Caras y Caretas
Al Frente Amplio le están faltando ámbitos para una definición nítida y clara de estrategia política de corto y de largo plazo [...] Ante la aparición de crisis sucesivas en el gobierno parece no haber capacidad de respuesta. Ello se combina con una escasa tolerancia a la crítica. El nerviosismo por las crisis y la intolerancia a toda crítica obnubilan el pensamiento
Muchos análisis pueden hacerse de esta primera mitad de gestión del gobierno presidido por Luis Lacalle Pou. Para realizarlos se toman valoraciones generales que confrontan expectativas con realidad y hasta ahora se han podido leer diversos juicios, unos más benevolentes que otros. De todas formas, todas las opiniones coinciden en que el gobierno vive su peor momento sin que esto quiera decir que está en serios problemas. Caras y Caretas entrevistó al politólogo Oscar Bottinelli para conocer su opinión respecto a la marcha del gobierno, el impacto del caso Astesiano y la dificultad del presidente en asumir sus propios errores.
Empecemos por lo más cercano ¿Cómo impacta en el gobierno y en el Presidente lo sucedido con Alejandro Astesiano?
Primero hay que considerar un elemento central: la persona que está físicamente al lado de un presidente durante todo el tiempo en que se mueve fuera de su oficina, sea el custodio principal, sea el chofer, es la persona de su mayor confianza; es quien sabe con total precisión a dónde va, con quién se reúne, con quién habla y qué dice. Hace cuatro o cinco siglos, los grandes maestros de la política daban algunos consejos a los gobernantes, en Francia, Florencia o Venecia, al rey, príncipe, gonfaloniere o doge. Uno: aceptar la realidad, no negarla, no pelear contra ella. Dos, no poner la culpa afuera, asumir la propia responsabilidad. Tres: no subestimar a la gente; tener en cuenta que la gente es más inteligente de lo que muchas veces los dirigentes creen; hay saber que el hombre cuanto más simple es, más capacidad tiene de captar en profundidad. Cuatro, manejar bien los tiempos. Cuanto más se tarde en asumir la responsabilidad, más negativas son las consecuencias.
Hay ejemplos de un pasado muy cercano en que el oficialismo no siguió esos consejos, y dejó de ser oficialismo. También se debe entender -esta enseñanza tiene algún siglo menos- que los pueblos necesitan de gobernantes sólidos, que esos pueblos perciben fortaleza en quienes afrontan la realidad tal cual es y ven debilidad en quienes eluden la realidad. Y cabe agregar un viejo principio militar, que es un principio político y organizacional: toda crisis es crisis de comando, toda falla es falla del mando. Muchos operadores del marketing político piensan lo contrario: que ante una crisis se debe negar la realidad, poner la culpa afuera, generar nuevos impactos que tapen las causas y los efectos de la crisis, aturdir con discursos monocordes, atropellar otras voces. Y tienen su momento de éxito. Un éxito que dura lo que tarda en aflorar la realidad cruda y dura. No hay atajos que permitan eludir la realidad. El efecto de este último camino, tenga o no éxito en el campo propagandístico, es que deja una sociedad dividida y un sistema político crispado, con baja capacidad de diálogo.
¿Cómo se evita la crispación del sistema político? ¿Qué sentido tiene el diálogo y qué capacidad de diálogo hay?
En las últimas semanas han surgido propuestas concretas de diálogo político en dos planos diferentes. No importa quién propuso qué, lo que importa es qué se propuso y para qué. Hay que aprender a juzgar las cosas en sí mismas y no en base a quién es el que propone. Una de las propuestas de diálogo apuesta como elemento principal a elevar la convivencia democrática. Uruguay fue un país de muy buena convivencia, con altos y bajos, pero esencialmente buena, desde la restauración institucional hasta promediar el tercer lustro de este siglo. Por ahí comienza la degradación de este clima. El país ahora está más cerca del debate político de Argentina, España, la Italia de hoy o buena parte de América Latina, que de lo que fueron en Uruguay esas tres décadas post dictadura o lo fuera Italia durante gran parte de la Primera República. En un clima como el actual no hay ganadores, todos pierden. Hay mucha gente que no quiere restablecer esa convivencia, porque se queda en la cortita y no ve las cosas con perspectiva.
El otro diálogo parte de la base que hay problemas cuya resolución es un largo camino que solo puede transitarse con políticas consensuadas, de largo tiempo, que no cambien al compás de los gobiernos. La crisis demográfica de la sociedad uruguaya, la amenaza real del narcotráfico, la educación, la pobreza, la inserción internacional del país, no se resuelven por un solo gobierno y no sirven si se cambian gobierno a gobierno, no se resuelven si son políticas apoyadas por una mayoría circunstancial y rechazadas por una minoría circunstancial, cada una de las cuales a poco de girar la rueda van a cambiar de roles. La búsqueda de grandes soluciones nacionales de consenso en base a una convivencia democrática fue la gran obsesión de Seregni. Con logros y fracasos. Pero ese es el mayor de sus legados.
Ni los entendimientos nacionales ni la convivencia democrática son contradictorios con la existencia de modelos diferentes de país, con el hecho de que cada partido político represente a sectores diferentes de la sociedad y defienda intereses contrapuestos al del otro. Lo que tiene que haber es una voluntad dominante de diálogo y entendimiento. Y parafraseando a Seregni, eso solo lo comprenden los que tienen altura de miras. Es muy importante no confundir estos diálogos conceptuales (como la convivencia democrática) o estratégicos (como las políticas de larga duración) con las conversaciones de quienes piensan parecido para construir una alianza política o diálogos para armar el programa para un periodo de gobierno.
¿Cómo impactan estos hechos en la gente?
Si estas situaciones ocurriesen en momentos de alza del ingreso de los hogares, aumento de salarios y estabilidad de precios, percepción de seguridad ante la delincuencia y alta satisfacción de la población, podría pensarse que su impacto fuese bajo. Pero si, a la inversa, se dan en momentos de creciente insatisfacción, lo uno potencia a lo otro.
¿Cómo evalúa la reacción del presidente de la República?
Esta es una Presidencia que ha tenido un manejo muy prolijo de la comunicación y la propaganda, con resultados exitosos. Durante la Pandemia y hasta el referéndum el presidente manejó sus mensajes con frases que podían traducirse en titulares y tweets perfectos. Quizás fuese que hasta entonces no hubo necesidad de manejo de crisis en cuanto a impactos sobre la Presidencia. Ahora, ante la aparición de crisis sucesivas, parece no haber esa misma capacidad de respuesta. Ello se combina con una escasa tolerancia a la crítica. El nerviosismo por las crisis y la intolerancia a toda crítica obnubilan el pensamiento.
¿Puede haber un punto de inflexión en la opinión pública respecto al presidente?
Los impactos sobre la opinión pública, tanto los positivos como los negativos, llevan su tiempo de maduración. Sin duda hay indicadores preocupantes para el gobierno, como fuerte caída en la visión de la seguridad pública, percepción negativa sobre la economía familiar o un juicio algo negativo sobre la situación actual del país. Y además parece percibirse que el referéndum significó un punto de inflexión en la valoración del presidente. También hay que precisar que no debe calibrarse la opinión pública por la presentación aislada de un dato favorable a uno o desfavorable al otro. Hay que analizar el conjunto de datos, las diferentes variables y su evolución. Y ahí aparecen señales diferentes a los que muchas veces se presentan y se replican en formato propagandístico.
¿Qué balance hace del gobierno cumplida la primera mitad y del presidente en particular?
Éste ha sido un gobierno que uno lo puede clasificar como híper presidencialista para la concepción uruguaya. Yo diría que es un presidencialismo más común en América Latina, más tipo México por poner un ejemplo, un gobierno del partido del Presidente a su vez apoyado básicamente en dos partidos relevantes, que no es lo mismo que una coalición en el sentido de que el propio presidente cuando habla manifiesta con toda claridad que él ve a la coalición como algo legislativo. Él no siente la necesidad de hacer un acuerdo con los socios para tomar decisiones de política exterior o para tomar determinadas medidas que se pueden emitir por decreto o por resolución de gobierno. Esto no es una coalición de gobierno, es un gobierno presidencial con apoyo de otros partidos. En cambio fue eficiente en estos dos años y medio la coalición de administración autónoma o coparticipación administrativa y no hubo grandes rechines; lo que ha habido son más problemas personales entre quienes integran los organismos que problemas en llevar adelante las políticas en los distintos entes autónomos. Ahí el Partido Nacional, el Partido Colorado y Cabildo Abierto han funcionado colectivamente. La coalición legislativa fue una coalición sólida, con algunos desajustes que han sido recientes y hoy ya estamos observando un panorama legislativo mucho más abierto. Uno diría que los dos primeros desajustes fueron el Partido Nacional votando un proyecto del Frente Amplio (de Tabaré Vázquez) sobre los aeropuertos, junto a Batllistas, y lo hizo contra Ciudadanos, Cabildo, Partido Independiente y el Peri. Luego, como tema que crujió más, el proyecto de Cabildo Abierto que vota el Frente Amplio, se sanciona como ley y obliga al presidente de la República a imponer el veto presidencial por primera vez, que no puede ser levantado porque los que lo votaron el proyecto no llegaron a los tres quintos de cada cámara. Pero ahora ya se empezó a ver en eutanasia (a favor el Frente con algunos blancos y colorados, en contra Cabildo y otros blancos y colorados). Se observa también con la no derogación total de la Ley de Medios por la oposición de Cabildo y el Frente Amplio. También otros elementos de la Rendición de Cuentas donde Cabildo y el Partido Colorado no acompañaron.
Se puede decir que al comienzo también hubo desajustes, porque la desmonopolización de los combustibles solo tuvo el apoyo del Partido Nacional. Ahí claramente fue un impulso presidencial pero tuvo al resto de la coalición en contra, más la oposición. Ahora estamos viendo un juego más articulado donde no es automático que lo que se envía desde el Poder Ejecutivo va a tener la aprobación de esa coalición legislativa. Hay sí un espíritu y una estructura mínima en buscar entendimientos, pero ya no es un resultado predecible con una mayoría parlamentaria de fácil acuerdo. Seguramente esto va a continuar así en los próximos años.
El presidente tiene una impronta que lo aleja de una coalición, que es para presidentes muy dialoguistas como Sanguinetti con el Partido Nacional o el de Jorge Batlle con mucho diálogo Sanguinetti y con Lacalle, en un juego que fue de a tres. Ninguno de ellos fue un gobierno de impronta presidencial. E incluso en el mismo modelo cabe el de Lacalle Herrera con dos alas del Partido Colorado, la de Jorge Batlle y la de Pacheco Areco, que conformó una mayoría parlamentaria; sus mayores problemas los tuvo dentro del Partido Nacional, con la minoría blanca. El Frente Amplio, con mayoría propia, presentó otra estructura.
Este presidente tiene una visión muy presidencial del ejercicio del cargo y lo expresa cuando dice: el gobierno envía el proyecto de ley y es el Parlamento el que discute. Es decir, no considera que haya instancias de diálogo a nivel de gobierno sino del Parlamento. Y cuando habla del gobierno lo presenta como sinónimo de Presidente de la República, no como sinónimo de un Consejo de Ministros o de un Poder Ejecutivo. Yo creo que este es un tema importante, que no es solo un tema de una exquisitez de un politólogo especializado en sistemas, porque tiene consecuencias políticas importantes.
Usted ha señalado en algunas entrevistas que desde hace un tiempo la situación económica está generando enojos en la sociedad.
Yo te diría más bien la economía familiar, no la situación macroeconómica. Ahí hay un desfasaje. Se nota ese desfasaje entre los valores macro económicos de un país que tiene un nivel importante de crecimiento y de entrada de dinero, y la micro economía. Desde un punto de vista político y de corto plazo, lo que importa es la microeconomía y esto se instala como problema a finales de 2020. Porque en 2020 la preocupación diaria era otra, aunque las dificultades pudieran ser mayores, la preocupación central era otra: la pandemia, la salud. Hoy a los uruguayos obviamente no les preocupa la pandemia, lo que les está preocupando es el día a día, constituido en gran medida por la economía familiar y por la seguridad pública. Este tema tuvo una gran aprobación de la sociedad durante la pandemia. La percepción es que había habido un cambio en la política que aseguraba la baja de delitos. Pero luego, del primer al segundo trimestre del 2022, la visión sobre la seguridad pública y la delincuencia cayó espectacularmente y aparece una visión fuertemente negativa.
Un problema es que todo esto le ha hecho daño al gobierno, interiormente, porque hubo una creencia de que los resultados positivos obtenidos fueron por su gestión y no por la pandemia; por tanto habían encontrado el camino. Hoy se observa lo contrario, no solo desde la oposición sino también desde el oficialismo donde hay visiones muy críticas que expresan que se debería estar mejor. Entonces esto está siendo un problema serio.
Globalmente hoy ya es más negativa la visión general de cómo marcha el país que los que la ven positiva. Y eso es un cambio importante respecto a un año atrás. Yo diría que por aquí está el resumen. Y no parece que en los dos años que quedan para las elecciones se revierta de manera demasiado fuerte, más allá de que en el último año se espera que haya un impulso a la obra pública, a políticas sociales que pueden impactar algo en el resultado electoral, pero en general no son tan decisivas como todos los actores políticos de todos los gobiernos han creído. Y sumado a esto es probable que en los próximos dos años las diferencias a la interna de la coalición se marquen más claramente.
Los propios dirigentes políticos y muchos analistas ven todo en términos de juego, de pérdidas y ganancias electorales, que los hay. Pero nunca hay que olvidarse que en última instancia los dirigentes políticos representan colectivos sociales, con sus propias visiones de país, con sus propios intereses. Y eso es lo que tienen que representar y defender.
Hay diferencias conceptuales en todo el sistema político. Las hay en el Frente Amplio, las hay dentro del Partido Nacional, aunque muy amortiguadas, las hay en el Partido Colorado y claramente las hay entre los partidos de la coalición. Algunas se puede decir que son más filosóficas, como puede ser el tema de la eutanasia, y otras tienen que ver más con la cuestión económica. Sobre todo se observa que en esas visiones de fondo el Partido Nacional y el Partido Colorado tienen mayor proximidad entre sí que con Cabildo Abierto. Las diferencias que se están exponiendo no solamente tienen que ver con un juego político–electoral sino que hay diferencias en la concepción de fondo en la política exterior, en el papel de la inversión extranjera, en el papel de la pequeña y mediana empresa, en el rol del estado, en el papel de los sectores más perjudicados y golpeados de la sociedad.
Son visiones bastante diferentes. A veces, en algunas áreas, las visiones de Cabildo Abierto tienen muchas coincidencias con las del Frente Amplio; y en otras áreas existen discrepancias profundas, de estar en las antípodas. Por eso estamos en un juego donde no existe un único eje donde se puedan colocar la izquierda para un lado y la derecha para el otro. Hay diferentes ejes, en lo político, lo institucional, lo económico, el rol del Estado, la agenda de derechos. Es muy rica la diversidad. Por supuesto que también hay factores electorales: la fortaleza que mostraba el presidente en 2020 no es la misma que en la actualidad y eso hace que los costos de alinearse o no sean menores o mayores.
¿Cómo ve parada a la oposición?
Hablando estrictamente del tema electoral nos quedan las dudas de cómo se recoge electoralmente un segmento del electorado que está claramente ubicado a la izquierda y que siente atracción por el Frente Amplio. Se puede decir que es muy poco, que es el dos y medio por ciento del electorado, el que votó a Unidad Popular, al Partido de los Trabajadores o un segmento de los votantes del PERI o de Salle. Tienen una concepción de izquierda, en la segunda vuelta votaron a Daniel Martínez con Graciela Villar y votaron el Sí en el Referéndum, pero son refractarios del FA. Es una incógnita lo que harán en las próximas elecciones y no funcionan en bloque.
Al Frente Amplio le tocó desde 2020 una etapa que fue casi la peor de su vida dentro de marcos democráticos. Porque primero fue la oposición que tenía por delante un imaginario de país, de una sociedad diferente cuando llegara al gobierno. Después tuvo el gobierno y después lo perdió. Ya no tiene un imaginario por delante sino que tiene una realidad que dejó atrás. No solo no es lo mismo, es lo opuesto.
Además, esto ocurre simultáneamente con un profundo recambio generacional, tanto de los grupos frenteamplistas como del propio Frente Amplio. Es un recambio generacional completo y eso por definición no es fácil de hacer y mucho menos en un período acotado. Ese recambio comienza en 2019 cuando surgen las candidaturas de Daniel Martínez, Andrade, Cosse y Bergara y el destaque de Orsi en la Intendencia de Canelones pero con proyección nacional. Ahora se puede agregar la figura de Fernando Pereira en la Presidencia del FA. Eso genera muchos ruidos.
Lo otro es que el Frente sufrió el problema de un partido de gobierno cuya estructura, no solo el aparato sino su concepción como fuerza política, quedó subsumida al gobierno. La definición de la estrategia política se trasladó al gobierno. Ahora vuelve a definirse fuera del gobierno, en ese sentido el Frente tuvo que recuperar esa elaboración y da la impresión que todavía no encontró los ámbitos para definir esa estrategia. Ha ido reposicionándose la estructura, el aparato y la capacidad de movilización, pero no lo ha recuperado del todo. Hoy la separación entre el Frente y las organizaciones sociales, básicamente el movimiento sindical, el cooperativismo de vivienda, las organizaciones de jubilados o los estudiantes, es mayor que la que había antes de que asumiera el gobierno. Las organizaciones sociales son más autónomas que antes, no son tan partidodependientes como fueron históricamente. Por otro lado ha surgido, aunque con bastante desarticulación pero con mucha capacidad de convocatoria, lo que podemos llamar sociedad civil. No tienen todavía una articulación muy aceitada pero se está moviendo y no se puede decir con claridad qué es lo que irán a votar en la próxima elección.
¿Usted cree que al Frente le está costando elaborar una estrategia para esos sectores?
Más que eso creo que el problema es que al Frente Amplio le están faltando ámbitos para una definición nítida y clara de estrategia política de corto y de largo plazo. Por ahora el ámbito en que esto se está dando es la bancada de senadores y eso tiene un riesgo enorme, porque puede suceder, y de hecho sucede y sucedió, que mientras el programa del Frente - que lo elaboran las comisiones y los militantes durante mucho tiempo - dice una cosa pero la bancada hace otra. Sucedió durante los gobiernos que hicieron alguna cosa que decía el programa y mucha que no decía. Me parece que hoy el Frente puede estar cometiendo un error similar.
Está marcando una crítica no menor entre lo que se promete y lo que se termina haciendo.
No puede haber una disociación entre lo que dice el programa y la definición política estratégica que va a aplicar ese programa. No pueden ser cosas distintas. Y para que no sean cosas distintas entre muchas cosas el Frente debe escuchar a su base. Ahora está tomando contacto con las preocupaciones reales de una parte de la sociedad uruguaya a través de estas giras de “el Frente te escucha”. Primero porque está escuchando a sus propias bases y también porque está escuchando a quienes no son sus bases. Está escuchando otras voces que le están diciendo cómo ven al gobierno, cómo ven la política, cómo ven por qué perdió el Frente y cómo vieron su gobierno.
El tema es cómo se canaliza eso en el programa porque mucho de lo que recibe desde afuera va a rechinar con lo que recibe desde adentro, de las propias bases y eso a su vez va a chocar, quizás, con lo que elaboran los grupos. Porque las bases del Frente Amplio muchas veces tienen otras discusiones distintas a las que tiene la estructura central del Frente. El otro tema es a qué llamamos bases. Nos referimos a las bases cuando hablamos de las estructuras de base del Frente o de sus grupos políticos y no siempre las bases de uno son también bases del otro. A su vez están los que actúan en el plano social que en una abrumadora mayoría no tienen nada que ver con las bases de los grupos ni con las del Frente, lo que no quiere decir que no sean votantes suyos. Además, fuera de todas esas bases activas hay todo un electorado que no está reflejado allí. Yo diría que la mayoría de los votantes actuales y pasados del Frente no están reflejados ahí.
Partimos de la base que la sociedad uruguaya participa mucho menos de lo que lo hacía hace treinta años. En el mundo pasa esto, salvo en algunos pocos países. En 1971 la gente iba a los Comité de Base a informarse qué pasaba en Uruguay, en el 84 iba para que le explicaran un poco más lo que veía en los medios de comunicación y hoy la gente se informa y da su opinión, fundamentada o no, en segundos, de inmediato, en cualquier red social. Ahí tenemos otro riesgo enorme, el de encapsularse en grupos de redes. Este mundo es mucho más complejo para analizar y actuar en él. En países que tienen larga experiencia en procesos políticos competitivos como los de Europa occidental estamos viendo que este problema está presente, desde la derecha a la izquierda, desde abajo hacia arriba. Quiero decir, nadie sabe muy bien qué hacer ni cómo organizar a una sociedad que recibe, procesa, discute y se enoja en segundos. Nunca antes en la historia de la humanidad había sucedido algo como lo que estamos viviendo.
Es un desorden fenomenal….
Sí, enorme, es un desorden cósmico. Todo el Uruguay tiene este desafío, el Frente tiene este desafío. Y tiene un problema mayor que es detectar dónde están las razones de la pérdida de gente, más que de la pérdida del gobierno. Nosotros hemos hecho un estudio que nos da que si bien el Frente Amplio tuvo algo más del 50% en 2004, 48% en 2009 y 48% en 2014, todo eso fue producto de constantes cambios, de ganancias y pérdidas. No fue el mismo electorado que se mantuvo. El Frente pierde gente desde el 2004 al 2009, del 2009 al 2014 y del 2014 al 2019. Lo que ocurrió fue que del 2004 al 2009 pierde más de lo que gana, y pierde mucho más de lo que aparenta, porque a la vez de perder ganó nuevos votantes. Otra rotación similar sucedió del 2009 al 2014. Y lo que pasó de 2014 al 2019 es que tuvo pérdidas pero sin ganancias.
Una de las pérdidas que tiene y que es bastante significativa es que va reduciéndose la el recambio biológico, que benefició a la izquierda desde que se creó el Frente: la ruptura de la reproducción intrafamiliar del voto o, dicho en criollo, hijos de hogares blancos y colorados que votaron a la izquierda. Ahora el fenómeno se revierte: hijos de hogares frenteamplistas que votan a blancos, colorados o Cabildo. Sumando todo esto da que cerca de 400.000 personas que alguna vez votaron al Frente Amplio no lo votaron en el 2019 o muchos que votaron por primera vez, hijos de hogares frenteamplistas, no votaron al Frente Amplio; muchos votaron a Talvi.
¿Qué debe hacer el Frente Amplio para poder captar de nuevo a esas 400.000 personas?
Son personas que no les son ajenas del todo: alguna vez votaron a la izquierda. Es la sexta parte del electorado uruguayo, equivale a 16 o 17 diputados. Con estos números se puede decir que el Frente sigue captando más que otros a los jóvenes, pero con menos intensidad que antes.
Además tiene un problema en el nivel subproletario, es decir las personas que pueden tener trabajo o no y que en el caso de tener trabajo es probable que sea informal, no organizado, por cuenta propia, pero más vinculado a la pelea diaria por conseguir un peso en condiciones muy difíciles. Son vidas más desestructuradas, casi podríamos hablar de a la intemperie en la vida. Ese voto históricamente no fue de izquierda, fue pachequista. Al principio el FA lo empezó a captar en Montevideo con Tabaré Vázquez; después la gran captación vino con Mujica. Luego pierde mucho de lo que captó.
El otro sector que hay que estudiar son las capas medias más intelectuales, que siempre fueron afines a la izquierda. Esos sectores, por ejemplo profesionales, el Frente los retuvo en la elección de 2014 pese al desafecto por las políticas tributarias, por su identificación con la agenda de derechos. Apoyaron las políticas de igualdad de derechos en la pareja, el aborto, la pareja del mismo sexo. Es como que dijeron: quiero este país por las políticas sociales y de igualdad, a pesar de que me están perjudicando por las políticas tributarias, por las políticas del NPS y la DGI. Hay una percepción de haber sido perseguidos, agredidos. Cuando se llegó a 2019 eso fue notorio, aparecieron los enojos sin nuevas ilusiones. Ahí están los dos grandes segmentos de pérdida.
Además, hacia las capas media, lo importante es que el FA hizo un cambio ideológico, conceptual, que no tengo claro cuándo sucede exactamente pero marca a fuego lo que viene después. Cuando nace el Frente, más claramente a partir de 1984 se decía que “pague más el que tiene más”. Pero en la segunda mitad de la década del 90, el discurso cambió, se convirtió en que “pague más el que gana más”. Son dos concepciones diferentes, que afectan clases sociales diferentes. No necesariamente el que gana más es el que tiene más en Uruguay. Y otra distinción que hizo fue que gravar más a los que ganan y tienen más dentro del Uruguay, pero la reforma tributaria no les afecta si lo que tienen o lo que ganan está afuera del país. Las capas medias todo lo que ganan y todo lo que tienen es en Uruguay.
Ahí vienen los grandes reproches porque cuando alguien se quejaba, le decían: “usted gana bien y se queja”. Pero la respuesta era: “yo gano bien, pero pago mucho más impuestos que los que ganan más que yo”. Esos que ganan más son otra clase social, la alta burguesía podríamos llamarla, y a esa no se la persiguió tanto con el argumento que había que atraer inversión extranjera y que daban trabajo, como si las capas medias no dieran trabajo también. Resulta que 100 pizzerías dan tanto trabajo como una planta de celulosa pero las pizzerías no están exoneradas de impuestos y la planta sí. Con los profesionales universitarios pasa lo mismo. Los que ganan muy bien y se pueden instalar en una zona franca, no pagan impuestos, los que tramitan divorcios, juicios laborales, cobro de cuentas de cualquier tipo, no pueden ir a una zona franca y pagan impuestos. Ahí es cuando esa clase media y media alta sintió que tuvo un tratamiento injusto y desigual en favor de una clase con mayor poder económico. Se podrá discutir si está bien, mal o regular, pero lo cierto es que sienten eso y van a votar en consecuencia. Esos son los problemas que el Frente debe resolver.
¿A usted le parece que comenzó a resolverlo?
Lo que noto es que empieza una preocupación por la pequeña y mediana empresa. Sin dudas en la elección del BPS se pudo ver que el empresariado pequeño o mediano votó masivamente a Un Solo Uruguay contra el candidato apoyado por la izquierda y por las cámaras empresariales. Ese es el último llamador claro. Lo que es importante, porque tiene que ver con estos segmentos del electorado que cuando se analizan las elecciones y la elección es plural, un 6% no vota al Frente Amplio, no vota a la izquierda y pertenece a esos sectores. Cuando la elección se hace binaria, como el balotaje o el referendum, terminan votando a la izquierda. La pregunta que debe hacerse el Frente es por qué en etapas decisorias esa gente vota al Frente, pero no lo vota cuando la elección es con una oferta ampliada ¿Qué no está haciendo el Frente para captar ese núcleo?
Aún faltan dos años para la elección y se comienza a hablar de candidaturas. Hay dos que parecen muy probables, Carolina Cosse y Yamandú Orsi.
Es lo que se ha posicionado a nivel de la gente hasta ahora. Esos dos son los más evidentes, pero también hay menciones para Andrade, Bergara o Fernando Pereira. No veo que este sea un Frente que tenga un nivel de estructura, organización y concepción como para reunirse en un Plenario y elegir a un candidato al que todos vayan a apoyar de primera. Eso pasaba antes, no variaba tanto qué candidato se elegía porque toda la izquierda votaba al que fuese. Eso ya no es así. Hoy el Frente está en un nivel de piso electoral que es inamovible a pesar de las candidaturas y que podemos cifrar en el voto de octubre de 2019, alrededor del 40%. Tampoco se está viendo que las candidaturas en la elección plural de partidos hoy estén levantando mucho la intención de voto. Hay que esperar.
¿Cómo ve las candidaturas en el oficialismo?
Todo indica que los partidos van a ir por separado. El presidente Lacalle Pou es el líder del Partido Nacional y con un nivel de liderazgo que no tiene casi antecedentes. Quizás en un breve período lo pudo tener Wilson, pero igual hubo un ala anti wilsonista. Luis Alberto de Herrera no llegó a tener más que 2/3 del Partido Nacional en su momento de auge. Hoy no hay nadie que se manifieste contra Luis Lacalle Pou. Y además Lacalle Pou está buscando un tridente que pueda ser tan eficaz como el tridente que tuvo el Frente en la última elección en Montevideo. Está impulsando a Pablo Mieres y al Partido Independiente con la idea de disputar votos de centro izquierda. Hacia la derecha necesita fortalecer al Partido Colorado y en el Partido Nacional está buscando un candidato que por ahora parece ser Álvaro Delgado, pero eso no es definitivo.
No mencionó a Cabildo Abierto.
A eso voy. Ninguno de los tres partidos está cómodo con Cabildo Abierto, es explícito. Si pueden disminuirlo, mejor. Pero para disminuirlo necesitan una candidatura en el Partido Colorado que pueda disputar por derecha pero que además logre captar un voto que tiene Cabildo que es subproletario, no es económicamente liberal ni cree en las grandes inversiones extranjeras sin regulación. Hay una idea simplista de que todo es derecha y no, son derechas distintas, no es lo mismo el Partido Colorado que Cabildo Abierto, no quieren lo mismo, no tienen la misma idea sobre el desarrollo del Uruguay ni sobre cuáles son los caminos. Tienen puntos de contacto, pero tienen enormes diferencias. Cabildo va a llegar a la elección posicionado como un tercer actor no del todo separado del bloque tradicional, pero no tan cercano tampoco. Se van perfilando tres bloques: uno con los partidos Nacional, Colorado e Independiente, otro bloque de Cabildo y uno tercero con el Frente Amplio. Probablemente se reedite la Coalición, pero a partir de perfiles claramente diferenciados.
¿Qué temas serán relevantes hacia las próximas elecciones?
La credibilidad en el oficialismo y la precepción de una alternativa. La visión de la gente sobre la economía familiar y la seguridad, y las perspectivas que cada uno vea de futuro.