El Observador
Con la regla argentina, Daniel Martínez hubiese sido elegido presidente de la República en esa primera (que sería única) votación: más del 40% de los voto válidos, distancia de más de 10 puntos porcentuales con el segundo. Como es obvio, en Uruguay en un balotaje real, a partir de una elección base con estos números, no se produce necesariamente el mismo resultado […] Una reforma (como adoptar la regla argentina, que se propuso en una oportunidad) no tiene como elemento principal evitar balotajes innecesarios, sino apuntar a efectos políticos diferentes
La regla argentina y la uruguaya difieren en sus efectos políticos
Balotaje es una de las denominaciones usuales para el sistema electoral en que un cargo o banca no necesariamente se elige en un solo acto votacional. Para ello, es imprescindible la existencia de reglas que establezcan pisos o condiciones para producir un resultado en ese único o primer acto votacional. Y luego, debe haber reglas complementarias de qué se hace en caso de que ningún agente electoral cumpliese los requisitos.
Y en materia de reglas complementarias, no es lo mismo cuando la elección es realizada por algún órgano tipo congreso que cuando lo es un cuerpo electoral popular. En el primer caso es posible establecer el mantenimiento invariable de los requisitos y la realización de tantas votaciones como fuere menester. Como ejemplo, la Convención del Partido Demócrata de los Estados Unidos de América en 1928 realizó 103 votaciones para elegir como candidato a Alfred Smith (el cual, dado el poco consenso de su candidatura, fue demoledoramente derrotado por Herbert Hoover). O pueden establecerse mecanismos que reduzcan la cantidad de candidatos para limitar la cantidad de votaciones (como el procedimiento del Comité Olímpico Internacional, que para la elección de la sede de los Juegos Olímpicos en cada votación se elimina al último candidato, hasta llegar a una ronda definitoria de tan solo dos). En elecciones masivas, populares, no se ha experimentado ir más allá de dos votaciones, y parece difícil pensar en algo más (si se verá difícil, que ni siquiera se le ocurrió a nadie en el Uruguay, laboratorio mundial de experimentación de modelos de sistemas electorales, de sistemas de gobierno y de sistemas de partidos; y además con alta originalidad).
Conviene detenerse en los requisitos de definición en una primera votación. Y aquí es muy importante observar que las diferencias obedecen a conceptualizaciones sustantivas diversas y generan efectos políticos diferentes y hasta opuestos.
Para simplificar el análisis conviene ver los dos tipos de categoría dominantes en el mundo. Uno es el que busca que el electo tenga el apoyo de la mayoría absoluta. El otro busca alguna exigencia menor. En general esta exigencia menor puede ser de muchos tipos, pero lo más usual son tres: Uno, un piso (por ejemplo, para la elección de presidente de la Nación en Argentina es del 45% del total de votos válidos). Dos, una condición, que puede ser que el más votado logre una diferencia de equis puntos porcentuales sobre el total de votos válidos respecto al segundo (como el Partido Conservador de Gran Bretaña) Tres, una combinación de piso y condición (como, también en la elección presidencial argentina, como regla supletoria a la no obtención del piso, establece otro piso menor del 40% del total de votos válidos y además una diferencia de 10 puntos porcentuales con el segundo; y esta regla también se aplica en forma supletoria a la mayoría absoluta en la definición de la candidatura presidencial de los partidos políticos uruguayos en las elecciones preliminares). Debe destacarse que en todos los casos se habla de votos válidos, afirmativos o positivos, es decir, el conjunto compuesto por los votos emitidos en favor de cualquier agente electoral (partido, candidatura), con excepción de los votos en blanco y nulos.
En Argentina, el pasado 27 de octubre Alberto Fernández obtuvo el 48% de los votos válidos y Mauricio Macri el 40%. En función de las regla de menor piso, resultó elegido Fernández. Es probable que lo hubiese sido en un balotaje, analizada la composición del restante 12% del electorado, pero ello no pasa de hipótesis y no es confirmable. En Uruguay, el mismo día el Frente Amplio/Daniel Martínez obtuvo el 40,5% de los votos válidos, mientras Luis Lacalle Pou alcanzó el 29,7%*; con la regla argentina, Daniel Martínez hubiese sido elegido presidente de la República en esa primera (que sería única) votación: más del 40%, distancia de más de 10 puntos porcentuales con el segundo. Como es obvio, en Uruguay en un balotaje real, a partir de una elección base con estos números, no se produce necesariamente el mismo resultado.
Es muy pero muy importante observar esto. La diferencia entre uno y otro método no es solamente posibilitar que el presidente se elija más rápido que en el otro, o evitar sucesivas elecciones innecesarias, sino que son métodos que pueden producir resultados políticos diferentes y hasta opuestos. Más aún, el método uruguayo lleva a que el partido/candidato más votado, pese a una distancia de más de 10 puntos sobre el segundo, deba revalidar ese primer lugar con la captación de un número de votos significativo, o de no lograrlo, perder ese lugar y la elección.
Tanto en 2009 como en 2014 impactó en Uruguay el que hubo que realizarse sendos balotajes pese a que el primer partido ya había logrado mayoría parlamentaria (en ambas cámaras en 2009; en la cámara baja en 2014 y la mitad del Senado, que le permite acceder a la mayoría con la obtención del cargo de vicepresidente de la República). Uno de los puntos es el absurdo que se puso en la reforma constitucional de exigir mayoría absoluta sobre el total de votantes, con lo cual se le hace dar efecto positivo a un voto que por definición es neutro, como el voto en blanco o el voto nulo (en el mundo solo hubo una experiencia similar una sola vez, en Brasil); es obvio que eso debe ser modificado porque carece de lógica alguna. Parece lógico sin cambiar la teleología, bajar la barrera a la mayoría absoluta de los votos válidos o a la obtención de la mayoría en la cámara baja.
Pero alguien sugirió evitar balotajes innecesarios e ir al sistema argentino. Con el ejemplo a la vista de este presente ciclo electoral, queda meridianamente claro que una reforma de ese tipo no tiene como elemento principal evitar balotajes innecesarios, sino apuntar a efectos políticos diferentes, de fuerte consecuencia. Son lecciones a atender cuando se piensa en cambio de reglas de juego.
* Sobre el total de votantes, que es lo que se utiliza con mayor frecuencia en los estudios de comportamiento electoral, los porcentajes fueron 39,0% para Martínez y 28,6% para Lacalle Pou.