24 Ago. 2003

El empujón o el portazo

Oscar A. Bottinelli

El Observador

O el presidente de la República le dio un empujón y lo tiró al ministro de Economía, o Alejandro Atchugarry dio un portazo en las narices de Jorge Batlle. Esta es la imagen que el gobierno y ambos protagonistas dieron a la opinión pública y a los actores políticos, sociales, económicos y diplomáticos. Hay un viejo dicho que reza: “En Washington nadie cree un rumor hasta que sale el desmentido oficial”.

O el presidente de la República le dio un empujón y lo tiró al ministro de Economía, o Alejandro Atchugarry dio un portazo en las narices de Jorge Batlle. Esta es la imagen que el gobierno y ambos protagonistas dieron a la opinión pública y a los actores políticos, sociales, económicos y diplomáticos. Hay un viejo dicho que reza: “En Washington nadie cree un rumor hasta que sale el desmentido oficial”. Si algo le faltaba para que fuere verosímil esta idea de gritos, empujones y portazos, es el esfuerzo por convencer a la gente que crea lo increíble: que el retiro del ministro estaba largamente programado y el desenlace ocurrió como producto del tiempo. En realidad no siempre debe decirse las cosas tal como son y las buenas costumbres aconsejan que, tanto en la vida pública como en la vida privada, algunas cosas se insinúen y otras queden reservadas a la intimidad de los protagonistas. Pero para ello se requiere no incurrir en un menosprecio de la inteligencia de los demás, no incurrir en explicaciones que por pueriles sólo sirven para incrementar los rumores. Una vez más este gobierno se equivoca y fuerte en materia comunicacional. Lo más curioso es que el triunfo de Batlle se debió sin duda a muchos factores, de tendencia histórica y coyunturales, pero de entre estos uno no menor fue el excelente manejo comunicacional.

Más allá de la sorpresa de agonistas, analistas y espectadores, lo que realmente importa no es la anécdota sino lo profundo: el por qué de la salida de Atchugarry y qué significa hacia delante. Su salida en parte se explica por su llegada. El presidente Batlle intentó llevar adelante una política económica de fuerte tinte libremercadista, firmemente defensora o más bien buscadora de los equilibrios macroeconómicos y sostenedora del sistema financiero. Que eso no lo lograra es otro tema. No importa si los instrumentos empleados no fueron los idóneos, en particular si el manejo del tiempo no fue el adecuado, y más aún si hubo realmente planes y programas. El hombre puesto al timón fue Alberto Bensión. La política de contención del gasto y un cierto regusto personal le dieron ese tono de dureza que caracterizó su gestión. Debió afrontar la corrida bancaria más importante de la historia moderna del Uruguay, o de toda su historia, y hay quien dice de la historia de la humanidad. Y no pudo evitar la devaluación. La mayoría del sistema político, incluidos los socios blancos de la coalición y (en un prudente silencio) los socios en el propio Partido Colorado, todos ellos tuvieron el convencimiento de que más allá de los fenomenales factores externos, hubo fallas propias de la conducción económica, reacciones tardías o equivocadas, y consideraron terminado el ciclo Bensión. Así fue como el Partido Nacional le dio el empujón que determinó su salida. Ya estaba devaluada la moneda, a punto de producirse el crack bancario, con una difícil negociación ante los organismos financieros internacionales, un presidente desgastado ante la ciudadanía y los actores políticos, sociales y económicos, pero también desgastado interiormente, en una crisis emocional. En ese panorama se buscó un hombre que buscase el consenso, lograse el apoyo de unos y la tolerancia de otros para presentar un frente unido ante el exterior, y darle al gobierno las bases de apoyo de las que carecía. Ese fue esencialmente el rol que cumplió Atchugarry.

Fue no sólo el ministro de Economía, sino una especie de jefe de Gobierno, pero usando un símil eclesiástico fue un administrador gubernamental sede plena. Y si la sede es plena y el titular plenamente capacitado, ese administrador tiene por la lógica de los hechos los días contados. Pero además su ciclo estaba agotado, en tanto ya no había más posibilidades de lograr consensos sino a costa de concesiones, las que por sí solas disparaban nuevos reclamos. El temor cundió en sectores del gobierno muy ortodoxos en materia financiera y sobre todo en los organismos internacionales de crédito y en alguna gran potencia.

Pero no bastaba eso. El gobierno llegó a la cruz de los caminos. Uno de los senderos conduce a preservar en lo posible los equilibrios fiscales pero con dos cuidados fundamentales: apuntar al relanzamiento de las actividades productivas y no descuidar el humor de la ciudadanía. El otro de los senderos conduce a perseguir a toda costa los equilibrios macroeconómicos, literalmente a toda costa, y profundizar la marcha hacia una profunda reforma de la economía. Este es el rumbo aconsejado por el Fondo Monetario Internacional, cuando un par de semanas atrás marcó la necesidad de “nuevos esfuerzos para fortalecer la competencia”, “expandir el espacio para la actividad privada” y “reducir el tamaño del sector público mejorando su eficiencia y abriendo a la actividad privada en aquellos sectores actualmente reservados para el Estado”. Muy claramente habló de impulsar grandes y fuertes privatizaciones, y en otros lados grandes y fuertes cambios. Y los Estados Unidos hicieron llegar sus pareceres primero en forma reservada y luego, ya consumado el recambio, con esa insólita felicitación-festejo por el nombramiento de Isaac Alfie. No caben dudas que Atchugarry optaba por el primer sendero y el presidente Batlle por el segundo, opción que definió de manera elíptica: “Se acabó el tiempo político” y “se abre un horizonte técnico en materia de decisiones económicas”.

Al asumir, el nuevo ministro dijo “no habrá carnaval electoral”. ¿Por qué sacó el tema a relucir? Quizás porque también en la misma cruz de los caminos había otros elementos para decidir el rumbo. Uno de ellos implicaba el jugar todas las cartas posibles para evitar el triunfo de la izquierda o, leído por la positiva, para hacer todo lo posible para conservar el gobierno en manos de los partidos tradicionales (o más restrictivo, del Partido Colorado); y para ello hacer todos los esfuerzos para neutralizar el referendo sobre ANCAP. Para ello sería necesario lo que algunos denominan carnaval electoral, y otros llaman apuesta a la gente. El otro tipo de elementos quizás parta de otro supuesto: que como lo vendría demostrando Lula el lobo no es tan feroz y es muy grave el riesgo de comprometer aspectos sustanciales de la economía detrás de un objetivo no tan relevante, y además, incierto. Pero en lo inmediato, la opción por este sendero favorece fuertemente a la izquierda (sobre todo en relación al referendo próximo) y deja con un estrecho margen de maniobras al Partido Colorado.