05 May. 2002

La ilusión óptica francesa

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Dos domingos atrás el mundo quedó sorprendido por el nuevo escenario francés, la polarización entre el candidato del sistema Jacques Chirac y el antisistema de extrema derecha Jean Marie Le Pen. Titulares de prensa y largos análisis fueron dedicados al giro a ultraderecha de La Grandeur. Lo que poco se percibió es que se trató de una ilusión óptica, porque Francia no giró hacia la extrema derecha, la cual creció bastante, pero no demasiado, pasó de algo más del 15% hace siete años a poco más del 19% ahora; en total, 4 puntos porcentuales, lo que proporcionalmente es importante, pero en el conjunto de la sociedad es bastante poco.

Dos domingos atrás el mundo quedó sorprendido por el nuevo escenario francés, la polarización entre el candidato del sistema Jacques Chirac y el antisistema de extrema derecha Jean Marie Le Pen. Titulares de prensa y largos análisis fueron dedicados al giro a ultraderecha de La Grandeur. Lo que poco se percibió es que se trató de una ilusión óptica, porque Francia no giró hacia la extrema derecha, la cual creció bastante, pero no demasiado, pasó de algo más del 15% hace siete años a poco más del 19% ahora; en total, 4 puntos porcentuales, lo que proporcionalmente es importante, pero en el conjunto de la sociedad es bastante poco. Como buena parte de los intelectuales franceses (politólogos, sociólogos, periodistas) sintió mucha vergüenza por el resultado, se dedicaron en análisis y notas periodísticas a agrandar la ilusión óptica con un mapa del fenomenal crecimiento de la extrema derecha en Europa; para fundamentarla debieron correr la frontera de la extrema derecha hasta llevarla casi al centro, a fin de incluir por ejemplo a la posfacista Alianza Nacional de Italia, que tiene tanto de extrema derecha como los poscomunistas Democráticos de Izquierda tienen de extrema izquierda.

Lo que no fue ilusión óptica es que el balotaje se dirime entre dos candidatos que sumados tocan el 36% de los votos y que, dada la abstención, representan en conjunto a la quinta parte del electorado francés. Para dar un ejemplo de la baja representatividad del primer candidato. Hasta hoy el Partido Nacional está en estado de shock por el resultado adverso de 1999, donde cosechó el 21.7% de los votantes, ni más ni menos que dos puntos porcentuales y medio por encima del exitoso Chirac. La derrota de Jospin, su eliminación de la segunda vuelta fue esencialmente un tema de arquitectura electoral, efectos de la forma en que se presentó la Izquierda Plural y no un problema de votos, de apoyo popular. La Derecha Parlamentaria es la primera fuerza de Francia y la Izquierda Plural la segunda, con casi el doble de apoyo que la extrema derecha.

Lo que las elecciones francesas evidencian, su primera vuelta presidencial, son los límites de la razonabilidad y la lógica del balotaje. La teoría del sistema es que el presidente de la República tendrá el respaldo de la mayoría absoluta del electorado activo, pero esa mayoría puede resultar tan artificial y endeble como lo aleatorio del pasaje del primer al segundo turno. Un número elevado de candidaturas, la falta de candidaturas aglutinantes, la dispersión del electorado, conllevan a que la representatividad de los candidatos finalistas sea estrictamente formal. Quizás nunca como en este caso ha sido válido el aserto de que se ve legalidad pero no legitimidad.

Y a partir de aquí, el tema entra en la cancha uruguaya. Tanto Francia como Uruguay a nivel presidencial aplican la variante conocida como sistema de mayoría absoluta invariable (que difiere radicalmente de otros sistemas de balotaje, en su teoría, su lógica y su mecánica, como por ejemplo la elección parlamentaria francesa). Y este sistema de mayoría absoluta invariable con una segunda vuelta definitoria exclusivamente entre dos candidatos, no es una herramienta perfecta, sino muy endeble, de las más endebles de la ingeniería electoral conocida. Lleva al elector por caminos que no son necesariamente lógicos. Y si eso es válido en el clásico mecanismo de dos vueltas, lo es más aún en el original régimen de tres vueltas que se inventó en Uruguay, este gran laboratorio de la ingeniería constitucional. Porque las llamadas elecciones internas no son tales, sino la primera de tres elecciones sucesivas y vinculadas, que producen el mismo embudo que el sistema de copa o sistema de eliminatorias que se aplica en el fútbol: hay cuartos de final, semifinal y final. Cuando en el momento decisivo el elector debe escoger entre dos candidatos, no necesariamente son los que con otros mecanismos hubiesen convocado la adhesión mayoritaria de la gente.

Ya que la reforma política vuelve al tapete, para satisfacción de politólogos, constitucionalistas y expertos electorales, y si se piensa en rever el sistema de elección presidencial, o extender el balotaje al ámbito municipal, más vale ir despacio por las piedras.