21 Jul. 2002

Los últimos 60 minutos

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El nivel de la crisis económica y social del país es lo suficientemente obvia que no exige descripción. Tanto que el comentario más optimista que puede oírse es: “no estamos tan mal, vamos a estar peor”. En lo económico, además de las medidas propiamente económicas, importa la conducción política, la existencia de ella, su firmeza y la claridad del rumbo.

El nivel de la crisis económica y social del país es lo suficientemente obvia que no exige descripción. Tanto que el comentario más optimista que puede oírse es: “no estamos tan mal, vamos a estar peor”. En lo económico, además de las medidas propiamente económicas, importa la conducción política, la existencia de ella, su firmeza y la claridad del rumbo. Por supuesto que un gobierno firme y con rumbo claro va a concitar grandes adhesiones y fuertes oposiciones, pero eso es lo natural.

El presidente de la República está en el peor momento de su mandato. En la opinión pública ha caído fuertemente la aprobación, la confianza y la credibilidad del primer mandatario. Pero también se ha diluido la confianza en el gobierno de una parte sustantiva de los industriales, comerciantes y productores rurales. Por otra parte sus adversarios políticos se encuentran en el mejor momento, más cerca que nunca de alcanzar el gobierno en las próximas elecciones, quizás con mayor capacidad de captar votos que de generar esperanza, pero para ganar la Presidencia no importa si los votos que se cuentan fueron depositados con esperanza o sin ella.

El presidente, el gobierno, la coalición de gobierno y los partidos tradicionales están en la hora penúltima. Y en el tiempo que resta de aquí a octubre del 2004 sólo les cabe hacer la movida correcta en cada jugada, sin posibilidad alguna de un solo error. Y aún así, con el juego más exacto posible, no tienen asegurado el triunfo. A casi dos años y medio de gobierno, recién se hace la primera reunión de los tres grandes líderes de la coalición; lo que debió ser rutina, es un acontecimiento extraordinario realizado in extremis para lograr oxígeno. Pero a esta altura no son suficientes los gestos aislados, porque ha habido muchos gestos aislados cada uno de los cuales fue sucedido por alguna frustración. Se requiere una continuidad, y la fundamental es demostrar la existencia de una conducción política sólida y coherente; ello exige un ámbito de conducción, que parece no haber otro que una reunión muy frecuente de los tres grandes líderes, y una forma de conducción: el procesar todas las ideas, planes y proyectos en el ámbito interno de la coalición, y comunicar a la gente lo que ya cuenta con consenso; no hay más margen para que el presidente o la conducción económica anuncien lo que luego no tiene viabilidad o lo que son simples ideas repentinas o gustos personales.

Y es mucho más lo que hay que evitar. El presidente de la República debe ser más parco aún en sus palabras, más de lo que ha sido en las seis semanas pasadas, y sólo hablar para anunciar lo ya definido, acordado y que cuenta con apoyo suficiente; el jefe de Estado debe ser el conductor del país, no un intelectual que lanza ideas para provocar el debate. Los líderes de primer y segundo nivel, los demás actores políticos, los partidos y las fracciones deben entender que no hay más margen para el juego de desgaste. Durante buena parte de la última década hubo intensas movidas que generaron la erosión del Partido Nacional, del herrerismo y de Lacalle; en los dos últimos años el blanco de los ataques fue el Foro Batllista y Sanguinetti. Tanto Lacalle como Sanguinetti resultaron afectados por esas campañas en las que hubo fuerte participación pública o encubierta desde los propios partidos tradicionales, a lo que se suma la erosión que por sí solo ha sufrido Batlle, el otro de los tres grandes líderes tradicionales.

Tampoco hay más margen para que la conducción económica haga anuncios que luego se desmienten o mueren en los escritorios. Ni para que se designen figuras cuyo afán de protagonismo las lleva a generar fuertes polémicas, grandes titulares y hacer mutis a poco de sentarse en el cargo. No hay margen para los juegos de poder entre técnicos y políticos en las filas del sector de gobierno, ni para que figuras de la conducción económica o legisladores del oficialismo retiren sus dineros de los bancos mientras el presidente pide a la gente confianza en el sistema financiero. El presidente, el gobierno y los partidos tradicionales deben aprovechar cada segundo de cada minuto, sin posibilidades de error alguno.