El Observador
Predomina mucho entre dirigentes políticos, gobernantes, periodistas y no pocos analistas políticos, la convicción de que en Uruguay se elige un solo cargo para el ejercicio del gobierno: el presidente de la República. Que los demás están, si son del oficialismo, para decir que sí a lo que ordene el presidente, y si son de la oposición, para expresar sus berrinches de descontento (...)
La forma en que el Frente Amplio despejó el tema del TISA ha opacado un asunto de primerísimo orden en el funcionamiento político e institucional, como lo es el retorno a las bases mismas de la democracia de partido y, muy interrelacionado, de la democracia parlamentaria. Es natural que unos no lo viesen así por mirar el tema objeto del debate, es decir, el TISA. Otros, por el empeño en ver como mínimo un régimen presidencialista y quizás más precisamente considerar que Uruguay es y debe ser una dictadura presidencial.
Predomina mucho entre dirigentes políticos, gobernantes, periodistas y no pocos analistas políticos, la convicción de que en Uruguay se elige un solo cargo para el ejercicio del gobierno: el presidente de la República. Que los demás están, si son del oficialismo, para decir que sí a lo que ordene el presidente, y si son de la oposición, para expresar sus berrinches de descontento. A ello cabe sumar, para los diputados del interior, que se les endilga la calidad de mandaderos de sus electores o, en forma más refinada, el promover la defensa de los intereses individuales o colectivos, sectoriales o globales, del territorio de su representación. No está de más tomar una de las últimas declaraciones del vicepresidente de la República: “el que manda es el presidente”, con olvido de que su función primordial es la Presidencia de la Asamblea General, cabeza del Parlamento y por tato obligado a defender el predominio político del Parlamento (de paso, su sector político -la “Lista 711” votó en el Plenario Nacional del Frente Amplio en contra del gobierno, en el tema de referencia, con lo que no mantuvo la lógica de que el que manda es el presidente). En esta tesitura de papel estelar o dictatorial que se atribuye al presidente de la República se agrega la idea de que lo partidos son o deben ser exclusivamente maquinarias electorales. Más allá de la lucha por los votos, no deliberan, no deciden, no intervienen.
Sin embargo, la lógica del sistema uruguayo es el de democracia de partidos, lo cual se corresponde con un sistema de partidos muy sólidos, con fuerte pertenencia de más de dos tercios de los ciudadanos, con voto esencialmente hacia los partidos, con alta estabilidad electoral, pero con posibilidad de recambios -inclusive de cambios formidable- a lo largo de ciclos largos y tenues. En el siglo que lleva Uruguay de elecciones competitivas, el Partido Nacional registra una alta estabilidad como segundo partido y el mayor cambio fue el enroque como partido principal entre el Partido Colorado (hasta las elecciones de 1984) y el Frente Amplio (desde 1999), con escasas excepciones, y un tiempo de transición. Los partidos funcionan y deciden.
Lo que cambia normalmente es dónde está esa decisión de partido: si en las estructuras partidarias, en las bancadas, en las agrupaciones de gobierno, en las cúpulas (generalmente operantes mediante la interrelación entre los líderes de las alas o corrientes). Con el tema TISA lo que hizo el Frente Amplio, y lo que hizo el propio Vázquez al sentirse consecutivamente debilitado, fue trasladar la decisión al dueño del gobierno (en sentido lato), que lo es el partido de gobierno. Que el partido mande al gobierno es la lógica necesaria de una democracia de partidos. Si a alguien eso no gusta, entonces que busque que el país camine hacia una democracia despartidizada, generalmente un régimen de alta personalización del poder.
Y esa lógica de democracia de partidos se corresponde con un sistema institucional, un sistema de gobierno, diseñado con fuertes componentes parlamentaristas, lo que lleva a Uruguay, se quiera o no, a la necesaria lógica de todo semiparlamentarismo
Desde que Uruguay es una poliarquía, desde que cuenta con un Estado moderno, ningún presidente, por más fuerte y autoritario que haya sido, ha contado con respaldo parlamentario mayoritario propio, hacia su figura o hacia su sector. Y muchas veces ni siquiera hacia su partido. El único presidente que contó con respaldo mayoritario propio fue Tabaré Vázquez en su primera presidencia, merced a que en esa instancia era el líder de la totalidad del Frente Amplio, pero además porque contaba con un cheque en blanco otorgado a título expreso por todos los sectores frenteamplistas y especialmente por todos los líderes de corrientes, los cuales con una sola excepción (Michelini) se sentaban en el Consejo de Ministros. Sin mayoría parlamentaria, ningún presidente, por fuerte que se sintiere, podría gobernar per se.
Pero además un aspecto más. El TISA será un tratado internacional. El Poder Ejecutivo si lo quisiere puede negociar el tratado y firmarlo. Pero Uruguay solo adhiere al TISA, como a cualquier tratado, si el Poder Legislativo lo convierte en ley. De donde, un Poder Ejecutivo, un presidente, una cancillería, que negocie un tratado sin tener la certeza de apoyo legislativo mayoritario, actuaría con irresponsabilidad y mucho de irrealidad. Salvo que apostase a la lógica de los hechos consumados y que consumada la firma del tratado, la mayoría legislativa como fuere, aparecerá. Pero ahí ya no se trata de la lógica normal de los juegos de poder, sino de la lógica de los juegos de azar, del truco y del póquer, con las reglas y los riesgos de estos juegos de azar.
Entonces, lo que ocurrió con el gobierno, el presidente y el Plenario Nacional del Frente Amplio, es que guste o no como diseño sistémico, guste o no por el tema de fondo resuelto, se encaminó -definitiva u ocasionalmente- hacia el pleno juego de una democracia de partidos.
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ADDENDA: Escritas estas líneas aparece la noticia de la muerte de Lincoln Maiztegui. Nos conocimos hace mucho más de medio siglo en el Círculo Universitario de Ajedrez, en el Palacio Díaz, actividad en la que tuvo singular destaque, como lo tuvo en las otras áreas en las que incursionó. La vida nos hizo coincidir en diversos momentos y en diversas actividades. Al final, estas últimas dos décadas nos encontró juntos en las páginas de El Observador. OAB
1 Catedrático de Sistema Electoral de la Universidad de la República (Facultad de Ciencias Sociales-Instituto de Ciencia Política)