24 Jun. 2001

Lo difícil es no pestañar

Oscar A. Bottinelli

El Observador

La acentuación de la pauta devaluatoria resuelta el lunes y la incertidumbre generada sobre la política cambiaria a partir del próximo 1° de enero son dos hechos cuyo impacto sobre el comportamiento de la sociedad pueden llegar a ser los más importantes de este año y también del año pasado. Sin duda otros hechos han impactado fuertemente sobre el país, en particular la invasión masiva del virus de la aftosa.

La acentuación de la pauta devaluatoria resuelta el lunes y la incertidumbre generada sobre la política cambiaria a partir del próximo 1° de enero son dos hechos cuyo impacto sobre el comportamiento de la sociedad pueden llegar a ser los más importantes de este año y también del año pasado. Sin duda otros hechos han impactado fuertemente sobre el país, en particular la invasión masiva del virus de la aftosa. Pero la acentuación de la devaluación, que en definitiva supone una devaluación que a fin de año puede llegar al 15% (si se termina cerca del techo de la banda de flotación), significa definir una larga polémica sobre el atraso cambiario, optar por aceptar la existencia de ese atraso y empezar a corregirlo.

Devaluar para Uruguay no es lo mismo que para Brasil, en función de que el país funciona en una economía bi-monetaria, de dólar estadounidense y peso uruguayo. Desde el punto de vista del endeudamiento, es una económica uni-monetaria y esa moneda no es el peso uruguayo sino el dólar. Si algo importante quedaba fuera del endeudamiento en dólares eran los créditos hipotecarios en unidades reajustables, los cuales fueron fuertemente cercenados poco tiempo atrás. La devaluación no es hoy un tema exclusivamente de comercio exterior, de exportaciones e importaciones, sino que afecta el funcionamiento interior de la economía: precios entre empresas (muchos), precios al público (pocos), algunos salarios (pocos, los más elevados). Y en lo que hace al comercio exterior, la decisión de la industria frigorífica de pasar a comprar en pesos uruguayos significa para los productores que pueden dejar de ser beneficiarios de la devaluación que tanto tiempo y con tanto ahínco reclamaron. Por otro lado se espera que las medidas frenen el crecimiento de la desocupación y hasta puedan revertir la tendencia y dinamizar el empleo (sumadas a las medidas anteriores, tomadas en ocasión de la invasión aftósica, en particular las rebajas de los costos sobre la mano de obra en relación de dependencia).

Tampoco la inflación quedará al margen de estas decisiones y los anuncios gubernamentales auguran una acentuación del incremento de los precios al consumo, los que tras tocar piso a mediados de 1999 han iniciado una marcha ascendente; el propio gobierno prevé que a fines de año el ritmo inflacionario se situará en el doble que dos años atrás. Todas estas medidas a la postre serán buenas para unos y malas para otros, lo que es absolutamente claro es que va a ser un revulsivo en el funcionamiento económico y en el social, y lo importante en definitiva será si es mayor la porción de beneficiarios o la porción de perjudicados. Pero además de las medidas tomadas, aparece en el horizonte un tema por demás significativo: el nivel de incertidumbre. La comunicación oficial que más adelante se definirá la pauta devaluatoria para el año 2002 deja que cada uno tome la situación acorde a sus deseos y estados de ánimo, pero lo más claro de todo es que aumenta la incertidumbre.

En un momento así es cuando se observa que detrás de una especie de gran coincidencia sobre la inevitabilidad de las medidas, en el país aparecen diferencias muy fuertes a la hora de los diagnósticos y, como obvio corolario, del camino a seguir. Las distintas posturas en cuanto a diagnósticos pueden sintetizarse, con todo el riesgo que supone la simplificación, en:

Uno. La tesis de que la crisis de Argentina, la situación de Uruguay y aun la devaluación chilena demuestran que hay un modelo que ha fallado, denominado neoliberal. Para esta tesis no hay diferencias importantes entre el modelo chileno, el argentino y el uruguayo; a los sumo son matices de un mismo modelo. Por tanto, el diagnóstico aparece como claro y anunciado: el modelo no sólo es injusto sino inviable.

Dos. Otra tesis se sitúa en la vereda de enfrente, ya que parte de un supuesto completamente diferente: el modelo liberal ni siquiera se ha construido. Lo que Uruguay demuestra son las limitaciones de no haber bajado el costo país, de mantener un gasto público elevado, no haber hecho a tiempo las reformas estructurales, no atraer inversiones. Devaluar la moneda es la forma de bajar costos internos de manera indirecta en lugar de haberlo hecho de manera directa. De alguna manera el país ha entrado en una espiral donde un Estado ineficiente requiere mayores impuestos y consecuentemente un aumento del costo-país.

Tres. Hay más que una tercera tesis, un abanico de posturas intermedias, que en general consideran que el país se ha movido o se está moviendo bien. Que ha hecho todo lo necesario en el ritmo admitido por la sociedad uruguaya. Pero que lo que más afectó no es tanto lo lento o no con que se hayan hecho las cosas, sino en los sucesivos embates de las debilidades ajenas, en particular las fragilidades de Brasil y Argentina, los bloqueos de la Unión Europea y la lentitud de Estados Unidos para abrir sus mercados o para construir el ALCA.

La primera de las tesis es asumida inequívocamente por un tercio del país (con matices puede sintonizar con cerca del 40%). Las otras dos en conjunto pueden sintonizar con otro 40% del país, sin que resulte fácil discriminar las apoyaturas ciudadanas a los distintos caminos.

Planteadas así las cosas, surge claro que lo que Uruguay tiene por delante es nuevamente un debate de fondo. Primero el debate que divide las aguas desde el punto de vista político y electoral, lo que puede denominarse la discusión del modelo. Cuando se dice que es necesario este debate mucha gente puede decir que hace tres lustros se discute lo mismo. En parte ello es cierto, pero en verdad lo que falta es un debate a fondo, un debate de modelos, no meramente un juego de acusaciones sobre la obsolescencia de las ideas de unos o los intereses creados de las propuestas de otros. Un segundo debate es a partir de la situación actual de Uruguay, del momento presente, del barrio en que vive con los vecinos que tiene y del cual no puede mudarse, de la lentitud de Estados Unidos o de la Unión Europea para avanzar en procesos de mayor apertura comercial, del nivel de empleo, salarios, costo-país, inversiones, y a partir de todo esto cuál es el camino que debe seguir el país en el plazo corto, en lo inmediato, en el segundo semestre del 2001, a lo largo de 2002.

Por supuesto que hay un tercer tema de debate, que tampoco es ocioso encararlo, y es el proyecto de país. No sólo el de modelo adentro del país, sino el del país inserto dónde, asociado con quién, produciendo qué y para vender a quién. Un momento de urgencias, de necesidad de medidas inmediatas, es justamente el momento en que es necesario hacer una pausa para reflexionar.