22 Feb. 2004

Las opciones en elecciones

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Hay muchas formas de ver las elecciones, el sentido u objetivo de las mismas. Una de ellas es verla cómo una competencia estrictamente personal donde diversas figuras compiten para la obtención de un cargo; esta competencia sería entonces una especie de concurso, aunque a diferencia de los concursos más o menos estándares en la Universidad de la República, no están prefijadas las reglas: algunas personas van a votar en base a la capacidad de la persona para el ejercicio de la conducción política, otras lo harán en base a la capacidad técnica para afrontar el tipo de problemas que se considere más importante o más prioritario, otros realizarán la opción en base al nivel de confiabilidad del candidato.

Hay muchas formas de ver las elecciones, el sentido u objetivo de las mismas. Una de ellas es verla cómo una competencia estrictamente personal donde diversas figuras compiten para la obtención de un cargo; esta competencia sería entonces una especie de concurso, aunque a diferencia de los concursos más o menos estándares en la Universidad de la República, no están prefijadas las reglas: algunas personas van a votar en base a la capacidad de la persona para el ejercicio de la conducción política, otras lo harán en base a la capacidad técnica para afrontar el tipo de problemas que se considere más importante o más prioritario, otros realizarán la opción en base al nivel de confiabilidad del candidato. Es decir, es un concurso con reglas abiertas, en que cada tribunal (de los más de dos millones de miembros de ese tribunal) aplica sus propias reglas. En definitiva, supone una competencia doble: no sólo se confrontan los méritos, sino que además se compite por convencer al tribunal sobre qué atributos tener en cuenta y cuáles desechar. Esta tipología es bastante común en muchas de las elecciones norteamericanas, particularmente en niveles de peso intermedio, como el de congresista federal o miembro de las Legislaturas estaduales.

Otra manera de ver las elecciones políticas es como una competencia de ideologías, de cosmovisiones, de formas más o menos sistemáticas de ver al mundo y al hombre. Se trata pues de una confrontación profunda, donde lo coyuntural pierde su esencia y donde hasta los candidatos pasan a un plano secundario. En cierta forma fue el esquema dominante en Italia a lo largo de la Primera República, particularmente en el largo período de la plena Guerra Fría, cuando la dicotomía dominante era entre la concepción demócrata cristiana y la comunista.

Una tercera forma es la de confrontación de programas, de qué es lo que se de debe hacer, cuáles son las metas que debe perseguir el siguiente gobierno. Se ve pues la competencia electoral como una confrontación de objetivos. Puede considerarse que las próximas elecciones presidenciales norteamericanas van a ir por esta modalidad, donde se enfrenten posturas diferentes sobre el manejo de la economía y de la presencia norteamericana en el mundo.

Una cuarta manera de ver las elecciones políticas es como una competencia de caminos y no de metas. En general esta forma parte del supuesto que hay un abanico bastante restringido de opciones en cuanto a objetivos y que la elección están en cómo llegar a esos objetivos. Que lo sustancial entonces no es el qué sino el cómo.

Lo interesante es que no hay una definición previa aceptada por todos los competidores y por todos los electores sobre cuál es la manera en que se va a jugar una elección determinada, en un tiempo y un lugar precisos. Nadie predetermina que en Uruguay en 2004 se va a elegir en atención a la primera o la tercera forma. Los propios actores compiten por establecer la forma en que debe transcurrir las elecciones, es decir, compiten por convencer a los electores sobre qué es lo que deben tener en cuenta en el momento de elegir: personalidades, ideologías, objetivos, caminos.

Y precisamente en este país para los votantes están abiertas las cuatro opciones. Porque hay controversia sobre las personas y esa controversia se extiende a qué es lo importante: si la experiencia política, la capacidad técnica o la confiabilidad personal. Hay también confrontaciones de tipo ideológico, no de todos los actores, pero si de algunos, para quienes lo que está en juego es el liberalismo o el marxismo, el cambio popular o la hegemonía de los poderosos, y sin duda la discusión más importante de las últimas dos décadas, la relacionada con el papel del Estado y el papel del mercado. También hay un importante debate en cuanto a los objetivos, si es prioritario atacar la pobreza, reducir la desocupación, mejorar los ingresos de los hogares o facilitar las inversiones extranjeras (y cuáles). Y se plantea por parte de algunos actores que la discusión se centre en cómo hacer las cosas: con qué medios, con qué recursos.

Como puede verse, el arte de la campaña electoral es altamente complicado y requiere de una gran pericia por parte de los competidores, porque deben hacer todo a la vez y sobretodo confrontar para convencer a la gente cuál es la forma de valorar a los contrincantes a la hora de formular la opción. Pero como no hay una sola instancia electoral sino al menos dos (y eventualmente tres), cada una tiene sus propias reglas. Porque las elecciones preliminares del 27 de junio se diferencian de todas las otras en que la concurrencia de los electores es voluntaria. Por tanto, los actores tienen una tarea adicional, convencer a la gente que concurra a votar.

Esta última tarea no es para todos de igual importancia. En los comicios anteriores, los del 25 de abril de 1999, surgió de los estudios de opinión pública que a determinados candidatos beneficiaba una alta concurrencia y a otros una baja asistencia ¿Por qué? Porque la gente no hace un proceso lineal de selección, donde primero define si va a ir o no a votar y en segundo lugar, una vez resuelto participar en las elecciones, elige su partido, su candidato y su lista. No es así. Hay un proceso paralelo. Por un lado las personas van estableciendo sus preferencias partidarias y personales. Y por otro lado procesan la decisión de ir o no ir a votar. Puede resumirse el planteo así: me gusta fulano, si voy a votar voto por él, pero no se si voy a ir. Esto significa que para algunos candidatos lo importante es convencer a la gente para que opte por él, mientras que para otros lo importante es motivar a concurrir, pues si los convencidos van, no es necesario convencer a nadie más.

Son pues muchos los ejes sobre los que partidos y candidatos están obligados a trabajar en una campaña electoral, y son muchos los ejes sobre los que discurre la decisión del ciudadano.