Semanario Brecha
El Frente Amplio en el campo electoral no está desafiado en la izquierda. Pero sí en otros campos. Hay un fuerte crecimiento de una Sociedad Civil autónoma del sujeto partido político, con agenda propia [...] Sin poner en riesgo su existencia, sigue sin resolver su naturaleza política entre el ser un partido político (“ser frenteamplista”) o ser una alianza (“unidad en la diversidad”)
Hay una ilusión óptica cuando se mira la evolución electoral del Frente Amplio hasta alcanzar la cima del gobierno. Nace con casi el 19% de los votos afirmativos, crece a la salida del autoritarismo, se mantiene en medio de la formidable ruptura de 1989, sigue en ascenso hasta pasar la barrera de la mayoría absoluta en 2004. Parece que hay un destino ineluctable y un crecimiento pacífico, sostenido y a cubierto de todo riesgo interior. La realidad fue todo lo contrario: vivió de sobresalto en sobresalto. Todavía usaba pañales y tiene ya su primera escisión: en diciembre de 1973, a consecuencia de la ilegalización de los partidos Comunista y Socialista, y de otros grupos frenteamplistas, el entonces poderoso Partido Demócrata Cristiano (con 8 de los 23 parlamentarios del FA) declara el fin del Frente Amplio ¿Por qué? Hay que ir a las ecografías de la gestación.
Este frente surge a partir de la conjunción en la Asamblea General de un puñado de legisladores en oposición a las Medidas Prontas de Seguridad del presidente Jorge Pacheco Areco. Es el resumen de la acción conjunta de esos grupos políticos, de su gente, de otra gente, en las movilizaciones públicas, en la oposición a la intervención de Secundaria, en la Universidad, en el movimiento sindical, en otros ámbitos de acción popular. Fue un proceso muy rápido que tiene como elemento detonador el llamado que el PDC hace (mediados de 1969) para la construcción de “Un Tercer Partido”. Más allá del apoyo de muchas personalidades nacionales y departamentales, y de la existencia de bases ciudadanas, la construcción es producto de la negociación y acuerdo de cinco fuerzas políticas: el Movimiento Por el Gobierno del Pueblo del Partido Colorado (la “Lista 99”, Zelmar Michelini), el Movimiento Blanco Popular y Progresista del Partido Nacional (Francisco Rodríguez Camusso), el convocante Partido Demócrata Cristiano, el Frente Izquierda de Liberación y el Partido Comunista de Uruguay.
Lo cierto es que en ese rápido proceso convergen tres visiones del sujeto político a crearse:
Una, la de quienes desde tiempo atrás (1955, 1962) impulsaban proyectos de unidad de la izquierda, de frentes de izquierda, como el Frente Democrático de Liberación Nacional (término acuñado por el PCU en los años cincuenta), la Unión Nacional y Popular, el Frente Izquierda de Liberación.
Dos, la de quienes siendo fracciones de uno u otro partido tradicional, veían en el Frente Amplio la construcción de un tercer partido, en el concepto de partido de tipo complejo, como el Colorado o el Nacional.
Tres, la de quienes (como el PDC) lo veían como una alianza para cubrir un momento histórico determinado, con una realidad y un contexto determinados, para enfrentar una situación presente e impulsar un proyecto concreto de transformación; duración indeterminada pero finita en tiempos históricos cortos.
Esto lleva a la primera crisis por la combinación del golpe de Estado más la ilegalización de partidos. Entonces, ante el cambio de contexto, el PDC declaró el fin de esa alianza y pretendió la clausura de una marca (frente amplio) que consideraba propiedad conjunta de los cinco promotores: “Pueden seguir juntos, si quieren, pero usen otro nombre” (Juan Pablo Terra dixit). Por otro lado, como el PDC mantuvo su lealtad hacia la conducción del general Liber Seregni, ese punto de referencia permitió que, al cabo de una década, bajo la conducción de Héctor Lescano, retornase al FA.
Pero las otras dos visiones supusieron una contradicción que hasta el día de hoy el Frente Amplio no ha logrado resolver, entre ser partido y ser alianza (o como impropiamente se dice, coalición). Esa dicotomía fue muy importante en esos años primeros, en que no existía el concepto de frenteamplismo, sino que se proclamaba la unión de “demócratas cristianos, socialistas, comunistas, blancos con el FA, batllistas con el FA, independientes con el FA”
Durante el periodo autoritario aparecieron proyectos alternativos al FA o el perfilamiento individual de los grupos componentes. Hubo proyectos como la Unión Artiguista de Liberación impulsada por los seguidores de Enrique Erro junto a una fracción de los Grupos de Acción Unificadora y al PVP (se integró al FA en 1984); o un proyecto alternativo del PDC (que intentaba construir un seregnismo no frenteamplista).
Hubo hechos significativos, como cuando la venida del rey de España, en 1983, que se reunió en conjunto con los partidos Colorado, Nacional, Demócrata Cristiano, Socialista y Unión Cívica; pero el FA en tanto tal no fue invitado. En esa línea de dudas sobre la existencia del FA, el semanario batllista Correo de los Viernes editorializaba que no correspondía hablar de “la izquierda”, dado que no había una sino tres o cuatro izquierdas. La “Lista 99” discutía si el FA existía o no (Batalla opinaba que sí).
Otro elemento de riesgo lo fue la ausencia de una autoridad con funcionamiento dentro del país (su Comando Político dejó de funcionar desde la segunda prisión de Seregni, enero de 1976, hasta mayo de 1982). Así como el cuestionamiento de muchos militantes y grupos a la autoridad existente en Madrid, a la que consideraban como una estructura dirigida por el PCU (cuando en realidad la integraban también el Partido Socialista, la Lista 99, los Grupos de Acción Unificadora y otros sectores).
Entre los elementos que salvan la existencia del FA cabe mencionar dos sine qua non: el surgimiento del frenteamplismo como identidad, lo que supone el nacimiento de la pertenencia a un sujeto político, que implica politológicamente la pertenencia a un partido político, y la transformación de la figura de Seregni en un símbolo central, y en un verdadero conductor con autoridad por encima de los sectores políticos (esto último limitado al periodo 1981-85). Pero aun no concluida la transición institucional viene el cuestionamiento de la razón de su existencia por parte del ya denominado Partido por el Gobierno del Pueblo (La Lista 99) y luego del PDC, que deviene en la ruptura de 1989; en las urnas se define la salvación del Frente Amplio, que retiene su electorado y sube un peldaño, al alcanzar la Intendencia de Montevideo.
Un quinquenio de respiro y aparece el “Progresismo” como alternativo y superador del frenteamplismo. Aparecen las “casas progresistas”, los “autos progresistas”, la bandera del Encuentro Progresista. Envión largo que dura algo más de una década y libra una última batalla hacia noviembre de 2005: cuando se unifican el Frente Amplio, el Encuentro Progresista y la Nueva Mayoría, hay un intento de rebautizar al FA como Frente Amplio Progresista.
Corresponde a esta altura abrir el análisis en tres sendas. Uno tiene que ver con el campo de acción del Frente Amplio: en el campo electoral y su consecuencia parlamentaria no está desafiado en la izquierda. Pero sí en otros campos. Cabe observarse que hay un fuerte crecimiento, al menos en cuanto a poder de convocatoria, de lo que puede denominarse una Sociedad Civil autónoma del sujeto partido político, con agenda propia, e inclusive en condiciones de imponerla tanto a las organizaciones sociales clásicas (movimiento sindical en primer lugar) como al propio Frente Amplio.
Una segunda senda de análisis es el de las pertenencias: el frenteamplismo como tal, en tanto identidad de la persona, sigue siendo la manifestación de más del 80% de los votantes del FA, pero hace un par de años era muchísimo más, y hoy aparece con alguna fuerza la pertenencia principal hacia la calidad de socialista, comunista, emepepista u otras. Pero lo significativo, relacionado con lo reseñado en la senda anterior, en un fenómeno más cualitativo que cuantitativo, una parte considerable de la militancia de esa Sociedad Civil se autoidentifica como “de izquierda” y no como “frenteamplista”
Y la tercera senda de análisis es que, sin poner en riesgo su existencia, sigue sin resolver su naturaleza política entre el ser un partido político (“ser frenteamplista”) o ser una alianza (“unidad en la diversidad”)