24 Nov. 2002

¿Quo vadis Uruguay?

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Los países pueden tener políticas exteriores previsibles o imprevisibles. Lo uno y lo otro puede ser bueno o puede ser malo, depende de qué país se trate. Si imprevisible son los Estados Unidos, es un problema para el mundo; si imprevisible es la pequeña y remota República Oriental, el problema es para esa propia república, ya que tanto el mundo como la región pueden vivir sin notar su existencia.

Los países pueden tener políticas exteriores previsibles o imprevisibles. Lo uno y lo otro puede ser bueno o puede ser malo, depende de qué país se trate. Si imprevisible son los Estados Unidos, es un problema para el mundo; si imprevisible es la pequeña y remota República Oriental, el problema es para esa propia república, ya que tanto el mundo como la región pueden vivir sin notar su existencia. Lo primero en la política mundial es tener conciencia de la propia dimensión e importancia, y a partir de ello buscar potenciar esos elementos. La historia demuestra como este pequeño país por largos períodos tuvo una influencia en el concierto internacional desproporcionada a su tamaño, su riqueza y su valor estratégico. Por lo pronto por aquí asoma la primera incógnita a despejar de la política exterior del país: si se considera que es o no importante su inserción en el mundo.

Como todos los actores políticos coinciden en que es importante, lo siguiente es definir si se entiende conveniente ser previsible o por el contrario cabe ser desconcertante. Porque para la dimensión del país no es posible ser desconcertante y pretender a la vez insertarse en el mundo, en la región o en alguna región. Al definir la primera interrogante se resuelve la segunda. Y de suyo surge una tercera incógnita: si cabe una política de gobierno o es necesaria una política de Estado. Como es sabido las políticas de gobierno son más flexibles y a la vez más débiles, las políticas de Estado son más rígidas, más difíciles de concertar y de mayor peso. Los grandes tratadistas coinciden en que los países débiles logran mayores resultados con políticas de largo plazo, que no cambien al socaire de los cambios de gobierno o de personas. Lo importante es que se defina qué tipo de política va a tener el Uruguay

¿Cuál tiene ahora? Es muy difícil clasificarla, ya que se proclama como política de Estado y parece no ser tal. En lo discursivo tiene una política presidencial que no coincide demasiado con la política de la Cancillería, que al parecer es la que se lleva adelante en la práctica; y ni una ni otra son necesariamente compartidas por todo el sistema político; y cuando los partidos discuten, lo que surge es lo menos parecido a un consenso de Estado.

En estos momentos se asiste al relanzamiento del Mercosur, en una forma harto peligrosa para el Uruguay: como una asociación bilateral entre Brasil y Argentina, que arrastra a los socios menores (casi nace así, lo que fue abortado por el entonces presidente Lacalle). En este relanzamiento es capital el giro de Brasil, producto del propio giro de 180 grados del saliente presidente Cardoso y del rumbo que impulsa el presidente entrante Lula. Frente al mismo Uruguay presenta situaciones fácticas complicadas. Por un lado el sistema político nacional está mal parado ante el nuevo gobierno brasilero: no son buenas las relaciones de Batlle con Lula, y son francamente malas las de éste con Tabaré Vázquez. Si el nuevo gobierno de Brasil piensa que el próximo presidente será Vázquez, entonces está viendo que la cosa anda mal con el presidente uruguayo actual y con el futuro. Es un mal punto de partida para este relanzamiento.

Pero lo más sustancial (porque las relaciones personales se pueden arreglar) es que en el país hay fuertes divergencias sobre las relaciones de Uruguay con el Mercosur, como quedaron en evidencia en los sucesivos seminarios del Centro de Estudios Estratégicos 1815 y del Centro de Altos Estudios Nacionales, ocurridos entre el 4 y el 6 de noviembre. Para el presidente de la República “el cambio más importante que Uruguay puede tener para promover y provocar una reforma del país son los acuerdos comerciales con el mundo de las grandes regiones, como el Nafta y la Unión Europea”, ya que el Mercosur es “una suma de dificultades y pobrezas”. Para el vicepresidente de la República (como para el ex-presidente Sanguinetti) el Mercosur es un gran objetivo que debe tener una dimensión política. Para el presidente del Partido Nacional el Mercosur debe ser esencialmente un escenario económico y comercial, no político. Y para el vicepresidente del Encuentro Progresista, así como para los líderes de los sectores frenteamplistas, el Mercosur es la salida que tiene el país para insertarse en el mundo. Hay pues mucho para hilar y tejer en política exterior.