28 Mar. 2004

Lecciones desde España

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Se ha asentado el polvo levantado por los vientos de las elecciones españolas. Con el horizonte despejado pueden buscarse algunas lecciones; no se pretende una interpretación del comportamiento de los españoles, sino meramente tomar algunas lecciones que pudieran ser válidas para este rincón del mundo.

Se ha asentado el polvo levantado por los vientos de las elecciones españolas. Con el horizonte despejado pueden buscarse algunas lecciones; no se pretende una interpretación del comportamiento de los españoles, sino meramente tomar algunas lecciones que pudieran ser válidas para este rincón del mundo.

Hay una fina raya que separa lo encomiable de lo censurable. El hombre comprensivo puede pasar a ser visto como endeble; el hombre firme, como soberbio. José María Aznar, más allá del acuerdo o desacuerdo con la orientación de sus políticas, estuvo a punto de retirarse en la cúspide del respeto de propios y ajenos, como un hombre que renovó un partido político y lo transformó en un instrumento moderno, llevó a España a los primeros planos de la política mundial, y además puso a la España floreciente como la contracara de una Europa en tribulaciones económicas y fiscales.

Durante la guerra fría se decía que la cualidad más importante para un presidente norteamericano era la capacidad para mantener la cabeza fría en medio de una apuesta nuclear, de no dejarse llevar por el deseo de apretar el botón nuclear con demasiada rapidez. Cuando se atisbó que la autoría de los atentados iba en dirección contraria a los intereses del Partido Popular, Aznar, Rajoy y la conducción del PP quedaron aturdidos y optaron por el peor de los caminos. Apostaron a la intoxicación informativa, en una jugada riesgosa de todo o nada. Y como se sabe, fue perdidosa.

Pero aún sin el 11 de marzo aparecía otra seria limitante. Se vislumbraba la escasa capacidad de maniobra para el caso de que el PP triunfase sin mayoría absoluta. Con la excepción de la pequeña Coalición Canaria, carecía de aliados, le sobraban enemigos (las izquierdas, los regionalismos); a lo sumo y como mucho podía aspirar a una benevolente abstención de Convergencia y Unió a cambio de aceptar fenomenales concesiones, que hubiesen transformado la victoria electoral en pírrica. Ambos hechos, la política de confrontación con todos y cada uno de los demás, la intoxicación informativa, son formas de soberbia. Se demostró que al menos en esta etapa la soberbia es contraproducente en España, un país de cultura política mucho más dura y cortante que la uruguaya.

Los pueblos oscilan. Cuando un gobernante es demasiado fuerte, el pueblo se hastía de lo que considera soberbia y busca humildad. Cuando el gobernante es largo tiempo humilde, el pueblo se cansa de lo que entiende como debilidad y busca autoridad. Son los ciclos. La sabiduría está en saber amoldarse a cada uno y percibir el momento en que un tiempo llega a su fin y se reclama un cambio de talante. Porque a veces es solo eso, un tema de modos y no de esencia.

Otro hecho nada menor es cómo desde afuera puede influirse en una decisión electoral. Ocurrió con el 11M en Madrid. También fueron influencias electorales la negativa de Jruschov a liberar al piloto espía Gary Powers (con beneficio para Kennedy y perjuicio para Nixon) y la posterior negativa de Jomeini a liberar a los diplomáticos y funcionarios norteamericanos de rehenes en Teherán (con beneficio para Reagan y perjuicio para Carter). Sin que por aquí haya espías detenidos, ni rehenes ni se esperen atentados, hay muchos impactos generados en el exterior: desde las implosiones financieras del 2002 hasta la calculada intervención-confrontación con Uruguay del presidente Kirchner.

A fines de este enero escribíamos: “En este país y en el mundo en lo que casi unánimemente han fracasado los líderes es en la búsqueda de vicarios, de personajes que actúen en su representación. Quizás la excepción la constituya Mariano Rajoy si, como todo indica, se impone el 14 de marzo sobre Rodríguez Zapatero y asegura al Partido Popular de España el mantenimiento del gobierno. Sanguinetti fracasó dos veces consecutivas al intentar proyectar un vicario y ambas contra Jorge Batlle: el actual presidente derrotó primero a Enrique Tarigo y diez años más tarde a Luis Hierro López; en cambio, la única vez que uno y otro líder confrontaron, Sanguinetti derrotó a Batlle Ibáñez por 8 a 1. También Lacalle fracasó en el vicariato, cuando su candidato Juan Andrés Ramírez resultó derrotado por Alberto Volonté. Tanto Sanguinetti como Lacalle ganaron dentro de sus partidos cuando fueron candidatos y ambos perdieron cuando postularon vicarios. Parece que los vicariatos no andan aquí, y salvo España en el 2004, tampoco en el mundo”. La excepción no existió. No se duda que el 11 de marzo fue un hecho de formidable impacto, pero más impactante para las elecciones fue la incapacidad de manejar esa crisis. Lo cierto es que cada caso tiene su explicación particular, pero se mantiene la regla general: los líderes no logran transferir su peso a ningún vicario, a ningún sustituto. Los líderes solo pueden dejar el liderazgo cuando emerge otra figura, con su propio peso, que desplaza al líder anterior y lo sustituye, es decir, cuando se da el natural proceso político-biológico de renovación.

Un último apunte, de entidad menor: las encuestas. En general parecería que las principales consultoras funcionaron bien en las encuestas previas de intención de voto, ya que los sucesos del 11, 12 y 13 de marzo fueron de tal impacto que la distancia entre el resultado final y el previsto es claramente un cambio de talante de la sociedad, y en particular un cambio en el nivel de participación en las urnas. En cuanto a los instrumentos que pretenden adelantar el resultado electoral se demostraron tres cosas: que las encuestas de boca de urna indican tendencias válidas, pero borrosas y no concluyentes; que las proyecciones de muestras de escrutinio son de altísima fiabilidad y es la herramienta idónea por excelencia para conocer el resultado con mucha antelación; y que las encuestas de predicción de voto con otras metodologías – que pretenden sustituir a las de boca de urna– son de escala o nula confiabilidad (como que en España anunciaron el triunfo del PP, y en Uruguay en 1999 el triunfo de Vázquez).