El Observador
Hoy se realizan una singulares elecciones parlamentarias con tinte plebiscitario, y eso va más allá de lo jurídico formal. Porque en estas comicios para elegir a los miembros del Parlamento de la Comunidad Autónoma de Cataluña del Reino de España, su clivaje dominante tiene que ver con la plena pertenencia o la independencia (o mayor autonomía) de la región respecto al Estado central (...)
Hoy se realizan una singulares elecciones parlamentarias con tinte plebiscitario, y eso va más allá de lo jurídico formal. Porque en estas comicios para elegir a los miembros del Parlamento de la Comunidad Autónoma de Cataluña del Reino de España, su clivaje dominante tiene que ver con la plena pertenencia o la independencia (o mayor autonomía) de la región respecto al Estado central.
España y Francia son los dos grandes estados europeo occidentales constituidos más tempranamente, en territorios que han sufrido pocas modificaciones a lo largo de los últimos cinco siglos. Francia logró con mucho éxito el efecto crisol, al punto que por ejemplo los vascos del norte de los Pirineos se consideran tan franceses como los parisinos o los del Valle del Loira. España, en cambio, no ha logrado al cabo de estos siglos fundir los distintos orígenes en un crisol, al punto que el español (o castellano) como lengua tiene mayor aceptación en las Américas que en la península, donde es discutida y hasta vilipendiada en algunas regiones. La obra de gobiernos con fuerte centralización del poder como los de los Reyes Católicos, Carlos I (ó V del Sacro Imperio) o Carlos III a la larga no lograron fusionar los elementos originarios. El franquismo, basado en la España “una y grande”, apretó tanto los tornillos que sin duda abonó las posteriores causas en sentido contrario. La Constitución democrática del pos franquismo pretendió solucionar el tema con un galimatías jurídico y conceptual, con el reconocimiento del derecho a las distintas nacionalidades y a las especificidades idiomáticas, y con formas de autonomía que ni fortalecieron al poder central ni dieron a las regiones el nivel de autogobierno (y autofinanciamiento) de que gozan por ejemplo los länder alemanes. España quizás repite en Cataluña el error cometido dos siglos antes en América: frenó los ímpetus autonomistas de las colonias y las dejó ante el dilema de someterse o independizarse. Las elecciones de este domingo no van a dar un punto final al tema, sino apenas una inflexión para un lado o para el otro en un largo proceso histórico de incierto pronóstico.
Mientras tanto, interesa ver qué ha pasado fuera de Cataluña hacia Cataluña. Y hace recordar el proceso electoral brasileño de 2002, cuando desde todos lados se lanzaron alarmas para intentar torcer un resultado electoral. Allí operaron el gobierno de los Estados Unidos, los principales bancos internacionales (y en particular norteamericanos), consultoras económicas y calificadoras de riesgo. Todas anunciaron la inminente catástrofe de Brasil de resultar elegido Lula. No asustaron a nadie, sino que fortalecieron el voto a Lula.
Ahora se ha desatado una lluvia de meteoritos sobre Cataluña. Casi nadie ha quedado al margen: el gobierno español, el Tribunal Constitucional, el Banco Central. Pero hay tres instituciones cuya entrada al campo son harto significativas y en cierto modo generan desde sorpresa y hasta indican señales de desesperación.
Una es la del Presidente de la Unión Europea, que anuncia la exclusión de Cataluña de la Unión Europea, anuncio para el que no tiene potestades. A lo sumo puede entenderse como una lectura de los textos jurídicos, pero no una lectura de los procesos políticos. La Unión Europea y el Euro están los suficientemente amenazados como para que no se pueda ver a los textos jurídicos como capaces de frenar el efecto dominó que pudiera producir cualquier desafío.
Otro es la Corona, que con mucha prudencia y sin demasiadas estridencias ha lanzado un mensaje contra el independentismo. Delicado es el papel de la Corona, pues por un lado su papel es el de estar por encima de las partes, ser el símbolo de todos y no decantar hacia ningún lado; pero por otro es el símbolo de la unidad de España y parece consustancial a sus deberes defender esa unidad, aunque ello signifique abandonar la neutralidad que es el punto inicial de su investidura. Pero, la Corona es una institución erosionada, que se encuentra en fase de recuperación gracias al cambio de monarca; y quizás lo peligroso en ese estadio es que la eventualidad de un voto no demasiado nítido en contra de los independentistas pueda leerse como un revés de la fuerza y prestigio de la monarquía.
Pero la tercera institución que para sorpresa de muchos entró en la lid es la Real Federación Española de Fútbol con su anuncio catastrófico dirigido a un nicho del electorado catalán: la exclusión del Barça, del Fútbol Club Barcelona, de la liga española de fútbol y su proscripción consiguiente del fútbol europeo. La discusión da para todo. La lógica es que en una federación nacional juegan los equipos de ese Estado, aunque en un extremo aparece Mónaco jugando en la liga francesa, y en el otro extremo equipos británicos jugando en cuatro ligas diferentes de un mismo Estado. Tampoco es claro que ello implique la exclusión del fútbol europeo, un fútbol en el que juegan países tan nada europeos como Kazajistán, que además es escisión de otro país miembro de la UEFA.
Lo más interesante sin embargo no es el tema de fondo, en que caben argumentos para todos lados, en todo momento y en función de cuál fueren los resultados, sino el hecho de que se apele a crear impactos emocionales sobre los fervientes partidarios futbolísticos, como forma de intentar erosionar el voto independentista.
Algunos estudiosos del comportamiento social y electoral catalán advierten del efecto bumerán de estas intervenciones. Todo aquello que suene a intromisión externa (española o europea), fortalece el orgullo nacionalista. No hace mucho, la parcialidad del Barça en su estadio, el Camp Nou, impidió oír las estrofas del himno español con una formidable silbatina y acogió al rey con un no menor abucheo. Que fue orquestado por los independentistas, no cabe duda; pero que fue una formidable silbatina y un no menor abucheo, tampoco caben dudas.
En política y más aún en elecciones, hay que tener en cuenta que lo acertado o desacertado de una medida termina en última instancia midiéndose en resultados y en efectos. Y la razón va a terminar del lado que logre los efectos más positivos para su molino.