02 Nov. 2003

Un primer set de cuatro

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En la última década el sistema electoral ha cambiado significativamente. De un sistema altamente sofisticado y matizado, con múltiples alternativas en pocos actos electorales, se pasó a un sistema rudo y maniqueo, de opciones binarias o a lo sumo de tríadas, expresadas en múltiples actos electorales. A ello contribuyeron dos movimientos distintos y convergentes: el creciente impulso del instituto del referendo (mucho impulso aunque poca concreción) y la reforma de 1996, que desbarató buena parte del sistema político pre-existente y creó un prolongado calendario eleccionario de tres rondas consecutivas para llegar a definir la Presidencia de la República, más una cuarta ronda adicional y consecutiva para componer los gobiernos departamentales.

En la última década el sistema electoral ha cambiado significativamente. De un sistema altamente sofisticado y matizado, con múltiples alternativas en pocos actos electorales, se pasó a un sistema rudo y maniqueo, de opciones binarias o a lo sumo de tríadas, expresadas en múltiples actos electorales. A ello contribuyeron dos movimientos distintos y convergentes: el creciente impulso del instituto del referendo (mucho impulso aunque poca concreción) y la reforma de 1996, que desbarató buena parte del sistema político pre-existente y creó un prolongado calendario eleccionario de tres rondas consecutivas para llegar a definir la Presidencia de la República, más una cuarta ronda adicional y consecutiva para componer los gobiernos departamentales. Lo más relevante fue no solo implantar el balotaje, sino añadirle una convocatoria a elecciones generales para definir las candidaturas presidenciales, lo que de hecho transformó la carrera presidencial no en un clásico balotaje a dos vueltas, sino en un campeonato por eliminatorias a tres vueltas. Desde el punto de vista político supuso definir el match a tres sets. Pero la convocatoria del referendo dentro de los doce meses previos adelantó el ciclo electoral, puso cuatro actos electorales consecutivos, con diferentes formas, y creó este match a cuatro sets: Primero, un referendo con voto obligatorio, que crea una opción binaria y maniquea donde básicamente compiten la llamada izquierda de un lado y los partidos tradicionales del otro, con algunos cruces en el medio. Segundo, las elecciones generales con voto voluntario para definir las candidaturas únicas presidenciales de los partidos, pre-definir las candidaturas municipales y marcar los rankings para la confección de las listas parlamentarias. Tercero, las elecciones nacionales para presidente y parlamento, con voto obligatorio. Cuarto, eventualmente otra confrontación maniquea para definir la presidencia con voto obligatorio.

El referendo del 7 de diciembre aparece como un balotaje adelantado, y la conformación de los alineamientos ajusta perfectamente a las estrategias del Partido Colorado y del Encuentro Progresista-Frente Amplio. Para ambos es funcional la tesis del país dividido en dos bloques, donde necesariamente uno debe imponerse al otro. Para los colorados, es la confrontación del país que quiere ajustarse al mundo contra el país de los ojos en la nuca. Para la izquierda, la oposición entre el modelo neoliberal y el modelo del país productivo. A quien no ajusta para nada este escenario es al Partido Nacional, para quien el referendo rompe la estrategia de tríadas trazada un año atrás, cuando el abandono del gobierno. En aquel entonces el nacionalismo jugó a la ruptura de la visión bipolar del esquema político, con un polo tradicional de un lado y un polo izquierdista del otro; y pasó a buscar la reconstitución de un escenario de tres grandes contendientes, donde el Partido Nacional no sólo quedase fuera de la órbita de los otros dos, sino que además se ubicase en el medio, como el gran articulador del sistema político. Y así es que particularmente el ex-presidente Lacalle combate incansablemente la visión polarizante y reduccionista, la de una sociedad partida en dos.

Pero más allá de los esfuerzos blancos, el escenario es como es; hay dos opciones: o la ley se confirma o la ley se deroga, y no hay un tercero. Y el Partido Nacional es coautor de primera línea de esta ley y se ha comprometido en su defensa. Su apuesta necesariamente va a ser no provocar heridas en la campaña electoral y posicionarse como el gran zurcidor, como el que puede recomponer el diálogo civilizado en el sistema político. Mientras tanto, en el aquí y ahora, las cosas son como calzan a los intereses colorado y frenteamplista. Y el resultado del 7 de diciembre va a ser más importante sobre lo simbólico que sobre lo concreto. Va a impactar decisivamente hacia las elecciones nacionales de octubre y eventualmente noviembre del año siguiente, y va a ser poco relevante sobre el futuro de la política energética del país.

Con un 39% de adhesión en las parlamentarias de 1999 y casi un 45% en el balotaje, para el EP-FA y Tabaré Vázquez obtener más de ese 45% en cualquier otro momento hubiese sido un triunfo, aunque perdiese el referendo: “seguimos creciendo, nada nos detiene”, sería el mensaje. Pero en el último año se produjo primero la explosión en la intención de voto declarada que lo llevó al 54% y por casi doce meses se ha estabilizado entre el 49% y el 50%; cuando además hay alrededor de un 18% de indefinidos netos. Este es el escenario que hay en la cabeza de la gente. Por ende, no revalidar esos resultados, no superar el 50%, supone para la izquierda una derrota. La lectura no es “seguimos creciendo”, sino “empiezan a caer”. Una derrota en diciembre significa para el EP-FA comenzar la campaña eleccionaria con una avería en la trasmisión.

A la inversa, un triunfo del SI tiene como lectura lineal la consolidación en las urnas del anterior estado de opinión pública, la revalidación del triunfo inexorable de Tabaré Vázquez. Por supuesto que nada asegura el tener hoy el 50%, en el peor momento del país y del gobierno y con los adversarios sin tener definidos los candidatos. Pero ganar en diciembre trasmite un mensaje triunfalista. Es partir de la meta con varios puntos acumulados en su favor. Para cada uno de los partidos tradicionales, la carrera se complica mucho más de lo que está hoy.

Esto no quiere decir, y sería una lectura simplista, que el 7 de diciembre queda resuelta la elección presidencial en Uruguay. Para nada. Tan simplista como pensar que lo único que hay en juego es el futuro de ANCAP y que el resultado no influirá en el 2004. Una visión así es antihistórica. Lo que se quiere decir es que la carrera hacia el gobierno va a ser necesariamente diferente a partir del 8 de diciembre, habrá competidores que el día anterior capitalizaron grandes beneficios y otros que sufrieron importantes pérdidas, y que cada uno deberá recomenzar desde una posición diferente a la que tenía pocas horas antes. Por supuesto que estos fuertes efectos político-electorales del balotaje asustan a tirios y troyanos, porque unos y otros, sobre todo los dos alineamientos con posturas polarizantes, los frenteamplistas y los colorados, temen mucho que las cuentas no les calcen. En esta confrontación cada uno arriesga demasiado. Por eso oscilan entre potenciar y minimizar los efectos de la votación.