02 Set. 2001

La prolijidad no abunda

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Cuando Franklin Roosevelt se lanzó en pos de la Casa Blanca no tenía idea de lo que iba a hacer ni de cómo sacar a su país de la Gran Depresión. Durante los Cien Días, en esa tormenta de leyes, decretos y actos que significó el nacimiento del New Deal aplicó medidas de típico corte keynesiano, aunque se ha demostrado que el presidente no había oído siquiera el nombre John Maynard Keynes y que tampoco llegó a leer las recomendaciones que éste le escribiera. Hombre esencialmente pragmático, poco ideologizado, fue un buscador de caminos; como sucede con los pragmáticos, encuentra su camino por el mecanismo de prueba y error.

Cuando Franklin Roosevelt se lanzó en pos de la Casa Blanca no tenía idea de lo que iba a hacer ni de cómo sacar a su país de la Gran Depresión. Durante los Cien Días, en esa tormenta de leyes, decretos y actos que significó el nacimiento del New Deal aplicó medidas de típico corte keynesiano, aunque se ha demostrado que el presidente no había oído siquiera el nombre John Maynard Keynes y que tampoco llegó a leer las recomendaciones que éste le escribiera. Hombre esencialmente pragmático, poco ideologizado, fue un buscador de caminos; como sucede con los pragmáticos, encuentra su camino por el mecanismo de prueba y error. Y además fue un gran constructor de alianzas, tanto en el Capitolio como en los grupos de presión, y así formó la gran coalición mantuvo triunfante a los demócratas por dos décadas. Pero ni fue vacilante ni transmitió desconcierto a sus ciudadanos. En medio de la quiebra en cadena de bancos, pidió a su pueblo que no tuviese más miedo que al miedo mismo, que tuviese fe en el futuro y confianza en la Nación y su gobierno, y transmitió credibilidad a los estadounidenses.

Margaret Tatcher fue lo opuesto: una mujer fuertemente ideologizada, que desde que alcanzó el liderazgo del opositor Partido Conservador supo lo que quería hacer, lo pregonó detalle a detalle en la campaña electoral y, tras alcanzar el gobierno, aplicó todas y cada una de sus recetas, duras, frías. Y fue reelegida una y otra vez. Ofreció otro tipo de guía y también transmitió credibilidad a sus gobernados.

Un gobierno puede ser ideologizado o pragmático, o tener diversas dosis de lo uno y de lo otro. Pero lo que necesariamente debe es transmitir credibilidad, del gobierno, no sólo confianza mágica en la figura presidencial. Y la credibilidad tiene algo de intangible y algo de tangible. Intangible en la fe en que más tarde o más temprano se superarán las dificultades o se obtendrá un futuro venturoso. Pero también tangible, en cuanto las medidas concretas que se anuncien conlleven el supuesto implícito de haber sido debidamente estudiadas, cuenten con el respaldo necesario para pasar del campo de las ideas al campo de las realizaciones, y puedan predecirse plazos y resultados con cierto margen de aproximación.

Lo que más sorprende de este gobierno es precisamente la forma en que consume la enorme confianza que logró el presidente de la República luego de su elección. Y esencialmente se consume más por un problema de forma y de procedimientos que por las medidas en sí mismas. Como todas las soluciones de gobierno, las propuestas de Batlle o sus ministros son buenas para unos, malas para otros y más o menos para otros tantos. Y la discusión sobre la bondad o maldad de la generalización del IVA, y hasta de su existencia, entra en el terreno de lo ideológico. Pero si la solución que un gobierno elige se instrumenta bien no es un problema ideológico sino de operativa política; y en materia de operativa las cosas se hacen bien, se hacen mal o más o menos, y no tiene nada que ver con el gusto o disgusto sobre el fondo del asunto. Tiene que ver con la prolijidad en los procedimientos, con la correcta comprensión del objetivo, de las dificultades para alcanzarlo y la elección precisa del camino. Y por supuesto, un conocimiento profundo del tablero en que se pretende jugar.

Cuatro episodios marcan cómo propósitos del gobierno, bueno para sus ideas y sus objetivos, quedaron fuertemente afectados por errores de procedimiento, negociaciones omitidas o mal llevadas, o anuncios desajustados en los tiempos o las formas. Uno, el trámite presupuestal, con triple negociación y un insólito tercer mensaje complementario a título de "fe de erratas", proceso que culminó en un sustancial incremento del gasto. Dos, el Cofis, innovación presupuestal que, además de trastornar a contadores y empresarios apunta a no cumplir sus objetivos y hasta ser contraproducente. Tres, las reformas al sistema laboral, la flexibilización laboral, anunciada en el lugar inoportuno y de forma lo más irritativa concebible para el sector laboral. Y cuatro, el anuncio de la generalización del IVA, o más exactamente, la de una rebaja del IVA básico, acompañado de aumentos al IVA en carnes, fideos, créditos del BHU, diarios y revistas, boleto y compraventa de moneda extranjera. La imprecisión del anuncio generó el mayor de los desconciertos, al punto que casi todos los economistas fijaron postura ideológica y no aventuraron resultados. El efecto real inmediato no fue presentado, en particular los temores para los hogares de menores ingresos en cuanto al impacto sobre los alimentos básicos, el boleto y los créditos del BHU. Pero además se anunció su aplicación en el término de 30 días, cuando no se contaba con los 50 diputados y los 16 senadores necesarios para su aprobación.

Se puede argumentar que el presidente encuentra bloqueado su camino porque no cuenta con mayoría parlamentaria propia. Eso es así. El gobierno descansa sobre una coalición de tres grandes pilares: el Foro Batllista (18.5% de las bancas), la 15 (15.5%) y el Partido Nacional (22%); que en total le supone el respaldo del 56% de los escaños legislativos, suyos pues son menos de la tercera parte de lo necesario. Pero no es ninguna sorpresa, ya que el 31 de octubre quedó delineado el esquema parlamentario y el balotaje se disputó con el telón de fondo de ese escenario. No sólo no es sorpresa, sino que tampoco es una anomalía, sino la perfecta consecuencia del sistema. Porque el sistema político uruguayo responde a una ingeniería compleja: un presidente de la República elegido por mayoría absoluta; un parlamento conformado mediante proporcionalidad pura (un espejo perfecto del mapa político nacional); y mecanismos jurídicos y cultura política que exigen al gobierno (al menos en la primera mitad de su período) contar con mayoría parlamentaria. Esta ingeniería determina que el presidente no pueda imponer por sí su programa y sus ideas, y deba tejer los acuerdos necesarios para consolidar mayorías en las cámaras.

La lógica misma del sistema empuja a la negociación. El presidente puede resultar bloqueado porque no encuentra margen para la negociación, pero lo que un gobierno no puede es resultar bloqueado por no haber intentado la negociación, o haberla llevado adelante mal, en forma desprolija. Y si pretende eludir la negociación, como en su momento lo hizo Pacheco, tiene que tener la decisión y la fuerza, y estar en el momento histórico oportuno, para poder empujar a los demás contra las cuerdas y obtener las mayorías contra la voluntad de muchos de sus integrantes.

La desprolijidad en los procedimientos le ha acarreado al gobierno un presupuesto con mayor déficit del pretendido, un Cofis mal parido, una flexibilización laboral que no arranca y una generalización del IVA que por ahora no va, al menos con la velocidad anunciada.