16 Mar. 2003

El tranvía que pasó una vez

Oscar A. Bottinelli

El Observador

La imagen del hombre que toma el tranvía en marcha ha sido usada muchas veces para describir el nacimiento del Mercosur. Al despuntar los años noventa, Brasil y Argentina avanzaban rápidamente hacia la conformación de una unión aduanera binacional o al menos hacia una zona bipartita de libre comercio. El entonces presidente Lacalle vio que el tranvía pasaba sin detenerse, que si pasaba Uruguay perdía una oportunidad histórica, y sin hacer señas al conductor subió al país al vehículo (con el apoyo de todo el sistema política, fue una decisión de Estado).

La imagen del hombre que toma el tranvía en marcha ha sido usada muchas veces para describir el nacimiento del Mercosur. Al despuntar los años noventa, Brasil y Argentina avanzaban rápidamente hacia la conformación de una unión aduanera binacional o al menos hacia una zona bipartita de libre comercio. El entonces presidente Lacalle vio que el tranvía pasaba sin detenerse, que si pasaba Uruguay perdía una oportunidad histórica, y sin hacer señas al conductor subió al país al vehículo (con el apoyo de todo el sistema política, fue una decisión de Estado). Con Uruguay arriba el acuerdo caminó hacia algo más grande y más pretencioso. Nació así el Mercado Común del Sur.

Con mucha imaginación y voluntarismo, los habitantes de estos confines del mundo decidieron caminar al quíntuple de velocidad que los europeos occidentales. Se empezó por una unión aduanera, sin previa prueba sobre la viabilidad de un área de libre comercio. Y en menos de cinco años se trazaron desafíos formidables. Uno de ellos fue la moneda común, que hasta se le propuso nombre (Gaucho), lo que va de suyo supone la previa convergencia de las políticas macroeconómicas, que no estaba planteada en ese momento y que por ahora lo más en común que tienen son los sucesivos desplomes de las respectivas monedas nacionales. La magnitud del imaginario resalta si se piensa que medio siglo después del Tratado de Roma y a 11 años de vida de la Unión Europea, el euro tiene un solo año de vida y no alcanza a la totalidad de los países miembros (fue adoptado por 11 de los 15 miembros). El segundo desafío lo constituyó el esbozo no explícito de unión política. Lo más visible es el estampado del nombre Mercosur en los pasaportes; como se sabe los pasaportes son el documento que exhibe nacionalidad y ningún país pone en sus pasaportes los tratados comerciales, sino las pertenencias políticas. Esto es todo lo avanzado en materia de unión política, aunque han flotado ideas acerca de un parlamento regional de elección directa.

Pero pese a ese voluntarismo y a esa imaginación, el Mercosur no ha despegado de su calidad de conflictiva zona de libre comercio, con marchas y contramarchas, con arroz y bicicletas detenidos en las fronteras, y de imperfecta unión aduanera, en que las unilaterales devaluaciones echan por tierra una y otra vez los efectos de la unificación de aranceles.

Desde que el Mercosur nació, dejó los pañales y empezó a ir a la escuela, la mayor adhesión constante provino de Uruguay. Pudo decirse con razón que “si el Mercosur cerraba, Uruguay se quedaba para apagar la luz”. Con la asunción de Batlle el cambio de posición del país fue radical: debilitó su adhesión al acuerdo regional, apostó fuertemente a los Estados Unidos (a un acuerdo bilateral en primer lugar, subsidiariamente a un ingreso al Nafta y de no haber más remedio a la creación del ALCA). En realidad no fue un cambio de posición del país, sino un cambio de discurso presidencial y el comienzo de una actitud zigzagueante y confusa del país. Los socios empezaron a desarrollar el difícil arte de desentrañar las señales del Uruguay: discursos del presidente para un lado, palabras del vicepresidente para otro, pronunciamientos de la cancillería poco coincidentes con el presidente, líderes socios de la coalición en divergencia entre sí y además con el presidente, y cada tanto algún ministro que introducía su opinión en asintonía con la cancillería y con el presidente.

Hoy asoma un relanzamiento de los acuerdos regionales, de la aceleración del libre comercio y del funcionamiento de la unión aduanera. Pero en un juego parecido al nacimiento del Mercosur, los protagonistas son los dos hermanos mayores: Brasil habla con Argentina y Argentina habla con Brasil. Y Uruguay no habla demasiado y no tiene una sola voz. Y no la tiene porque tampoco hay objetivos claros. El Frente Amplio y Sanguinetti más o menos coinciden en una fuerte integración que incluya el aspecto político. Lacalle favorece el Mercosur pero a su vez lo limita a la zona de libre comercio o a lo sumo a la unión aduanera. Para Batlle el Mercosur “es una suma de dificultades y pobrezas”. Como es obvio, si Uruguay no sabe lo que quiere, menos lo van a saber los socios. Y si no se tiene claro a dónde se quiere ir, es difícil llegar a destino.