12 Oct. 2003

Una crisis de identidad

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Lo más difícil para una fuerza política es lograr identidad. Constituye un proceso largo y complejo. La identidad existe cuando en propios y extraños se despiertan odios o amores tan sólo con ver un dibujo, un color, una bandera o unas letras. El lograr la identidad es uno de los objetivos prioritarios en el marketing político, que lleva en las campañas modernas a destinar cifras considerables.

Lo más difícil para una fuerza política es lograr identidad. Constituye un proceso largo y complejo. La identidad existe cuando en propios y extraños se despiertan odios o amores tan sólo con ver un dibujo, un color, una bandera o unas letras. El lograr la identidad es uno de los objetivos prioritarios en el marketing político, que lleva en las campañas modernas a destinar cifras considerables. El Frente Amplio logró esa identidad en menos de tres décadas, cosa difícil en un país donde las otras dos grandes identidades se construyeron a lo largo de la historia del país, desde su propio nacimiento.

La existencia de la identidad frenteamplista es obvia, pero además demostrable en estudios científicos. Tan sólo el 7% de los votantes de la coalición del Encuentro Progresista - Frente Amplio y el Nuevo Espacio se define como no frenteamplista: un 5% como encuentrista y un 2% como nuevoespacista. Cuando en forma abierta se pregunta: ¿a qué partido político votaría?, más de 9 de cada 10 votantes de ese conjunto dicen “Frente Amplio”. Cuando se pide a toda la población que mencione los tres principales partidos uruguayos, el que presenta mayor problema de denominación es el Partido Nacional, al que buena parte de la ciudadanía llama por su nombre histórico de Partido Blanco; pero en cuanto a la izquierda, 19 de cada 20 personas mencionan “Frente Amplio” y menos de 1 dice “Encuentro Progresista”. Los actos electorales se pueblan de banderas tricolores y a lo sumo se ve alguna solitaria bandera encuentrista. Un dato que remarca la fuerza de la identidad es que la misma resistió al menos siete años consecutivos en que todo el periodismo y casi todos los dirigentes frenteamplistas eliminaron de su vocabulario público la expresión “Frente Amplio”y la sustituyeron por “Encuentro Progresista”. En términos de marketing hay pocos fracasos de la magnitud de éste, de intentar imponer una marca nueva en sustitución de otra vieja. Ahora la propia dirigencia y el periodismo han optado por usar la denominación legal del lema, que resuelve la cuestión lexicográfica: Encuentro Progresista - Frente Amplio.

Como lo dice su nombre, el Frente Amplio nació como un frente. Para ser más exactos, nació sin nombre, como producto de una discusión entre un frente reducido (es decir, sin los comunistas) o un frente amplio (con los comunistas). Nació amplio. Lo que era una especie de comodín comunicacional mientras se definía el nombre, devino en nombre. Y en la opción entre coalición y alianza, se formó como alianza. Aquí conviene despejar un equívoco: nunca fue una coalición. En la vieja clasificación de Duverger, una coalición tiene un carácter puntual, a término y para un objetivo concreto, consecuentemente carece de autoridades y funciona en base a mecanismos de consulta u órganos de coordinación. Así está estructurada la coalición llamada Encuentro Progresista, dentro de la cual el FA es uno de sus componentes. La alianza en cambio requiere el ánimo de permanencia. El FA nació con un explícito ánimo de permanencia documentado en la Declaración Constitutiva del 5 de febrero de 1971, además con autoridades centrales con poder de decisión por votación y con posibilidad de imponer el mandato imperativo a sus miembros. Desde entonces se produjo una larga tensión entre el carácter de partido y el carácter de alianza, dicotomía que se manejó en los absurdos términos de “coalición o movimiento”. Tras el período militar se produjeron dos cambios sustanciales: el debilitamiento de la identidad de las fuerzas fundadoras y el surgimiento de la identidad frenteamplista, fortalecida primero por el cambio de naturaleza del papel de Liber Seregni, que pasó de presidente-coordinador a líder, y por la aparición de un convocante popular como Vázquez.

No solo hay un problema de identidad, sino que también la dirigencia exhibe dudas sobre su propia capacidad de convocatoria, también a contrario de todos los indicadores sociológicos. Estas dudas se expresan en tres campos:

Uno. La convicción de que el Frente Amplio tiene un techo que solo es superable mediante una política de alianzas, es decir, que el F.A. para crecer necesita incorporar otros sectores que aporten otro electorado. Esta premisa ha resultado en gran medida falsa, en tanto la casi totalidad del incremento electoral ha sido producto de crecimiento propio y una porción pequeña ha sido el resultado de las alianzas.

Dos. La suposición de que existe una resistencia al Frente Amplio que lo obliga a aparecer bajo otro rótulo, ya fuere Encuentro Progresista o Nueva Mayoría. Esa suposición parte del símil con el viejo Partido Comunista, quien concitaba por un lado fuertes resistencias y por otro un gran círculo de simpatía en su derredor, de simpatizantes no dispuestos a votarlo. La creación del Frente Izquierda de Liberación primero, de la Coalición 1001 después y luego de Democracia Avanzada permitieron superar los límites de la captación propiamente comunista y lograr ese mayor espacio que llegó a ser la segunda fuerza senatorial del país. Pero esto no es trasladable al Frente Amplio, pues quien se resiste al FA lisa y llanamente se resiste a cualquier propuesta de izquierda o centroizquierda.

Tres. Como otro desarrollo de la preposición anterior, la convicción de que la fórmula presidencial debe combinarse con una figura extra-frenteamplista, a riesgo de provocar límites a la convocatoria.

En materia de alianzas lo que no hay ofrece dudas hoy si la izquierda se encuentra al borde de la mayoría absoluta, lo que los aliados pueden llegar a aportar es el pequeño plus que genera la diferencia entre quedar por encima o por debajo de esa mayoría, o quedar en el triunfo o en la derrota en el balotaje. Pero ese es un tema diferente a concebir las alianzas como algo en perjuicio de la propia identidad. Una alianza de tal naturaleza fue la que encaró la mayoría colorada con el PGP de Batalla, que jamás minusvaloró la marca "Partido Colorado". Tampoco ofrece dudas que a contrapelo de la realidad sociológica, la mayoría de la dirigencia frenteamplista pelea contra su propia identidad.