El Observador
Además de los elementos propios de las contiendas personalizadas ríspidas, han surgido algunos elementos relacionados con la naturaleza política del Partido Nacional y de la colectividad blanca […] La combinación de (dos) variables arroja la calidad de un partido con puertas abiertas y hombres libres, sin disciplina, donde no se ponen trabas a entrar y a presentar candidaturas.
A los blancos les queda la necesidad de debatir su naturaleza política
Probablemente esta competencia interna en el Partido Nacional resulte la más conflictiva o una de las más conflictivas desde que existen las Elecciones Generales Internas o Primarias Generales. Sin duda, hasta ahora la más confrontativa había sido la de 1999. Además de los elementos propios de las contiendas personalizadas ríspidas, han surgido algunos elementos relacionados con la naturaleza política del Partido Nacional y de la colectividad blanca.Todo gira en torno al surgimiento de un candidato presidencial sin trayectoria anterior en el Partido, residente en el exterior hasta muy cerca de lanzar su candidatura, aunque de raigambre familiar en la colectividad blanca.
Durante largas décadas la colectividad blanca se autodefinió como una colectividad de hombres libres, característica que llegó a su clímax durante el liderazgo de Wilson Ferreira Aldunate. En las versiones posteriores, se asimiló partido de hombres libres a partido contrario a la disciplina, donde la libertad consiste en hacer y decir cada uno lo que le pluguiese, sin cortapisa alguna. A veces esa visión se conjugó con el término “orejano”, es decir sin marca, propiedad de ninguno, libre por excelencia, libertario. Esa calidad de partido de hombres libres fundamentó el ser un partido sin afiliados: se es blanco sin necesidad de registro. No se necesita un carné para ser blanco o ser considerado blanco.
Una segunda variable es la calidad de partido de puertas abiertas, dicho en lenguaje más acorde a un partido que busca identificarse con el país criollo, de tranqueras abiertas. Esa calidad de partido de tranqueras abiertas fundamentó el abrir las puertas del lema a la Liga Federal de Acción Ruralista (1958) en acuerdo con Luis Alberto de Herrera, y con ella la entrada de colorados como Benito Nardone (alias Chicotazo, que devino en presidente por el lema Partido Nacional), Juan María Bordaberry (senador) y de Ricardo Planchón, Rolando Quevedo Brum, Alberto Rapetti Cabrera, Eliézer Saravia (diputados). Muerto Nardone, Bordaberry se retira del Senado y abandona el partido al que accedió transitoriamente como ruralista, y los demás se quedan en el nacionalismo. Años más tarde (1989), el Movimiento Por la Patria, con la candidatura de Alberto Zumarán, abre las puertas del lema a la entrada del Movimiento Social Cristiano, escindido del Frente Amplio, encabezado por los ex diputados Daniel Sosa Díaz y José Luis Veiga.
La combinación de ambas variables arroja la calidad de un partido con puertas abiertas y hombres libres, sin disciplina, donde no se ponen trabas a entrar y a presentar candidaturas.
En los últimos tiempos operó un movimiento inverso. El Directorio crea el registro de afiliados, reglamenta el reconocimiento de las agrupaciones nacionales y de las agrupaciones departamentales, y establece mínimas exigencias de afiliación para las candidaturas. Es un principio de estructuración, lejos de una estructuración mucho más rígida como la del Frente Amplio, y aún más laxa que la del Partido Colorado (al menos en el plano formal).
Algo más de seis meses atrás entra en escena la candidatura de un joven, afiliado como un mes antes y postulado por una agrupación reconocida muy poco antes, pero encabezada por una figura que fue por el nacionalismo presidente de la Cámara de Representantes, diputado en tres legislaturas y precandidato presidencial. Otro dato: es un joven que vivió los dos tercios de su vida en el extranjero y retornó al país casi sobre el lanzamiento de la candidatura. Cabe agregar, de una fortuna personal extraordinariamente grande para las medidas uruguayas, con capacidad para financiar su propia campaña sin restricciones. Esta candidatura ha provocado un formidable enojo, fenómeno psicopolítico que merece más adelante —cuando el ciclo electoral haya quedado atrás y se calmen las aguas— un estudio muy riguroso. El máximum del enojo ocurrió el domingo 16 en el Puerto de Montevideo, en lo que en términos modernos cabe calificar de “ninguneo” activo y duro.
Las acusaciones al novel y joven candidato han sido: no ser blanco (en una versión) o no ser de los blancos puros (en otra versión), no tener antigüedad en el partido y, sin usar esa palabra —quizás con empleo de términos más grotescos— ser un convidado de piedra. De incrustarse en el Partido Nacional.
Ahora bien, más allá de este candidato, más allá de la discusión y de los enojos presentes, lo que al Partido Nacional le queda es la necesidad de un amplio debate sobre su naturaleza política. Primero que todo, si pretende ser un partido de puertas abiertas, donde quien quiera entre y para entrar no se necesita ser blanco (como los colorados ruralistas o los socialcristianos) o un partido de pertenencia, un partido en el cual entra quien se considera perteneciente al mismo y especialmente a lo blanco, a su historia, a su sensibilidad. Es tan legítimo lo uno o lo otro, y cada partido adopta el criterio con el que más cómodo se sienta o esté más cerca de sus convicciones políticas.
Lo segundo es si es un partido de afiliados, en donde esa afiliación es sujeta a un proceso de examen y de admisión algo más que administrativa, o es un partido de entrada y salida libre, sin afiliaciones y registros, o con afiliaciones de trámite elemental. También todo es válido, pero requiere de una definición específica y, además, para que rija a partir de la adopción de esos conceptos. De esas dos definiciones iniciales viene el tema de las candidaturas: qué exigencias pone el partido para las candidaturas, a los cargos que fuere. De despejar estas incógnitas es que resolverá qué pretende ser hacia el futuro.