09 Jun. 2002

El bocón y la duplicidad

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El malhadado episodio que protagonizó el presidente de la República tiene muchos ángulos de análisis: la ética periodística, la intención al divulgarse una grabación y su efecto sobre los bonos argentinos, el estado espiritual del primer mandatario, la oportunidad de su conversación con el periodista, la veracidad o falsedad del contenido de sus dichos, la referencia a los argentinos en su totalidad.

El malhadado episodio que protagonizó el presidente de la República tiene muchos ángulos de análisis: la ética periodística, la intención al divulgarse una grabación y su efecto sobre los bonos argentinos, el estado espiritual del primer mandatario, la oportunidad de su conversación con el periodista, la veracidad o falsedad del contenido de sus dichos, la referencia a los argentinos en su totalidad. En fin, es un buen programa de investigación el que surge de allí. Pero hay un ángulo de análisis que resulta interesente. No se sabe con certeza cuál es la opinión ni de la sociedad argentina ni de la uruguaya ante el episodio, porque no se ha divulgado ninguna encuesta científicamente válida, pero cabe presumir que hay segmentos importantes en ambas márgenes del Plata que consideran los dichos del presidente como imprudentes y como una boutade diplomática. El canal cable Telenoticias lo calificó de “bocón”, palabra vulgar que resumiría esa idea de imprudencia.

¿Por qué bocón? ¿Porque es absurdo lo que dijo, o por haberlo dicho? Bocón quiere decir irse de la boca, decir lo que no debe decirse, aunque se lo piense. En otras palabras, al presidente se lo acusa de decir lo que piensa, porque es imprudente y no se debe decir siempre lo que se piensa. Lo cual es un sano principio que todo el mundo aplica en su vida, en su vida personal y en su vida profesional, en el living de la casa y en el escritorio de su trabajo, con su esposa, sus hijos, sus clientes, sus amigos. Porque no siempre es conveniente decir las cosas, porque al decirlas se crean hechos, se generan consecuencias, muchas veces opuestas a lo que se quiere lograr. Cuántas veces el consejo es “no reproches lo que te parece mal de la otra persona, con suavidad trata de enmendar lo que hace, sin herirla”; eso quiere decir lisa y llanamente “no le digas lo que piensas, o al menos todo lo que piensas”.

Por otro lado una de las acusaciones más reiteradas sobre los actores políticos es el doble discurso. Es decir, se les acusa de decir una cosa en privado y otra en pública, de pensar una cosa y decir otra. Y aquí aparecen dos contradicciones interesantes. Pensar una cosa y callarse, decir otra, o decir la misma cosa pero parcialmente, es muy común en la vida privada y en la vida profesional, se acepta, se respeta y se aconseja. Todos los cursos de convivencia matrimonial, educación de los hijos, marketing, relaciones con el personal, cómo llevarse bien con los amigos, y demás, van por ese camino. Parece que eso es válido urbi et orbi, más allá de tiempo y lugar. Con una excepción, una sola, la política. A los políticos se les exige que actúen de manera diferente al resto de los seres humanos, que digan siempre y en todo momento lo que están pensando, aunque ello resulte inconveniente o inoportuno. Es la prédica constante contra el doble discurso. Pero si alguien hace caso a la prédica, y de verdad dice lo inconveniente en el momento inoportuno, seguro que va a quedar como un bocón. Parece hora que la sociedad, y que también muchos formadores de opinión pública, se pongan de acuerdo consigo mismos en lo que quieren.

Hay por supuesto otras formas de doble discurso. Uno muy común es juzgar al gobierno que uno apoya, o al partido de su preferencia, con una vara, y emplear otra para juzgar al adversario. Eso sin duda lo hace el Frente Amplio con el gobierno de coalición, y blancos y colorados en relación a la izquierda. Pero no es diferente a cuando los uruguayos consideran impecable la expulsión del francés Thierry Henry, pero protestan por la tarjeta amarilla a Pablo García. O al revés, cuando la prensa danesa y francesa destacan la ferocidad de los jugadores uruguayos, y olvidan que a la fecha Dinamarca tiene el récord de amarillas y Francia el récord de jugadores suspendidos. El ejemplo sirve para ver que el tema no es sólo de la política, sino que es propio de la vida, y tiene que ver con la subjetividad de los humanos. Quien más quien menos se juzga a sí mismo por sus intenciones y sus valores, y a los demás por los actos que realizan; o más aún, por las intenciones que uno les atribuye. Parece hora de pensar que el tema del doble discurso es mucho más complicado de lo que parece.