El Observador
Cada intervalo desde la pérdida del poder político hasta su reasunción tiene su propia explicación. Cada duración de los intervalos tiene causas específicas. Pero una vez concluido un ciclo histórico, más largo o más corto, lo que emerge como norma es que hasta ahora nunca bastó un solo periodo para analizar las causas de la derrota, formular los cambios y subir el repecho. Lo mínimo han sido dos periodos de espera, lo común, tres.
Hasta ahora nadie retomó el poder luego de un solo periodo de espera.
Las elecciones de 2019, con el fin del por ahora único ciclo frenteamplista, es uno de los cuatro hitos históricos de giro en la titularidad del poder político. Las otras fueron las elecciones de 1958, 1966 y 2004. Cada una de ellos fin de algo: del largo ciclo del coloradismo, del breve primer moderno ciclo del nacionalismo y del larguísimo ciclo de los partidos tradicionales.
El Partido Colorado tuvo la titularidad del poder por 93 años. Pueden reducirse un poco, con el intervalo de 4 años del coronel Lorenzo Latorre, más puramente militarista que colorado. Puede ser menor incluso, de medio siglo, a partir de la protopoliarquía que surge junto al primer batllismo. Y puede ser más corto aun si se cuenta desde el arribo de la poliarquía: 40 años, diez periodos de gobierno (entonces cuatrienales). En estas cuatro décadas contó con la Presidencia de la República y la mayoría del Consejo Nacional de Administración, luego con la Presidencia de la República y la mayoría o la totalidad el Consejo de Ministros y finalmente la mayoría del Consejo Nacional de Gobierno. El 30 de noviembre de 1958 ocurrió lo impensable, llegó ese “bicho que no existe”: la pérdida de la titularidad del poder político y el acceso al mismo de los blancos, incansables opositores, aparentemente condenados a minoría perpetua e inextinguible.
El proceso del coloradismo es interesante. La lectura de la época permite ver a un Luis Batlle Berres que inicialmente se niega a aceptar errores propios y culpabiliza de la derrota a la feroz campaña en su contra desarrollada por Luis Alberto de Herrera en términos éticos; y a la división partidaria, lo que consideró el sabotaje de la minoría colorada, de los batllistas de la “Lista 14” (en primer lugar los Batlle Pacheco, Luis Alberto Brause, Orestes Lanza). Zelmar Michelini –entonces secretario y mano derecha de don Luis- rompe con él y argumenta la imposibilidad para el todopoderoso líder de asumir como causa de la derrota los errores propios, los de su gobierno. Aparece allí un detalle significativo: la dificultad de los derrotados de admitir las causas de la derrota.
Entonces se produce primero una renovación externa al círculo de poder, desde la minoría partidaria: la fusión de varias ramas de la Lista 14 con el coloradismo independiente que desemboca en la creación de la Unión Colorada y Batllista y la puesta a su cabeza del general Oscar Gestido. Un segundo movimiento es la renovación generacional y de estilos, con Michelini que abandona la 15 y Renán Rodríguez que deja la 14, y entre ambos fundan la “Lista 99”. Y en ese camino se renueva el propio Luis Batlle con un firme posicionamiento ideológico contrapuesto al del gobierno blanco y con la convocatoria de sangre fresca (hacen su aparición Julio Ma. Sanguinetti y Jorge Batlle Ibáñez). Pero al Partido Colorado no le basta un periodo en la oposición para retornar al gobierno. Para colmo, a poco de la meta muere Luis Batlle. Ocurrirá después de un intervalo de dos gobiernos colegiados blancos.
Cabe recordar que el Partido Blanco hubo tenido la titularidad del gobierno tan solo en tres oportunidades y lo fue en los albores de la República: 1834 con Manuel Oribe, 1852 con Juan Francisco Giró y 1860 con Bernardo Prudencia Berro. Luego, nunca más hasta 1958 y de nuevo en 1962. Al cabo de esos dos periodos, no logra retener el gobierno y lo pierde. Vuelve a su rol histórico de oposición, pero ahora no antes sino después de haber ejercido el poder en competencia política poliárquica. Es pues un escenario completamente diferente.
En el proceso gubernativo mueren figuras emblemáticas, lo que ennegrece el panorama: Luis Alberto de Herrera, Daniel Fernández Crespo, Benito Nardone (colorado aliado del nacionalismo), Javier Barrios Amorín. La renovación también se hará también desde afuera del círculo de poder, en que la clave es el surgimiento del liderazgo de Wilson Ferreira Aldunate, así como la aparición del Movimiento Nacional de Rocha y la renovación del herrerismo con Luis Alberto Lacalle. Serán tres los periodos de espera hasta retornar al poder en 1989. No hubo una real autocrítica sino un recambio de líderes y elencos.
Si bien estos tres periodos son accidentados (ocurre entre otras cosas la interrupción institucional) el hecho objetivo es que -más allá de otras interpretaciones- no le alcanzó un solo periodo en la oposición para recomponerse e inclusive necesitó tres.
Los partidos tradicionales como conjunto tuvieron el control y hasta la totalidad del poder político desde el protoestado de 1825 hasta las elecciones de 2004: 179 años, o 161 si se le detraen los dos ciclos militaristas (los 4 de Latorre y los 12 del pasado reciente). Gobernaron cada uno en solitario o en diversas formas de coparticipación, colaboración, coincidencia o coalición. Y los dos últimos periodos en coalición pura.
El conjunto de partidos tradicionales debió pasar también tres periodos en la oposición para retomar la titularidad del poder político. Y tampoco fue una dulce espera, sino que debieron acaecer dos olas de renovación en el Partido Nacional, un par de renovaciones fallidas en el Partido Colorado y la aparición de un tercer componente, Cabildo Abierto.
Cada intervalo desde la pérdida del poder político hasta su reasunción tiene su propia explicación. Cada duración de los intervalos tiene causas específicas. Pero una vez concluido un ciclo histórico, más largo o más corto, lo que emerge como norma es que hasta ahora nunca bastó un solo periodo para analizar las causas de la derrota, formular los cambios y subir el repecho. Lo mínimo han sido dos periodos de espera, lo común, tres.
Parece que la pérdida del poder político como fin de ciclo es de tal magnitud, que el afectado tambalea, la vista se le nubla, a veces no sabe dónde está ni qué ha pasado. Semeja un boxeador cuando se levanta de la lona luego del conteo hasta diez. Antes se le llamaba grogui. Ahora le toca al Frente Amplio.