El Observador
La aceptación por Ernesto Talvi de un puesto en el gabinete supuso una disfuncionalidad arquitectónica, una incongruencia entre la paridad que el liderazgo de un partido (o de una mayoría partidaria) debe tener con el presidente de la República, y la subordinación que en un modelo presidencialista puro debe tener para con él un ministro de Estado
La contradicción entre ser líder partidario y subordinado del presidente
Aflora una disfuncionalidad entre la composición del gobierno y la estructura del gobierno1 (en ambos casos gobierno strictu senso como sinónimo de Poder Ejecutivo) Más allá de hechos anecdóticos que enmarcan los sucesos, la salida de Ernesto Talvi del Ministerio de Relaciones Exteriores tiene que ver con la incongruencia entre la calidad de líder partidario (o líder fraccional de la mayoría partidaria) y la calidad de subordinado del presidente de la República en que deviene la función ministerial en la arquitectura diseñada por Luis Lacalle Pou.
Conviene repasar algunos conceptos. Gobierna el país, latu senso, una coalición política comunmente llamada “Coalición Multicolor”, que se expresa en cuatro dimensiones: coalición parlamentaria para sostener el gobierno, coalición legislativa para aplicar un programa legislativo, coparticipación en la administración desconcentrada (que incluye a la oposición) y un entendimiento de gobierno -Poder Ejecutivo- con participación de los partidos socios pero sin que exista una coalición pura de gobierno. En una coalición pura la decisiones políticas se resuelven colectivamente, ya sea en Consejo de Ministros, ya sea en reunión de los líderes de la sociedad política. La experiencia de coaliciones del área tradicional siguió el último modelo, ya fuese en el diálogo y la diarquía Sanguinetti-Volonté (administración Sanguinetti bis), ya fuese en el diálogo de triada Batlle Ibáñez-Sanguinetti-Lacalle Herrera (administración Batlle Ibáñez). Más allá de su peso político e institucional, en este esquema el presidente de la República es el primero entre iguales, un primus interpares.
La concepción de Lacalle Pou es de un presidencialismo puro, en el diseño de Argentina, Chile, Colombia, Estados Unidos de América o México. En ese diseño el presidente es el jefe por sí solo y los ministros son sus auxiliares, sus secretarios (y no en vano en Estados Unidos o México la denominación del cargo es de secretario y no de ministro). Hay una relación jerárquica. El presidente no puede ser el primero entre iguales sino el que debe estar por encima. Este modelo lleva a la mayor presidencialización en Uruguay desde la restauración institucional.
Cabe aclarar que a cada quien puede gustarle más un modelo que el otro, pero todos ellos son válidos, ninguno es mejor o peor. El modelo actual es factible en tanto resulte aceptado por los socios, aceptación que por ahora existe. También cabe aclarar que la versatilidad de la arquitectura uruguaya es producto de la combinación de un sistema de gobierno híbrido, un sistema de partidos singular y altamente complejo, praxis en diferentes direcciones, la realidad de cada tiempo y la particular concepción de cada presidente en su respectivo periodo.
En una coalición política la relación entre los componentes es un juego de relación entre altas partes contratantes. Cada uno es independiente y negocia de igual a igual con el otro o los otros, más allá del mayor o menor peso que cada uno pueda tener por su propia dimensión. El jefe, líder o colíder de cada partido es un igual del jefe, líder o colíder de otro partido. Ocurre lo mismo en el plano internacional: Uruguay negocia de igual a igual con Brasil o con Argentina, pese a la enorme diferencia de población, territorio y producto bruto. Como todo juego de poder, la igualdad jurídica o protocolar se combina con el poderío que cada uno pueda ejercer.
En el caso presente, el Partido Nacional tiene en su activo la Presidencia de la República y en su pasivo el haberla obtenida con el apoyo decisivo de sus socios. Pero más allá de obligaciones morales, cuenta con el peso real de la titularidad del Poder Ejecutivo y mayor peso parlamentario que sus dos socios sumados (41 bancas parlamentarias contra 31 de la combinación de los dos socios relevantes). Y cada uno de estos dos socios tienen el formidable peso de ser decisivos para la existencia de la mayoría parlamentaria y legislativa. Eso hace que puedan hablar de igual a igual. Sin el uno o el otro esa mayoría desaparece.
En un modelo así no cabe la presencia como ministro de un jefe de partido. El jefe de un partido, o de la fracción mayoritaria de un partido (a los efectos no importa la distinción) no puede ser a su vez un subordinado del presidente de la República. Es así de simple.
Sin duda, más allá de otras razones, esto lo comprendió el General de Ejército Guido Manini Ríos cuando a principios de diciembre declinó ingresar al gabinete. Dicho en términos militares: como ministro sería un general subordinado al comandante en jefe, tendría al menos un grado menos que el comandante. En cambio, fuera del gabinete, como senador, en tanto líder de un partido, es el comandante de su propia fuerza, menor a la del presidente, pero decisiva para que el presidente tenga soporte. Entonces, el diálogo es de igual a igual.
La aceptación por Ernesto Talvi de un puesto en el gabinete supuso una disfuncionalidad arquitectónica, una incongruencia entre la paridad que el liderazgo de un partido (o de una mayoría partidaria) debe tener con el presidente de la República, y la subordinación que en un modelo presidencialista puro debe tener para con él un ministro de Estado.
Más aún, el nuevo diseño en que el presidente de la República quede en el Poder Ejecutivo y los tres líderes asociados estén en el Senado otorga una visión de equilibrio de fuerzas y de paridad de roles. La presencia de Ernesto Talvi, Julio Ma. Sanguinetti y Guido Manini Ríos en la cámara alta, de los tres juntos, cada uno en su rol y al frente de su respectiva fuerza, produce un cambio significativo en la imagen del escenario oficialista.