20 Jul. 2003

Aguante, que después nos toca

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Aguante, que si a Vd. lo tiran, después seguimos los demás”. Palabras más, palabras menos, este es el concepto de lo que Jorge Batlle le trasmitió a su colega Hugo Chávez durante la asunción de Lula. En medio del tambaleo del bolivariano, medio izquierdista medio populista, empujado por la derecha, Jorge Batlle tuvo la visión de saltar por encima de lo ideológico, de las simpatías y antipatías personales o políticas con unos y con otros, y ver el tema desde un ángulo institucional.

Aguante, que si a Vd. lo tiran, después seguimos los demás”. Palabras más, palabras menos, este es el concepto de lo que Jorge Batlle le trasmitió a su colega Hugo Chávez durante la asunción de Lula. En medio del tambaleo del bolivariano, medio izquierdista medio populista, empujado por la derecha, Jorge Batlle tuvo la visión de saltar por encima de lo ideológico, de las simpatías y antipatías personales o políticas con unos y con otros, y ver el tema desde un ángulo institucional. Si los presidentes constitucionales son removibles a golpes de movilizaciones populares, presiones corporativas o conjuras parlamentarias, lo que está en juego no es un proyecto de derecha o de izquierda, sino la continuidad institucional. Porque una vez que se abre la canilla, no se cierra. En América del Sur hay ejemplos a la vista: en Ecuador se destituyó a un presidente mediante juicio político y por motivaciones políticas, y luego se repitió el caso; en Venezuela, donde estuvo metida la cola de Chávez, se destituyó a Carlos Andrés Pérez y nunca más el país reencontró la estabilidad política. A veces cuesta entender que un hombre de centro-derecha como Batlle - libremercadista, antiestatista, políticamente liberal - defienda a un hombre que camina entre la izquierda y el populismo como Chávez, quien a su vez es bastante estatista y poco ortodoxo en materia de liberalismo político. Las ideas que en Uruguay sostiene Batlle son las que en Venezuela sostuvieron los que impulsaron las manifestaciones callejeras, la huelga petrolera, los pedidos de renuncia o destitución de Chávez, los que impulsaron el fallido golpe del año pasado. Lo que diferencia a esos venezolanos del presidente uruguayo es una distinta valoración de la estabilidad política y de la institucionalidad. Es una divergencia no de ideas políticas sino de cultura política. Es una cultura diferente la que sostiene que a un presidente se le sostiene por ser tal, aunque se combatan duramente sus ideas y sus políticas, cultura predominante en el Uruguay.

Por algo cuando buena parte del país dudó de la capacidad de Jorge Batlle para mantener el timón de la República, en el aciago lapso que va de las declaraciones a la cadena Bloomberg hasta la caída de Bensión, no apareció desde el sistema político ningún reclamo de renuncia que se haya formulado con respaldo político significativo. Apareció sí desde algún sector de la dirigencia sindical, que marca diferencias fuertes de cultura política con la mayoría de la izquierda política.

Todo esto viene a cuento a raíz del tambaleo del intendente de Rocha. Irineu Riet Correa es un político muy peculiar, famoso por sus declaraciones en el borde o afuera del sistema y por sus actitudes transgresoras. En un departamento que en los últimos cuatro períodos que lleva la restauración institucional ha visto la alternancia sucesiva de dos figuras igualmente peculiares como el actual intendente y su antecesor Adauto Puñales; esa sucesión de Adauto-Irineu-Adauto-Irineu, para usar la terminología rochense. Uno se imagina que habrá algún que otro intendente, y quizás o sin quizás más de uno, que haga el papel de Jorge Batlle, y por ahí susurre “aguante Irineu, que si a Vd., lo tiran después seguimos los demás”. Como en el caso de Chávez o en el de Carlos Andrés Pérez, o como en los dos casos de Ecuador, hay siempre una lista cierta de hechos objetables, irregulares o de dudosa regularidad, o simplemente cuestionables. En la Intendencia de Rocha, por hechos del actual intendente o de su antecesor, parece que las desprolijidades abundan. Pero también es claro que contra Irineu hay una larga ristra de cuentas políticas a cobrar, quizás tan grande como las deudas financieras de su administración. Es que Irineu, blanco, desconoció públicamente la decisión del Directorio del Partido Nacional de votar a Batlle en el balotaje presidencial, e hizo campaña pública por la fórmula de sus amigos Tabaré Vázquez y Rodolfo Nin Novoa. Esta actitud le valió la Intendencia, pues le permitió meses después, en las municipales de mayo del 2000, captar casi la mitad del voto frenteamplista, con lo que logró el doblete: superar a su adversario interno, el herrerista Cardozo, y gracias al plus frenteamplista hacer que el Partido Nacional superase al Partido Colorado. No sólo capitalizó lo que hizo en noviembre, sino que además obtuvo que algún connotado encuentrista trabajase sotto voce en la devolución de favores. Esta vez la interna colorada fue al revés del pasado, y la mano no iba para el forista Adauto sino para el quincista Pianica. Con este complicado juego apareció la lista de acreedores: la Lista 15 herida por su oposición a Batlle y por birlarle la Intendencia a Pianica, el herrerismo herido por el desconocimiento al Directorio y por la búsqueda de apoyo extrapartidario que le permitió derrotar a Cardozo, buena parte del Frente Amplio herido porque en las municipales le birló casi la mitad del electorado. Parecería que Irineu en su juego dijo aquello de “No pregunto cuántos son sino que vayan saliendo”.

El tema en el vendaval desatado contra el jerarca rochense es cuánto pesan las desprolijidades de su gestión, que son harto evidentes, como las cuentas políticas acumuladas. Y entonces viene el dilema para el sistema político. Cuánto juega en un juicio político, o en una presión política, popular o gremial, la búsqueda de la administración correcta y transparente, y cuánto juegan las cuentas políticas crudas. Cuanto hay de razón y cuánto hay de pretexto. De lo que cada uno ponga en cada platillo de la balanza, está en juego la institucionalidad, para un lado o para otro. Porque la institucionalidad se juega cuando se permiten demasiados transgresiones y desprolijidades (cuando rige el vale todo) y también la institucionalidad se juega cuando se cambian los titulares electos al compás de los juegos políticos, y de las aritméticas que permiten presionar o destituir. Ese preciso equilibrio es el que viene estando en juego en el ruidoso conflicto de la Intendencia de Rocha, y donde sin duda hay quienes creen que lo justo está en un platillo y quienes creen que está en el otro, pero también está para quienes las cuentas políticas les van para un platillo y a quienes les van para el otro.