16 Nov. 2019

El navegante y el jinete solitario

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Se ha producido un giro de 360 grados […] Ahora la disputa presidencial confronta (una) potente coalición electoral sin seguridad de durabilidad versus un candidato solitario con su hoja de vida, sus propias fuerzas y su propio proyecto personal; y como consecuencia, de un lado la apuesta a un cambio de elencos y proyectos versus un cambio diferente centrado en una conducción personal también diferente

Un giro de 360 grados hacia la percepción de una elección personalizada

En el escenario de la vida, cada cual elige su papel. Uno escoge ser un plácido navegante recostado sobre una balsa, que espera sin sobresaltos que las corrientes lo lleven a la orilla; evita cualquier riesgo, se siente seguro y valora estar en fuerte compañía. El otro, cual John Wayne, opta por ser un jinete solitario que a trote cansino entra al pueblo dispuesto a enfrentar a una poderosa pandilla, sin necesidad de ayuda de nadie, por sus propios medios; se basta a sí mismo.

Luis Lacalle Pou, al no arriesgar, deja muchas incógnitas: Una. Si la coalición electoral conformada por cinco partidos derivará o no en una coalición de gobierno, en la que todos los socios sean partícipes al más alto nivel y corresponsables de la gestión.

Dos. Cuánto durará ese entendimiento de gobierno ¿Los cinco años? O como dijo una personalidad colorada: “esperemos que dure tres años”, “habrá un primer año de oro, un año de plata, un año de bronce y después se verá”.

Tres. Cómo y hacia dónde se zanjarán las diferencias insinuadas en materia de política exterior (caso Bolivia), doctrina militar (papel policial para las Fuerzas Armadas), educación (entre un modelo que puede representar Pablo Da Silveira y otro, Robert Silva).

Cuatro. Cómo se ahorrarán 900 millones de dólares en gastos del Estado y cuál es el costo social dispuesto a asumir.

Cinco. Cuál es el contenido de una Ley de Urgencia que declaran no conocer sus socios de coalición.

Seis. Cómo se compondrá el Consejo de Ministros. ¿Estarán allí o no Ernesto Talvi, Guido Manini Ríos, Julio Ma. Sanguinetti (o algún alter ego suyo)?

Daniel Martínez, por su parte, llega al debate del pasado miércoles en la cruz de los caminos. Siente que debe elegir y elige. Un camino apareció fugazmente una semana antes: ser cabeza de un equipo colectivo de gobierno, de un elenco potente, con la presencia de un ex presidente de la República (cosa insólita en este país, podría ser la segunda vez en la historia), un ex vicepresidente y conductor del equipo económico por tres lustros, y un número dos de ese mismo equipo económico para generar el relevo (aunque faltó entonces un poderoso referente en educación). El complemento de ese camino: exhibir estabilidad y certeza, pregonar que “Uruguay es una isla de estabilidad en un continente convulsionado”, advertir del alto riesgo de abandonar lo seguro para apostar al cambio.

Toma el otro camino. El que insinuó cuando el lanzamiento de su precandidatura, evidenció en la forma y la sustancia cuando la elección de su compañera de fórmula, pregonó la misma noche y al día siguiente de las elecciones nacionales. La reiteración demuestra una convicción profunda en una alternativa que puede sintetizarse en:

Uno. El balotaje es una elección entre dos personas, cada una con su historia de vida, que es lo que importa. Persona contra persona y proyecto personal contra proyecto personal.

Dos. Toma la posta de 15 años de gobiernos que no tienen caras ni nombres, ni tiene partido. No aparecen en el relato ni Tabaré Vázquez, ni José Mujica, ni el Frente Amplio.

Tres. Un candidato surge de un partido político pero no debe responder a él, ni a su programa, ya que quien decide lo que se hace es el hoy candidato y mañana presidente. Parece decir que un programa discutido por miles y miles de militantes en los Comités de Base y en las redes sociales, analizado y negociado en múltiples comisiones nada pequeñas y aprobado en un Congreso de más de mil personas, que todo ello es un largo catálogo de recomendaciones, que no generan obligación de cumplimiento.

Cuatro. Expresa la convicción de que el presidente uruguayo responde al tipo de presidencialismo puro (como en Argentina, Chile, Estados Unidos, México), en donde los ministros son colaboradores del presidente, personas de su personal confianza. Disiente, por tanto, de la tradición uruguaya semiparlamentaria, en que los ministros representan fuerzas que expresan el respaldo parlamentario. Quizás en ello queda impregnado de la visión hiperpresidencialista que en este país constituye la estructura de los gobiernos departamentales.

José Mujica, sin duda un presidente que gusta a unos y disgusta a otros, pero nadie duda que cuenta con una formidable popularidad mundial y una nada despreciable convocatoria electoral, en su peculiar lenguaje dijo: "Un presidente tiene que recordar que nadie es más que nadie, que no es ningún dios […] Ningún presidente puede hacer un carajo si no tiene una fuerza política colectiva que lo respalde, que esté en todas las esquinas y todos los lugares […] Las repúblicas no son monarquías.”

En esa cruz de los caminos, el candidato eligió un camino y los líderes mayores del Frente Amplio, otro. Entonces, la opción formulada por Martínez significa una formidable apuesta política y personal, de enorme coraje, ya que pasa a reclamar la paternidad absoluta de la victoria o asumir la paternidad absoluta de la derrota.

Se ha producido un giro de 360 grados. La semana pasada apareció la ecuación de una potente coalición electoral pero sin seguridad de durabilidad versus un partido solitario con elenco potente; y la apuesta al cambio versus apuesta a la estabilidad y la certeza. Ahora la disputa presidencial confronta esa misma potente coalición electoral sin seguridad de durabilidad versus un candidato solitario con su hoja de vida, sus propias fuerzas y su propio proyecto personal; y como consecuencia, de un lado la apuesta a un cambio de elencos y proyectos versus un cambio diferente centrado en una conducción personal también diferente.