18 May. 2003

Argentina camino al siglo veinte

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Los acontecimientos de días pasados permiten observar cómo Argentina tantea el camino para, desde el punto de vista institucional y político, avanzar hacia el siglo veinte. Desde otras perspectiva, repite la historia de hace cien años, cuando con idas y venidas intentó construir un sistema político moderno basado en instituciones democráticas; y no lo logró, ni en el primer tercio del siglo, ni en el medio, ni al final, y anda a los tumbos en el devenir del siglo veintiuno. Como siempre los vecinos exhiben la capacidad de sorprender, pero no solo por la actitud de Menem, sino la de todos los actores de nivel presidencial y, nobleza obliga, la de los colegas analistas políticos. En donde los vecinos demostraron estar en pleno tercer milenio es en materia de encuestas, las cuales determinaron el resultado del balotaje real (el de la opinión de la gente), el que hizo abandonar a Menem y proclamó a Kirchner. Si en Uruguay las encuestas proclamaron los resultados de las elecciones internas, las nacionales y el balotaje de 1999, y las principales elecciones municipales del 2000, en Argentina definieron la titularidad del poder y la legitimidad popular del presidente electo.

En la vida es tan difícil saber perder como saber ganar. Menem clausuró su carrera política con un gesto que lo muestra como un hombre grotesco, pero más importante que eso como alguien para quien las instituciones y la democracia son meramente instrumentales, bienes de uso. Es el mal fin de un hombre que tiene el mérito de ser el único en la historia argentina que entregó el gobierno en el tiempo previsto institucionalmente a un presidente de otro partido elegido en elecciones plenas. Pero el presidente electo no le fue a la zaga en cuanto a no saber ganar; usó el precepto militar, válido en el terreno bélico, de que a enemigo que huye se le persigue y aniquila, y olvidó el precepto político de que “a enemigo que huye, puente de plata”.

Desde que la democracia afloró en el país (y parece válido tomar la fecha de 1916), hubo 34 mandatos presidenciales, sin contar interinos, encargados de despacho y titulares por menos de 72 horas (como el fugaz almirante Lacoste en 1991, presidente desde la mañana hasta el anochecer). Exactamente la mitad de los presidentes, con independencia del origen de la investidura, renunciaron o fueron depuestos; solamente siete terminaron el mandato en tiempo y forma (dos con origen al menos dudoso) y se requirieron ocho mandatarios provisionales. Pero la renuncia por voluntad propia, inducida o forzada, o la destitución lisa y llana, no son atributos exclusivamente de los presidentes. De los 11 vicepresidentes elegidos en los últimos dos tercios de siglo, solamente uno terminó su mandato (Ruckauf, junto a Menem). Uno murió en funciones (Quijano), dos asumieron como presidente y fueron derrocados como tales (Castillo, Martínez de Perón) y los siete restantes quedaron en el camino, por voluntad propia o ajena: Tessaire, Gómez, Perette, Solano Lima, Martínez, Duhalde y Álvarez.

Las reglas de juego para las elecciones se cambian según el momento y los contendores, como en 1949, 1958, 1963, 1973, 1995 y ahora. Siempre los perdedores denunciaron los cambios de regla después de perder, como lo hizo Menem pero también López Murphy, que en ese aspecto debilitó su mensaje institucionalista, sin duda el más nítido de todos los presidenciables. Ocurrió como en las licitaciones aquí, que después de hecha la adjudicación los perdedores impugnan el pliego del llamado. Elisa Carrió por su parte apuntó a que la legitimidad de Kirchner dependerá de las políticas que aplique. El mensaje de todos, en mayor o menor grado, deja en claro que no existe un apego a las reglas de juego de la democracia liberal, a la esencia de la poliarquía, al respeto a las instituciones como un fin en sí mismo. En Argentina no hay legalidad ni ilegalidad, sino alegalidad.

Los analistas dijeron: Menem logró que Kirchner fuera el presidente con menos votos de la historia. Error: según la regla del balotaje Kirchner obtuvo un respaldo insuperable: el 100% de los votos válidos. Desde el punto de vista institucional sostener que fue elegido con los votos de la primera vuelta es no entender absolutamente nada para qué existe y cuál es la lógica de los regímenes de balotaje (quizás no lo entiendan, porque no lo saben escribir, ni en español ni en francés, pues nadie sabe por qué duplican la te: “ballottage”).

Otro ángulo de crítica es que fue una interna peronista. Por un lado llama la atención el purismo legalista interpretativo de un detalle electoral, cuando todos los demás pilares sistémicos fueron arrasados, empezando por la investidura presidencial de Fernando de la Rúa. Con esa lógica un balotaje López Murphy-Carrió hubiese sigo una interna radical. Desde el punto de vista sistémico el Partido Justicialista no se presentó a las elecciones, y sí lo hicieron diversos frentes. No cabe olvidar que del 24% de Menem, 5 los aportó un partido diferente, que marcó los votos (la UCD); y que el vice de Rodríguez Saa fue el muy radical Melchor Posse. Parece claro que la elección argentina transcurrió sobre tres grandes ejes: modelo pro-estatista versus libremercadismo, vieja política versus nueva política, transparencia versus corrupción. En base a esos tres ejes, las cinco fórmulas principales significaron expresiones políticas diferentes e inconfundibles; y el balotaje se presentó como un claro enfrentamiento de modelos económicos y de estilos políticos (entre los integrantes de las fórmulas). Otra cosa (y nada tiene que ver con el balotaje ni con las reglas de la elección) es que Kirchner tenga varias lecciones pendientes, de las que dependerá su debilidad o su fortaleza: el aprisionamiento por o la independencia de Duhalde, la capacidad de articular apoyos políticos, particularmente en el Congreso y entre los gobernadores, su capacidad de dar respuesta a los acuciantes problemas de la Argentina y de una sociedad golpeada y empobrecida. Y Kirchner, López Murphy, Carrió, los gobernadores que quedaron expectantes, los restos del menemismo, los descolocados seguidores de Rodríguez Saa, los partidos menores, los analistas políticos, los empresarios y los sindicalistas, todos tienen el examen pendiente de ser capaces de construir de una vez por todas un régimen institucional y político moderno, acorde al siglo XXI, y lo más difícil de todo, crear una cultura institucional democrática. Que cada dirigente, cada militante y cada ciudadano internalice que las instituciones son un valor en sí mismo, independientemente de resultados y de simpatías.