El Observador
Si hay matrimonio difícil es el de los partidos con los sindicatos, o para ser más precisos, la relación entre los sindicatos y el o los partidos que pretenden defender a la misma masa social representada en los sindicatos, que originariamente eran los obreros asalariados, luego el conjunto de los asalariados privados y finalmente todo tipo de asalariados.
Los matrimonios tienen todos complicaciones; unos son más fáciles, otros, más difíciles. Son más fáciles cuanto más claras las reglas de la pareja, más complicados cuando las reglas son menos claras. Si hay matrimonio difícil es el de los partidos con los sindicatos, o para ser más precisos, la relación entre los sindicatos y el o los partidos que pretenden defender a la misma masa social representada en los sindicatos, que originariamente eran los obreros asalariados, luego el conjunto de los asalariados privados y finalmente todo tipo de asalariados. Al conjunto de los sindicatos tiende o tendía desde la izquierda a dársele el nombre de movimiento obrero o movimiento de los trabajadores. Y a los partidos correlato, como partidos obreros o partidos de los trabajadores; y en partidos policlasistas esa representación social fue pretendida por las corrientes representativas de los trabajadores (en esa acepción del término trabajador), corrientes que a sí mismo se consideraban “partido”.
Existen dos tipos muy nítidos. Y mientras no fueren cuestionados, muy fáciles en su funcionamiento. Uno de ellos, el de los partidos laboristas (su paradigma es el Partido Laborista británico), en que el partido es la expresión política de los sindicatos y, por tanto, los sindicatos mandan al partido; o en una etapa posterior, mandan en el partido. El extremo opuesto es cuando el partido manda a los sindicatos. Este tipo fue el modelo en el Uruguay en el periodo de hegemonía sindical del viejo Partido Comunista, que puede marcarse desde poco después de constituida la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) como una especie de central sindical -circa 1967- hasta la aparición del Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT, 1983) y desde dos años después hasta la implosión del viejo partido en 1992.
La ecuación fuerza política-fuerza sindical fue un problema serio para el Frente Amplio desde el momento mismo de su creación. En principio enfrentaba dos concepciones, no tanto o no solo de la relación partido-sindicato, sino de la concepción misma del Frente Amplio. Para el Partido Comunista -desde la fundación del Frente Amplio hasta el debilitamiento relativo que le supuso el resultado electoral de 1984- el Frente Amplio suponía una alianza de determinadas fuerzas políticas de izquierda en el campo estrictamente político, o político-partidario, y con formato pluriclasista; por otro lado, el Partido se aliaba y competía con otras fuerzas en el campo sindical, con formato clasista; y eso mismo podía extenderse a otros campos, como por ejemplo el universitario. En esta concepción, el Partido se asumía como la estructura que daba conexión (y pretendía dar dirección) a todas esas alianzas.
La concepción opuesta era la de Seregni. Para él el Frente Amplio era la unión plena de todas las corrientes de izquierda, y esa unión implicaba estar por encima de todas las estructuras que dominase la izquierda o donde actuase la izquierda. Hubo otras concepciones, variadas, de distinto signo, desde las que pretendían también centrar la discusión sindical al interior del Frente Amplio, como las que -en tesituras opuestas a las del Partido Comunista- coincidían con él en deslindar con precisión el campo político-partidario y el campo sindical.
Pero así como desde el terreno político-partidario hubo muchas fuerzas y liderazgos con intención de incidir y dirigir el movimiento sindical, a la inversa desde los sindicatos hubo muchas corrientes y dirigentes con pretensión de incidir sobre la fuerza política y marcar el rumbo de la misma.
Hay dos episodios significativos respecto a esta tensión. Uno ocurre a días de producirse el golpe de Estado. En una reunión del Comando Político del Frente Amplio en las inmediaciones del Parque de Villa Biarritz, en la casa de Jorge Luis Ornstein, Seregni hace un planteo ante los otros cuatro integrantes del comando: Hugo Batalla, José Pedro Cardoso, José Luis Massera y Juan Pablo Terra. Y el planteo es, palabras más, palabras menos: “Esta resistencia (huelga general incluida) es una resistencia política; requiere un único comando; ese comando debe ser político; y es éste”. En forma absolutamente nítida definió que esa huelga general debía ser conducida por un comando político y no sindical. Da mucha tela para cortar cuánto se cumplió y cuánto no de esto, pero en el medio vino la prisión de Seregni y el virtual descabezamiento del comando político, que bajo la Presidencia de Juan José Crottogini perdió peso político y funcionalidad. El segundo episodio ocurre cuando el PIT-CNT, o para ser más precisos, el Partido Comunista a través del PIT-CNT, pretende una estrategia de movilizaciones que concluyese en la convocatoria del “Segundo Congreso del Pueblo”, circa 1986. Para Seregni esa estrategia era opuesta a la llevada adelante por el Frente Amplio. Y allí el juego de fuerzas se volcó en favor de Seregni, se unificaron las estrategias y ese “Segundo Congreso” no fue convocado.
Si este juego de fuerzas es difícil, más lo es cuando ese “partido obrero” o “con corrientes obreras” alcanza el gobierno y pretende no solo hacer un gobierno que no sea revolucionario, sino que inclusive fuere un gobierno de fuerte continuidad con el pasado. Y allí hay dos ejemplos: Uno es cuando Toni Blair provoca la exclusión de la representación directa de los sindicatos en la conducción del Partido Laborista, a poco de encaminarse a 10 Downing Street. El otro, cuando Matteo Renzi -ya sentado en Palazzo Chigi- imprime al Centro Sinistra italiano un fuerte giro hacia el centro (hay quien dice que estrictamente lo es hacia el centro derecha) y como corolario se hecha a las centrales sindicales en contra, pero en particular a la poscomunista CGIL. Quizás también cabe ver en España la creciente separación entre la Unión General de Trabajadores y el Partido Socialista Obrero Español, que todavía lleva la palabra ”obrero” en su denominación.
Si es difícil a cualquier partido de izquierda la relación con el movimiento sindical, mucho más lo es para un partido plural, con fuertes corrientes internas en competencia entre sí, representativas de los más variados nichos de la sociedad. Esta es la dificultad adicional que afronta el Frente Amplio desde su nacimiento, acentuada desde su llegada al gobierno.