Semanario Brecha
Hay matices sobre la gestión del presidente. La misma gente puede decir: «Apruebo la gestión del presidente, pero no en empleo, en precios o en pobreza». Hay que tener en cuenta que la aprobación de una persona tiene elementos que no son estrictamente de gestión, sino que son afectivos, de simpatía. Lo que no quiere decir que las personas no puedan reaccionar de forma negativa en algunos aspectos
Oscar Bottinelli es un politólogo de larga trayectoria. Es director de la empresa Factum. Sus comentarios son uno de los principales termómetros de la política uruguaya. Fue consultado por su mirada aguda sobre los movimientos del sistema político.
—Al gobierno de Lacalle le dan muy bien las encuestas. ¿Cómo convive esto con lo que pasó con las firmas?
—Primero, vamos a precisar los términos. Tú dices el gobierno, pero es el presidente Lacalle el que tiene un alto nivel de aprobación. Hay que ser prolijo con estas cosas. Efectivamente, las distintas empresas encuestadoras coinciden en que hay una aprobación del desempeño del presidente que está por encima del 50 por ciento, algunos pueden dar más, otros menos. Pero la gestión tiene niveles de aprobación y de desaprobación que están diferenciados según el tema. Por ejemplo: la gestión de la pandemia tiene un nivel bastante alto de aprobación, lo mismo ocurre con la seguridad pública, que tiene un nivel positivo. Pero cuando se habla de empleo, hay una leve predominancia de la desaprobación. Cuando se pregunta sobre los precios, los ingresos y la pobreza, se ve una fuerte desaprobación. Hay matices sobre la gestión del presidente. La misma gente puede decir: «Apruebo la gestión del presidente, pero no en empleo, en precios o en pobreza». Hay que tener en cuenta que la aprobación de una persona tiene elementos que no son estrictamente de gestión, sino que son afectivos, de simpatía. Lo que no quiere decir que las personas no puedan reaccionar de forma negativa en algunos aspectos. Además, a la gente le preocupan cada vez más los temas en los que se evidencia desaprobación.
—Teniendo en cuenta esto, ¿cómo podemos leer lo que pasó con las firmas?
—La cantidad de firmas corresponde a la tercera parte del electorado, de la población con derecho a voto residente en el país (no nos olvidemos que el padrón tiene cerca de 300 mil personas que viven fuera del país). Puede haber una aprobación mayoritaria de algo, pero estar la tercera parte descontenta. Por otro lado, hay otra parte de las firmas que son de tipo político de fondo, partidario, de personas que tienen una visión opuesta a la del gobierno. Si bien la mayoría de la población aprueba al presidente, entre los que votaron al Frente Amplio la imagen del presidente es abrumadoramente negativa. Y, para ese segmento, los temas en los que hay desaprobación son más importantes.
—Entre la posibilidad de que se deroguen los artículos y que no se deroguen, ¿alguna de las dos posturas parte con ventaja?
—Las mediciones que se hicieron con anterioridad al 8 de julio tienen un elemento de contaminación. El elemento que falta en esas mediciones es que ese día, con las firmas, se produce un hecho político. No es lo mismo cómo se ve antes que cómo se ve después. Hoy uno imagina, a priori, que es un referéndum que parte en igualdad de probabilidades entre que se derogue la ley y que se mantenga.
—¿Cómo cambia el terreno político el hecho de que va a haber una campaña de referéndum?
—Por la fecha en la que va a caer el referéndum, lo podemos denominar como un acto electoral de medio período. Más allá de los 135 artículos, el elemento central va a ser un voto a favor o en contra del gobierno. Eso es inevitable. Un acto electoral de medio período no es neutro. Si no se deroga la ley, el presidente sale extraordinariamente fortalecido. Y un triunfo del Sí lo debilita profundamente. La ley de empresas públicas en 1992 fue un golpe muy fuerte para el gobierno de Luis Lacalle Herrera. No solo porque le frenó un paquete de reformas, sino porque lo golpeó en el liderazgo político.
—¿Cómo afecta la campaña que viene a la coalición de gobierno?
—No es el mejor escenario ni para el Partido Colorado ni para Cabildo Abierto, porque un referéndum es binario. Les quita juego a los dos socios menores de la coalición.
—¿Y al Frente Amplio?
—El Frente Amplio todavía no aterrizó los motivos por los cuales perdió. La gente que votó al Frente Amplio en 2004, 2009 y 2014, pero no lo votó en octubre de 2019, son casi 400 mil. Eso implica que el Frente perdió sintonía en muchos sectores, no solo entre los electores moderados, de clase media o media alta, sino también, en la misma magnitud, en las capas más bajas, en el subproletariado, y más en el interior que en Montevideo. Y sigue teniendo un problema de conducción, que es mucho más que quién se elige como presidente del Frente Amplio. Esos temas tiene que resolverlos antes del referéndum. Porque ahora la lucha es política. Más allá de que hubo un apoyo significativo, decisivo de las fuerzas sociales, ahora viene una lucha en la que el centro es lo político-partidario. Se va a partidizar mucho la discusión.