17 Ago. 2003

El voto desde el exterior

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En los últimos tres meses los uruguayos vivieron las dos caras de esta sociedad abierta: la fuerte y cercana impronta inmigratoria, la contemporánea ola emigratoria. Primero se vivió una mini-campaña electoral protagonizada por los partidos españoles en busca del voto aquí para las elecciones municipales, provinciales y (parcialmente) regionales de la península, voto emitido vía consular por los ciudadanos del Reino, ya fueren residentes en el país nacidos en España o uruguayos con simultánea nacionalidad española.

En los últimos tres meses los uruguayos vivieron las dos caras de esta sociedad abierta: la fuerte y cercana impronta inmigratoria, la contemporánea ola emigratoria. Primero se vivió una mini-campaña electoral protagonizada por los partidos españoles en busca del voto aquí para las elecciones municipales, provinciales y (parcialmente) regionales de la península, voto emitido vía consular por los ciudadanos del Reino, ya fueren residentes en el país nacidos en España o uruguayos con simultánea nacionalidad española. Poco después se estrenó la Circoscrizione Estero, que permitió votar en dos referendos a los ciudadanos italianos, los nacidos en el viejo continente o los nacidos aquí de sangre itálica. Es la cara de la moneda de un país matrizado en la migración cercana, la que lleva que seis de cada diez uruguayos tengan abuelos nacidos en Europa o sus confines. Más o menos por las mismas fechas surge desde la izquierda la propuesta de otorgar el voto en el exterior a los ciudadanos uruguayos residentes en el exterior. Es la otra cara, la del país con su pequeña diáspora.

Originalmente el voto es concebido como un acto personal ligado al domicilio, al vecindario. Es un conjunto de personas que viven en el mismo lugar que se reúnen para elegir a sus representantes (y más tarde, con el desarrollo de los institutos de democracia directa, para dar el sí o el no). El desarrollo de las comunicaciones creó el problema del individuo fuera de su comarca el día de las elecciones. Así nacieron diversas formas de voto a distancia. Uruguay creó el voto interdepartamental, el derecho de la gente a votar en cualquier punto de la República hacia su propio departamento. Los Estados Unidos de América crearon el voto postal. Y con el desarrollo de las comunicaciones, de los viajes y de las emigraciones, surgió el voto desde el exterior, en dos grandes modalidades: una muy simple, ya que no supuso cambio alguno a lo pre-existente, que fue la extensión del voto postal; la otra fue la creación del voto consular (y vinieron luego modalidades intermedias, como la italiana, que combina el voto postal con la intermediación consular).

El voto interdepartamental en su concepción originaria no generó polémica alguna. La cosa se complicó cuando dejó de ser un acto de viajeros para pasar a ser un acto de emigrantes. ¿Qué ocurrió? Los uruguayos empezaron a cambiar de departamento, lo que en buen romance significó que del interior se trasladaron a Montevideo. El apego al terruño y el apego a la serie y al número de su primera credencial produjeron la inflación del voto interdepartamental, al punto que la última vez que se usó llegó a ser casi uno de cada diez votos de los departamentos del interior. Gente con 10, 20 y 30 años de residencia plena en Montevideo siguió votando en el interior.

Surgió una polémica en dos planos: sobre lo práctico y sobre lo sustantivo. En lo práctico la eliminación del voto interdepartamental fue sugerido para evitar el complejo proceso de análisis de la validez de cada voto, el estudio de cada impresión digital, la comprobación de la habilitación y correspondencia de la respectiva serie y número de inscripción; y consecuentemente, el formidable alargamiento de los escrutinios, en particular del de Montevideo. Sobre lo sustantivo la incidencia del voto interdepartamental levantó también sus tormentas; es que más de una vez un gobierno municipal, una banca de diputado o al menos de edil, cambió de manos por la incidencia del voto allende los límites. Vino pues el debate: los que no viven en el departamento ¿tienen el derecho a decidir lo que allí pasa? De un lado se sostuvo que el no trasladar la credencial implicaba un apego al terruño, acompañado muchas veces del mantenimiento de intereses materiales en el mismo. Del otro se argumentó que quien no vive ni padece en un lugar, no debe decidir lo que allí ocurre.

Los países que establecieron el voto desde el exterior pasaron (y siguen pasando) por polémicas parecidas. Sobre lo sustantivo los argumentos fueron parecidos, aunque más fuertes. De un lado: qué tienen que meter las narices sobre lo que pasa en Italia, los que no viven allí ni les afecta lo que ocurra. Del otro lado, el concepto de ciudadanía común, de raíces, de comunidad de sangre y cultura. En el caso italiano la concesión del voto en el exterior, que recién comienza a aplicarse, es concurrente con el desarrollo del concepto de “L´altra Italia”, del mundo de los italianos del exterior. El paso dado fue uno de los más amplios en el mundo comparado, pues supuso la creación de una circunscripción exterior, que no sólo vota, sino que elige a sus representantes; en el 2006 la Italia all´estero enviará a Roma 6 senadores y 12 diputados. Parece claro que no solo hay un elemento nostálgico, sino de larga estrategia política, de extensión de la influencia de una potencia mundial a lo largo del orbe, a través de sus propios connacionales. Como toda medida política, tiene sus razones profundas y sus razones episódicas. El voto y la representación del exterior fueron promovidos desde la derecha, que cree que lo beneficia.

¿Cuál es el sentido de extender el voto a los uruguayos? En lo episódico, la izquierda cree que se beneficia con ello, lo que en verdad carece de toda demostración. A falta de estudios al respecto, cabe decir que puede ser o que puede no ser, y que todo es posible. En lo sustantivo, significa una movida estratégica, la creación de una especie de gran comunidad de la diáspora uruguaya que se ligue al país, entre otras cosas, por el voto. Hay elementos que permiten sostener la existencia de actitudes comunitarias de los uruguayos en el exterior, o de una gran parte de los mismos, de mantenimiento de vínculos, tradiciones y sueños. La respuesta desde el coloradismo ha sido negativa, con el argumento también clásico de que no se justifica el voto del que no participa en una comunidad ni recibe las consecuencias directas de su voto. En lo episódico, también aparece la idea de que este voto lo podría perjudicar. Pero más allá de lo episódico, y de los fenomenales problemas instrumentales que supone el voto en el exterior (nada fáciles de resolver), aparece planteada una discusión que hace a la larga estrategia de la sociedad uruguaya, en momentos en que pierde a muchos de sus hijos.