27 Oct. 2002

Amnesis - Justitia - Pax

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En el funcionamiento ordinario de las sociedades, los individuos están obligados a cumplir un conjunto de normas y, de no hacerlo, se aplica lo que se denomina justicia, que es la coacción para que ese cumplimiento ocurra o, en su defecto, opere una sanción. Pero llegan momentos en que no es posible a la vez aplicar justitia y mantener la pax, entendido al menos como una convivencia social ordenada; puede ser la necesidad de una pax general o de una pax parcial, referida a un conjunto determinado de la sociedad.

En el funcionamiento ordinario de las sociedades, los individuos están obligados a cumplir un conjunto de normas y, de no hacerlo, se aplica lo que se denomina justicia, que es la coacción para que ese cumplimiento ocurra o, en su defecto, opere una sanción. Pero llegan momentos en que no es posible a la vez aplicar justitia y mantener la pax, entendido al menos como una convivencia social ordenada; puede ser la necesidad de una pax general o de una pax parcial, referida a un conjunto determinado de la sociedad. Es aquí cuando surgen caminos extraordinarios, que en criollo se pueden denominar “borrón y cuenta nueva”, y que los griegos llamaron olvido (amnesis), y a la figura jurídica se le llamó amnistía. O en forma más limitada, relacionado con la conducta específica de individuos, aparece el concepto de perdón. Si hay olvido o perdón no hay justicia. Si hay justicia no hay olvido ni perdón. En determinado momento son términos irreconciliables. ¿Cuándo se opta por uno o por otro?: según la correlación de fuerzas en un lugar determinado y en un momento dado. El camino más seguro para aplicar la justicia es la derrota (como bien lo sabe Milosevic) y el camino más seguro para el olvido, el perdón o a veces la simple distracción es la conservación de un puñado de fuerza. Con crudeza: la distancia que va de la justicia al olvido y el perdón es la diferencia de fuerza para hacer lo uno o hacer lo otro.

En las transiciones de regímenes autoritarios a democracias liberales, la forma de la salida determina la elección del camino. Cuando unas fuerzas armadas pierden una guerra, como en Grecia, se rinden, abandonan el gobierno sin condiciones y la justitia se impone con toda su lógica. Cuando la transición es producto de un pacto, explícito o tácito, no hay justitia, porque hay olvido, perdón o a veces simple distracción deliberada. En Uruguay (como en Polonia) la salida fue pactada, explícitamente en el Club Naval, implícitamente en la aprobación de la Ley de Caducidad. Y como salida pactada supuso el renunciamiento total o parcial a la justitia. No todo el país aceptó esto de buena gana. El Frente Amplio buscó alguna forma de justitia simbólica, no necesariamente de castigo, que fue resumida en el lema “verdad y justicia”. Otros sectores se aferraron a la justitia pura y exigieron “juicio y castigo”.

Como la amnesis o la justitia son producto de la correlación de fuerzas, cuando ésta cambia puede cambiar la balanza. Es lo que ocurre en este proceso que tiene a la figura de Juan Carlos Blanco como elemento emblemático, porque más allá de la figura del ex-canciller y de la de la maestra desaparecida, lo que está en escena es el juicio a las violaciones de los derechos humanos durante el periodo militar y la forma de resolución de ese problema al restaurarse la democracia. Ocurre este cambio porque el talante del país ha girado fuertemente a la izquierda en estos trece años que van desde la aprobación popular de la Ley de Caducidad, y junto con el país cambia también el talante de los magistrados; porque los magistrados son producto de la sociedad a la que pertenecen, porque la renovación de la judicatura y el ministerio público sigue los parámetros de la sociedad y porque además el sistema judicial siempre tiende a expresar la ideología dominante en la sociedad.

El procesamiento de Blanco es un triunfo (provisorio o definitivo) de los sectores más combativos de la izquierda, que nunca se resignaron al concepto de amnesis. Con ello han logrado perforar la estrategia de la búsqueda de la “paz definitiva”, impulsada por el presidente Batlle con el firme apoyo de Vázquez, que tiene como instrumento a la Comisión para la Paz. A pocos días de concluir ésta su labor, la “paz definitiva” queda afectada y el país vive, en un giro de 180 grados, la reapertura del debate sobre los años de la dictadura, debate que del otro lado extenderán a todos los años de violencia, desde 1962 a 1984. Pero también este procesamiento implica un golpe a la estrategia frenteamplista. Vázquez y la dirigencia del Frente Amplio impulsaron la Comisión para la Paz con la finalidad de llegar al gobierno con el tema cerrado; de los desaparecidos y de todo lo acaecido en el periodo militar, y asegurar así la gobernabilidad del país. Porque hoy la dirigencia de izquierda no tiene otro camino que aferrarse a su discurso y, consecuentemente, apoyar juicios y procesamientos, pero por otro lado llegando al gobierno tiene la necesidad de lograr un marco de gobernabilidad, en el peor momento económico y social de la vida del país. Tabaré Vázquez y un gobierno frenteamplista son quienes más necesitan pax y no justitia; pero no lo pueden decir.