29 Ago. 2004

Los riesgos en la campaña

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Toda campaña electoral supone riesgos. El primero de ellos es el no arriesgar, pues puede implicar perder la iniciativa, quedarse sin objetivos y ser prisionero de la estrategia de los contrarios. Arriesgar es necesario y ello supone la posibilidad de cometer errores; más bien, errores se van a cometer inevitablemente, lo que importa es el balance en cantidad y calidad de los errores propios y de los errores ajenos.

Toda campaña electoral supone riesgos. El primero de ellos es el no arriesgar, pues puede implicar perder la iniciativa, quedarse sin objetivos y ser prisionero de la estrategia de los contrarios. Arriesgar es necesario y ello supone la posibilidad de cometer errores; más bien, errores se van a cometer inevitablemente, lo que importa es el balance en cantidad y calidad de los errores propios y de los errores ajenos. A 63 días de las elecciones nacionales se abre una etapa caracterizada por: prácticamente cerrado el cuadro de ofertas electorales de nivel nacional (fórmulas presidenciales, listas senatoriales), definidas las estrategias electorales, posicionados los actores en la cancha y claro el escenario de la intención de voto actual (al día de hoy) y de voto futuro (al 31 de octubre). Etapa que dura unos 33 días y tiene como elemento central a los propios actores políticos, en los medios de comunicación y en la comunicación personalizada, a través de las recorridas y actos por los pueblos y barrios. Luego vendrá la etapa final, de 30 días, donde se mezclarán los productos publicitarios en medios electrónicos con la comunicación de los actores políticos, tanto la masiva como la personalizada.

Lo más significativo en el Partido Colorado es la entrada en la cancha como primer actor de Julio Ma. Sanguinetti. Por su trayectoria, por la fuerza de su personalidad, por su eficacia en el manejo comunicacional, esta entrada desplaza inevitablemente al segundo plano al propio candidato presidencial, hombre de perfil bajo que no logró despegar desde que se acordó su candidatura. Entra a la cancha con el coloradismo en el peor nivel de adhesión de su historia (apenas un 11%, del cual solo el 9% está firmemente decidido a votarlo en octubre) y lo hace con ruido. En esencia la estrategia del ex-presidente repite en parte la seguida al final de la campaña de 1994, cuando estuvo a punto de perder con el nacionalismo. Allí practicó un juego a tres bandas: atacó fuertemente a la izquierda para captarle al Partido Nacional el voto más a la derecha. No es claro si el objetivo es el mismo. Pero más allá de la intención, parece que los efectos son los mismos: muy difícilmente Sanguinetti va a incidir en que un indeciso entre la izquierda y los partidos tradicionales se vuelque o se deje de volcar a la izquierda; en cambio puede llegar a incidir en que un votante potencialmente blanco, de derecha, prefiera el voto a un coloradismo claramente enfrentado a la izquierda que a una candidatura blanca cuyo discurso se izquierdiza. No necesariamente el objetivo lo va a lograr, pero alguna posibilidad tiene. En relación a la izquierda el riesgo es que la transforme en víctima, con un discurso que para una gran mayoría del electorado suena como antiguo, en base a ejes más propios de décadas pasadas que de la actualidad. Lo más es claro es que es un discurso que tiene un importante nicho de mercado, que puede estimarse en la tercera parte del electorado, y ese nicho es muy importante en la correlación entre el Partido Colorado y el Partido Nacional. En definitiva la meta colorada es salir del nivel actual y llegar a algo de mayor importancia, como por ejemplo aspirar a las cinco bancas senatoriales. Y con ese objetivo la estrategia podría dar resultados.

En el EP-FA los riesgos están a cada paso. En general desde el 27 de junio están bastante controlados, pero siempre aparecen focos de señales diferenciales. Parece que cuando se apaga un fuego nace otro; es que no solo puede haber los errores propios de un candidato presidencial o vicepresidencial, sino que no es nada fácil lidiar con al menos siete grandes corrientes en competencia entre sí. En las últimas semanas surgen dos señales fuertes. Una desde el candidato vicepresidencial. Nin Novoa creció como el perfecto número dos, sin diferenciación con el número uno y como apoyatura plena al mismo; ahora ha exhibido en dos oportunidades fuertes divergencias: cuando la designación de Astori primero y con el tema del endeudamiento agropecuario después, donde ha pesado más la incorporación a su sector del ruralismo combativo que la adhesión incondicional a Vázquez. La otra señal sale del intendente de Montevideo, en lo que no queda claro si es una decisión pensada de cambio de perfil o algo fuera de libreto. Lo cierto es que se pasa del Arana moderado y consensualista a este Arana confrontador e intolerante, al punto de llegar a romper normas protocolares al no invitar a la inauguración del Teatro Solís a los únicos dos ex-presidentes de la República vivientes, a varios ministros y a asignar lugares inadecuados o no invitar a otros dirigentes políticos no identificados con la izquierda. Y la confrontación de mayor soronidad se da una vez más en el tema de las patentes. El intendente arquitecto es un gran amante de la ciudad de Montevideo, y este amor por la ciudad capital genera un mensaje que muchas veces es visto desde el interior como anti-interior. Por lo pronto en ningún manual de campaña está la recomendación de que para ganar una elección hay que dedicarse a perseguir automovilistas y propietarios de mascotas.

El tema de las patentes es de esos en que hay razones para todos lados, porque en el fondo se trata de distribuir un recurso extremadamente escaso y móvil entre municipios deficitarios. Pero más allá del controversial fondo del asunto, resulta extraño elegir este momento (a dos meses de las elecciones) para generar esta confrontación, que permite al Partido Nacional un contraataque en regla: posicionar al Frente Amplio como la fuerza montevideana que no entiende y se opone al interior y posicionar al nacionalismo como el defensor por excelencia del interior ante el centralismo montevideano.

Claro que esto también tiene sus riesgos para el Partido Nacional. Los mismos que tiene el que Larrañaga centre su campaña electoral en el interior y abandone Montevideo. Lo mismo hizo Volonté en 1994, cuando en el último mes descuidó la capital y el área metropolitana. En la capital el Frente Amplio tiene la impresionante adhesión del 60%, nivel que por sí mismo genera una porción de electorado lo suficientemente volátil como para que su pérdida o ganancia defina la elección. La recorrida por una sola feria metropolitana permite el contacto con más gente que tres o cuatro pueblos chicos. El riesgo del nacionalismo es que por posicionarse demasiado fuerte en el interior se aleje del país metropolitano, de Montevideo y de su área metropolitana, y además que no logre captar afuera lo que deja de captar en la metrópolis.

Cuando una elección se pierde o se gana por algunas decenas de miles de votos, la jugada correcta y la incorrecta, el hacer algo en el momento adecuado o dejar de hacerlo, puede ser la diferencia entre la victoria o la derrota.