18 Ene. 2004

La filigrana en lo simple

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El sistema electoral uruguayo sufrió en 1996 una profunda reforma de una magnitud no prevista por sus impulsores, que impactó sobre la cultura política, sobre las formas de hacer política y de encarar las campañas electorales, sobre la forma de la ciudadanía de ver a los actores políticos. El balotaje ayudó mucho al proceso de desdibujamiento de las anteriormente rígidas fronteras entre las colectividades políticas.

El sistema electoral uruguayo sufrió en 1996 una profunda reforma de una magnitud no prevista por sus impulsores, que impactó sobre la cultura política, sobre las formas de hacer política y de encarar las campañas electorales, sobre la forma de la ciudadanía de ver a los actores políticos. El balotaje ayudó mucho al proceso de desdibujamiento de las anteriormente rígidas fronteras entre las colectividades políticas. La candidatura única eliminó el matizamiento del sistema y lo sustituyó por la rigidez de una expresión única. La combinación de ambos factores simplificaron el sistema, pero al crear una elección en tres etapas por método eliminatorio, le otorgaron la contundencia que supone el método olímpico: en cada instancia hay en cada parte un ganador y uno o varios perdedores, eliminados y sin apelación. Antes un ciudadano podía escoger a un candidato presidencial minoritario en su partido, aun en la convicción más absoluta que su voto terminaba computándose a favor de un candidato no preferido; pero guardaba la distancia de no votar en forma directa a quien no quería. Ahora o gusta el candidato o se vota a otro partido.

El cambio de sistema impactó mucho a los electores, que lo fueron descubriendo paso a paso. Primero cuando llegaron las mal llamadas elecciones internas, que a la gente le costó descubrir que no eran internas, sino elecciones generales para designar el candidato presidencial único de cada partido; también le costó descubrir que se eligen muchas más cosas y para muchos destinos, como que sirven de ranking para las listas parlamentarias y se predefinen las candidaturas municipales; y descubrir además que eran voluntarias para los ciudadanos y obligatorias para los partidos. Luego le costó asimilar el impacto de la candidatura única. Y finalmente para los seguidores de los terceros y cuartos partidos le llegó la hora del encorsetamiento del balotaje y la obligación de romper las fronteras partidarias para apoyar a un candidato de otro partido.

Pero el sistema impactó mucho más en los actores políticos, al punto que puede afirmarse que buena parte de los actores de primerísimo y segundo nivel aún no han terminado de asimilar las complejidades del nuevo sistema. Es que el mismo requiere de un manejo filigranático, florentino. Los precandidatos de un mismo partido deben diferenciarse entre sí para competir, pero la diferenciación tiene un límite, el que impone la necesidad de los perdedores de apoyar al ganador; el ganador debe conocer el difícil arte de ser un buen ganador, pues en el momento de la victoria debe ser el convocante y el referente de todo el partido, en particular de los que acaban de ser derrotados. Los perdedores deben entender que tienen delante suyo dos caminos: uno es aceptar el resultado y apoyar con total plenitud y sinceridad al ganador, el otro es el mutis o la dilución; porque el perdedor que no apoye en pleno al ganador da esta lección a sus seguidores: en este partido no vale la pena permanecer, entonces, no lo vote, tampoco me vote a mí.

En 1989 una parte del Partido Colorado, el Batllismo Unido cuyo liderazgo disputaban Sanguinetti y Batlle, y que desde esa confrontación quedó desunido, dirimió la candidatura presidencial en unas primarias entre el actual presidente y el entonces vicepresidente. El tono de la campaña, la dureza de las acusaciones, la forma de asumir la victoria por el ganador, transformaron el triunfo de Batlle en una victoria pírrica, pues en el mismo momento de ganar se selló su derrota en la competencia interpartidaria. El coloradismo, el batllismo, Batlle y Sanguinetti aprendieron la lección, y ese aprendizaje les permitió el prolijo manejo de la campaña electoral entre el líder de la Lista 15 y el vicario del Foro Batllista. Esa noche se selló la fórmula, de la manera esperada por la gente, por quienes los votaron y por quienes no los votaron. El ganador es el candidato único a presidente, el segundo es el candidato a vice. La fórmula era un hecho. El triunfo de Hierro hubiese abierto la incógnita sobre el nombre pero no sobre la pertenencia del vice, pues tampoco nadie ponía en duda que ni un anterior presidente de la República ni un hombre que por su larga trayectoria se encuentra en ese nivel político, ni uno ni otro podía ser el candidato a vice.

En 1999 el Partido Nacional no se atuvo a las reglas de juego. Puede ser por no haber entendido el profundo cambio político o puede ser por una larga tradición de enfrentamientos duros. Si los colorados han sido los eximios maestros en el arte del entendimiento, los blancos han sido los cultores del fratricidio. Desde que el Poder Ejecutivo se elige en forma directa, los blancos prácticamente no usaron el doble voto simultáneo para estos órganos hasta 1954, y entonces, obligados (porque otras formas de pluralidad de listas o candidaturas fueron nominales, ante listas de envergadura liliputiense). En 1926 Herrera provoca su propia derrota con la expulsión de Lorenzo Carnelli del Partido Nacional; en 1954 la pluralidad de listas es producto de una decisión de la Corte Electoral contra la expresa voluntad de Herrera. A partir de 1930 y hasta mediados de los cincuenta, la división en dos grandes lemas (que llegaron a ser hasta cuatro) marcó el nivel de dureza de los enfrentamientos. Es posible que resabios de esa cultura pervivan.

Como fuere el nacionalismo se ve enfrentado a la misma prueba de 1999. Toda la ciudadanía, los analistas políticos y los actores políticos adversarios están expectantes de cuál va a ser la conducta del Partido Nacional. Si logra el cambio cultural para atenerse plenamente a las reglas del juego, o de una u otra manera produce algún rechine. Hay varias incógnitas, reforzadas por los primeros ejercicios de calentamiento para la campaña electoral. Primero, si la campaña va a ser por la positiva o vuelve aunque sea mediante indirectas el juego de acusaciones. Segundo, si la misma noche del 27 de junio queda sellada la fórmula presidencial entre el primero y el segundo, como lo hizo cinco años atrás el coloradismo. Y si de allí a octubre ese partido va unido a la elección, con todos sus líderes al unísono.