29 Mar. 2015

De la Concertación a la des-concertación

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Concertación fue una palabra puesta en el ruedo político por el general Seregni desde la cárcel y adquirió en 1984 dos formas: la Concertación Multipartidaria, como la unión de todas las fuerzas políticas y la Concertación Nacional Programática (CONAPRO), que agrupó a los cuatro partidos políticos más las organizaciones sociales y las cámaras empresariales; y trazó las bases del acuerdo político-social para la restauración democrática, con éxito desparejo.

Concertación fue una palabra puesta en el ruedo político por el general Seregni desde la cárcel y adquirió en 1984 dos formas: la Concertación Multipartidaria, como la unión de todas las fuerzas políticas y la Concertación Nacional Programática (CONAPRO), que agrupó a los cuatro partidos políticos más las organizaciones sociales y las cámaras empresariales; y trazó las bases del acuerdo político-social para la restauración democrática, con éxito desparejo. La Concertación –en la versión Seregni- quedó asociada además al concepto de un proyecto de país que resultase de un gran acuerdo entre todos los partidos políticos, las fuerzas sociales y las distintas capas de empresariado, para desarrollar el país a lo largo de toda una etapa histórica, algo similar al pacto de Suecia de 1937.

Tres décadas después, la palabra “concertación” va a quedar asociada a un proyecto que nació fallido: el llamado “Partido de la Concertación”, un acuerdo exclusivamente electoral (no etiene propósito de partido), solo para la disputa de gobierno departamental y únicamente en Montevideo. El proyecto partió del siguiente diagnóstico: la gestión del Frente Amplio en la Intendencia Departamental de Montevideo recibe el más fuerte rechazo de la población y ello demuestra el agotamiento del Frente Amplio como administrador de la capital al cabo de casi un cuarto de siglo; la candidatura única a la Intendencia es un factor no modificable y erosionante para ese oficialismo; el FA conserva la capacidad de seguir siendo la primera fuerza entre tres, pero inexorablemente queda en minoría ante los dos partidos tradicionales sumados; un nuevo lema que agrupase a ambos partidos tradicionales tiene un piso sólido, básico, constituido por el voto de cada uno de los dos partidos componentes. De allí que la formación de este acuerdo electoral es un paso al casi ineludible derrumbe del Frente Amplio en la capital.

Todos esos elementos de diagnóstico se relevaron equivocados, y lo eran ya entonces: la administración de Ana Olivera se encontraba en un valle con claros síntomas de iniciar la recuperación, al punto que hoy en el conjunto del departamento; el Frente Amplio mantiene en los barrios populares de Montevideo una adhesión casi hegemónica, no desgastada por ese cuarto de siglo de administración departamental; la candidatura única como principio había llegado a su fin y el Frente Amplio se aprestaba a trasladar a Montevideo su experiencia de candidatura múltiple en los otros 18 departamentos; la posibilidad de que la suma de los partidos tradicionales superase al Frente Amplio no era viable entonces ni resultó serlo en el pasado octubre; más aún, se va camino a que el FA cuplique a la Concertación. En síntesis, el diagnóstico partió de un equívoco o una ilusión: que los montevideanos ansiaban la aparición de cualquier herramienta que barriese con el Frente Amplio del edificio de 18 de Julio y Ejido.

A esos desajustes de diagnóstico cabe sumar lo que no fue desde el principio: no fue un proyecto político de conjunción de las fuerzas políticas fundacionales del país para establecer en forma conjunta un nuevo modelo de desarrollo del país y de la sociedad, y para ello crear una nueva herramienta política sobre la base de las dos columnas fundacionales del país. Es decir, no fue la creación de otro frente, opuesto y diferente al Frente Amplio. Tampoco fue siquiera un proyecto más acotado para establecer en toda la República, en sus diecinueve departamentos, un nuevo modelo de gobiernos departamentales, sino que quedó limitado exclusivamente al departamento de Montevideo. Resultó demasiado desnuda la idea de una cooperativa electoral como forma única y ultimo ratio para desterrar de la capital al Frente Amplio.

A esta altura cabe una comparación con el surgimiento del Frente Amplio. Sin duda el actual partido oficialista nace como una conjunción de fuerzas políticas diferentes, pero no nace como coalición (en la definición de Duverger) sino como una alianza, dado que sus objetivos no son puntuales ni la conjunción es laxa, sino que sus objetivos son para una larga etapa histórica y la herramienta política que se construye es una fuerza con autoridades propias, mandato imperativo y estructura que cubre todos los niveles, lo nacional, lo departamental, lo barrrial. Es un proyecto integral. La historia llevó al Frente Amplio más allá del deseo de algunos de sus fundadores y así fue que de alianza política devino en partido. Y devino así pese a la todavía persistente resistencia de una buena parte de la dirigencia que sueña con seguir siendo eso que nunca fue: una coalición. El Frente Amplio es hoy sociológica y estructuralmente un partido político, en la modalidad uruguaya de partido político (y también italiana), de tipo complejo, con corrientes perfiladas y organizadas.

El denominado “Partido de la Concertación” quizás debió ser más explícito y -si llamarse no Frente, porque esta palabra está muy asociada al Frente Amplio- llamarse alianza, unión, pero no partido. Porque el objetivo no fue crear un partido, ni devenir estructural ni sociológicamente en un partido. En primer lugar, porque en el mismo momento en que nace el “Partido de la Concertación”, sus votantes votan a y sus miembros pertenecen a otro partido que está presente electoralmente en lo nacional y en lo departamental en 18 departamentos. Al punto que los dos posibles candidatos a la Intendencia, que quedaron por el camino en otra etapa de desprolijidades del proyecto, uno figuraba con su retrato en hojas de votación nacionalistas y el otro fue oficialmente proclamado por la Convención del Partido Colorado y su nombre y foto figuró en hojas de votación coloradas. Pero además nació para Montevideo y solo para Montevideo. 

Pero el colmo de las desprolijidades fue la explícita violación de uno de los principios cardinales del derecho electoral uruguayo: que ningún partido puede llevar como candidato a personas pública y notoriamente vinculadas a otro partido. Violación que olímpicamente se salteó la Corte Electoral, aunque aquí sí cabe ¡qué le hace una raya más al tigre!