06 Set. 2004

La renovación y la continuidad

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El ex presidente argentino Eduardo Duhalde se encuentra impulsando varias iniciativas tendientes a promover la renovación de los elencos políticos, en la Provincia de Buenos Aires y en los cargos federales. Una es establecer una cuota de candidaturas por edad: que la mitad de los candidatos deban obligatoriamente contar con menos de 35 años de edad.

El ex presidente argentino Eduardo Duhalde se encuentra impulsando varias iniciativas tendientes a promover la renovación de los elencos políticos, en la Provincia de Buenos Aires y en los cargos federales. Una es establecer una cuota de candidaturas por edad: que la mitad de los candidatos deban obligatoriamente contar con menos de 35 años de edad. La otra es que en ningún cargo electivo se permitirá más de una reelección, es decir, un tope de dos periodos en total. “Hay que seguir el ejemplo de España –razona– donde sus líderes se retiran antes de que los echen”. Según analistas, Duhalde piensa que hay que cambiar antes de que retorne el “que se vayan todos”.

La experiencia de los países que cuentan con lo que genéricamente se denomina democracias pluralistas (más estrictamente, poliarquías), cuentan con distintas modalidades. A nivel parlamentario predomina el sistema de la reelección ilimitada de los parlamentarios. Son pocos los países que establecen límites a este respecto. El pionero ha sido Costa Rica, que hace medio siglo prohibió la reelección de los miembros de la Asamblea Legislativa unicameral.

A nivel de jefatura de Estado o de jefatura de Gobierno cuando las mismas no son electivas predomina, hasta llegar a casi la unanimidad, el principio de reelección o redesignación indefinida. Así se ha visto en estos tiempos los 16 años consecutivos de Helmut Kohl al frente del gobierno alemán federal y los 14 años de Felipe González en la conducción del gobierno español. La excepción la constituye José María Aznar, que se impuso un límite de dos periodos, ocho años en total, al frente del gobierno y a su vez estableció la simultaneidad en el cese de la Presidencia del Gobierno y el liderazgo de su partido.

A nivel de jefaturas de Estado electivas hay en principio cinco categorías principales:

a) Reelección indefinida. Caso Francia, donde Mitterrand llegó hasta los 14 años (dos periodos de 7 años cada uno)

b) Prohibición de reelección hasta pasados dos periodos de su cese. Caso Venezuela en la primera reforma de la Constitución de 1958.

c) Prohibición de reelección inmediata pero posibilidad ilimitada de mandatos, siempre que sean intermediados. Caso Uruguay

d) Posibilidad de reelección inmediata limitada. Caso Argentina (dos periodos de 4 años cada uno). O Estados Unidos que establece dos limitaciones: ser elegido como presidente un máximo de 2 veces y ocupar el cargo como máximo 10 años (es decir, si el vicepresidente accede a la presidencia dentro de los dos primeros años, solo puede ser elegido directamente una vez; si accede en los últimos 2 años, puede ser elegido directamente 2 veces)

e) Prohibición de todo tipo de reelección, que es el viejo modelo mexicano y el todavía vigente en Colombia.

El tema tiene un ángulo referido al liderazgo del Estado o del Gobierno, otro ángulo referido al liderazgo del partido y uno tercero referido a todos los demás cargos públicos, electivos o por designación. Y además es harto complejo, porque pasa por otro tema cual es el de la profesionalidad de la actividad política. Si la política es una actividad transitoria y coyuntural de personas primordialmente dedicadas a otros menesteres y por consiguiente se entiende que no requiere habilidades ni formaciones específicas. O si la política es una actividad que necesita formación y habilidad específica y por tanto es una actividad para profesionales de la misma. A lo cual debe agregarse una pregunta o mejor dicho dos preguntas, uno como reverso de la otra: ¿la renovación es en sí mismo una virtud? ¿la continuidad de líderes y elencos es en sí mismo una virtud?

Además, establecer una renovación obligatoria, por imperio constitucional, plantea otra interrogante: ¿puede obligarse a los pueblos a no seguir el liderazgo o no poder votar a quienes desean votar? ¿No puede ello ir en contra de los deseos y sentimientos de la gente? ¿Hubiese tolerado la gente que Herrera, Batlle, Luis Batlle o Wilson se hubiesen ido para la casa en el momento de su apogeo, solamente porque se impone la necesidad de renovar los cuadros políticos?

En Uruguay se ha generado la idea de una escasa renovación de los elencos políticos. Sin embargo, los datos respaldan ese imaginario. Más bien ha habido una muy fuerte renovación quinquenal de los cuadros políticos en casi todos los partidos. Basta un dato: en este momento hay solo dos diputados que iniciaron su actuación parlamentaria en la primera legislatura post-interrupción institucional. Es alto el porcentaje de gente con entrada y salida en los cargos políticos, al compás de los cambios políticos que se operan elección tras elección. Porque no ha sido estable en los cuatro periodos habidos hasta ahora, y las cifras de las encuestas auguran una menor estabilidad todavía. En parte porque no han sido estables los resultados electorales de los partidos, pero mucho menos los resultados al interior de los partidos, que son los que determinan la estabilidad o rotación de los elencos.

En cuanto a los liderazgos partidarios, ya fuere de los grandes sectores o de los lemas, tampoco puede decirse cono norma genérica que en Uruguay ha sido de una predominancia total la no renovación. La izquierda procesó un recambio de liderazgo a comienzos de los años noventa, producto de que el general Liber Seregni fue perdiendo apoyos políticos hasta quedar casi en solitario y esos apoyos se trasladaron hacia el nuevo liderazgo de Tabaré Vázquez; es pues un recambio dentro del proceso político-biológico más natural. En el Partido Nacional hubo primero el liderazgo de Wilson Ferreira, tras el vacío generado por su muerte aparece el de Luis Alberto Lacalle, más tarde hay un co-liderazgo entre este (como referente de la segunda fracción) y Alberto Volonté (como referente mayoritario), el retorno al liderazgo pleno de Lacalle, y ahora su sustitución por Jorge Larrañaga, mediante el normal procedimiento de que en las urnas uno tuvo casi el doble de votos que el otro. Donde la renovación no ha operado es en el Partido Colorado. La última renovación ocurrió a comienzos de los 80, cuando aparece en el primer plano Julio Ma. Sanguinetti, en un papel confuso de sucesor de Jorge Batlle, competidor del mismo o vicario suyo; la confusión se termina a fines de la década, cuando queda claro que uno y otro compiten entre sí. La renovación que pudo surgir tras la designación de un candidato presidencial diferente no operó, pues este candidato no logró proyectarse a un liderazgo; entonces, la renovación ocurrirá en función del devenir histórico natural; de que los votantes de esos partidos trasladen su adhesión de los viejos líderes a alguno que aparezca, o que la inevitabilidad biológica obligue al recambio.