23 Nov. 2003

Algo más que mera indecisión

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Escasas dos semanas del referendo sobre Ancap alrededor de los dos quintos de los uruguayos sigue fiel e indubitablemente a sus partidos y líderes políticos, mientras los otros tres quintos van desde un seguimiento condicional a lisa y llanamente una actitud en contrario, pasando por la indiferencia o el rechazo. Esto puede leerse desde dos ángulos.

Escasas dos semanas del referendo sobre Ancap alrededor de los dos quintos de los uruguayos sigue fiel e indubitablemente a sus partidos y líderes políticos, mientras los otros tres quintos van desde un seguimiento condicional a lisa y llanamente una actitud en contrario, pasando por la indiferencia o el rechazo. Esto puede leerse desde dos ángulos. Uno es el más simple y favorable a los partidos: la gente no entiende mucho la Ley, no ve la importancia del tema y por eso no le importa mucho decidirse, o si se decide tampoco le da demasiada importancia a qué vota. Hay otro ángulo, que vale la pena al menos explorar. Las dirigencias políticas han sufrido un desgaste en su poder de convocatoria y ya no obtienen el seguimiento mecánico y automático de sus partidarios. No basta apelar pues a la lealtad partidaria, sino que deben convencer.

Para dejar en claro las cifras: el 37% está firmemente decidido a votar en el sentido en que lo pregonan sus partidos y líderes; otro 4% vota en firme en el sentido de su líder pero no de su partido (astoristas), un 11% vota en contra de lo que pregonan sus partidos o sus líderes, otro 11% se inclina por seguir a su propio partido pero con dudas, un 20% está plenamente indeciso qué votar y por tanto no está en principio tomando en cuenta a sus partidos o a sus líderes, y el 17% restante no simpatiza hoy con partido alguno.

Para encontrar algo parecido a esto hay que remontarse a la mini-reforma constitucional de 1994: una ley constitucional aprobada por los dos tercios de cada cámara, con el apoyo de todos los partidos políticos y expresamente de los ocho principales candidatos presidenciales, fue abrumadoramente rechazada en las urnas. Caben algunos atenuantes: fue un trámite político extremadamente desprolijo, que comenzó con una fuerte reforma política (la maxi-reforma) y terminó con unas pocas enmiendas de menor entidad política; muchos dirigentes que votaron la ley constitucional susurraron a los votantes que sufragasen en contra; fue un tema que interesó a poca gente. Pero hubo algunas señales que debieron merecer más atención del sistema político. Una está relacionada con que buena parte del voto en contra tuvo su origen en un descabellado rumor: que la reforma habría el camino a la privatización de las jubilaciones y pensiones, rumor basado en que se reformaba una disposición transitoria de la constitución que ya había caducado por sí sola, lo que implica desconfiar de los líderes, porque se cree que ponen un cangrejo bajo la piedra. La otra señal es que otra buena parte de los votantes manifestaron que lo hicieron en contra directamente por desconfianza con las dirigencias políticas.

Hay muchas otras señales en sentido contrario que llevan a los dirigentes políticos a menospreciar las indicaciones negativas. Es muy bajo el nivel del voto en blanco y nulo en las elecciones. En general los máximos líderes políticos en su conjunto logran amplia adhesión de la opinión pública. Pero hay que atender que esto último es mucho menor ahora que cinco años atrás. Por ejemplo, en aquél entonces para más de la cuarta parte de los uruguayos la persona que más admiraba era uno de los líderes políticos nacionales de primera fila; en la actualidad no llega a la décima parte.

El propio Frente Amplio, en la cima de su convocatoria y en el peor momento de los partidos tradicionales en la historia del país, logró fugazmente un apoyo superior al 50% (llegó hasta el 54%) y ahora navega por debajo de esa mayoría absoluta. Esto no quiere decir que le sea imposible los votos que le faltan, pero no se está hablando de resultados electorales, sino de adhesiones y de convocatoria, que es otra cosa, más profunda. Y los partidos tradicionales, aunque se encuentran en una fase de recuperación (particularmente el Partido Nacional), los niveles de adhesión son extremadamente bajos.

No está demás recordar el silencioso pero sostenido cambio habido en el sistema de partidos, que llevó desde aquel sólido bipartidismo blanco-colorado (juntos concitaban más del 90% del electorado) a este nuevo esquema cuya estación terminal es una incógnita. Porque la elección de 2004 no dibujará el nuevo mapa político del país, sino que marcará hacia dónde y con qué profundidad se procesará una reordenación del sistema de partidos, reordenación que como ocurre con estos temas profundos y en sociedades consolidadas y conservadoras, será un proceso gradual, que llevará sus respectivos lustros. Pero no fue de un día para otro ni en forma violenta que los partidos tradicionales pasaron de las nueve décimas del electorado a una adhesión que ahora, provisionalmente podía llegar a tocar las cuatro décimas. El electorado tradicional fue del 82% en 1971, 77% en 1984, 70% en 1989, 65% en 1994 y entre el 52% y el 55% en 1999. En opinión pública en el último año han estado (contabilizando el voto oculto o silencioso) en un piso del 30% y ahora estén cerca del 40%.

Hay que pensar pues que el alto nivel de indecisión que registra el referendum no es solamente la confusión que provoca el tema, que es extremadamente confuso. Tampoco es exclusivamente por los mensajes confusos de ambas partes, que son confusos; porque los partidarios de la ley unos dicen que le va la vida a Ancap y otros dicen que lo mejor es importar combustibles y basta; y porque los contrarios un día dicen que asociar Ancap con empresas extranjeras es una traición a la patria, y otros dicen que apenas se derogue la ley se hará una nueva ley para poder asociar Ancap a empresas extranjeras, y también algunos otros dicen que la ley no es mala, sino que lo malo es que la aplique este gobierno. Obviamente estas lógicas confunden a la gente sobre el fondo de la cuestión. Pero lo más importante no es que la gente se sienta confundida, sino que mensajes así de contradictorios implican falta de liderazgo, en el sentido profundo del término, que es la capacidad de trasmitir una idea, convencer a la gente de sus bondades y convocarla a seguir el camino. Liderazgo no es juntar votos, es guiar el camino. El alto nivel de dudas e indecisión hay que buscarlo en todo este conjunto de señales que implican dudas sobre la viabilidad del país, dudas sobre las dirigencias políticas, desasosiego por el mazazo recibido el año pasado, dudas sobre el futuro.