21 Nov. 2004

Juegos de poder en transición

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Desde el punto de vista de la arquitectura política, el Encuentro Progresista-Frente Amplio como partido de gobierno presenta algunas diferencias significativas con ambos partidos tradi- cionales.

Desde el punto de vista de la arquitectura política, el Encuentro Progresista-Frente Amplio como partido de gobierno presenta algunas diferencias significativas con ambos partidos tradi- cionales. Las diferencias fundamentales son:

Uno. Tabaré Vázquez es el líder de toda la organización política y a su vez no es líder particularizado de ninguno de los sectores o bloques componentes. En ambos partidos tradicionales el presidente de la República ha sido siempre el líder de la fracción mayor, pero no el líder de todo el partido. Aunque formalmente Vázquez es miembro del Comité Central del Partido Socialista y el PS se presenta como “el grupo de Tabaré”, en realidad ni el presidente electo consulta en particular a “su partido”, ni éste sigue en forma total e incondicional al líder, al menos en la forma en que lo hace el Foro respecto a Sanguinetti o La 15 en relación a Batlle.

Dos. Hay en el EP-FA dos niveles claros de liderazgo, el liderazgo común a la fuerza política y el liderazgo particularizado o la conducción particularizada de cada sector, fracción o bloque. Esto a su vez presenta un serio problema a la hora de cuantificar pesos y apoyos. En el Partido Nacional no hay duda alguna que si Alianza Nacional (es decir, la lista al Senado encabezada por Larrañaga-Abreu-Da Rosa) obtuvo el 54% de los votos del lema, ese es el peso específico del liderazgo de Larrañaga, mientras que el de Gallinal es del 17% y el del herrerismo del 29%. En el EP-FA la cosa es más complicada, porque la suma de los votos de todos las fracciones, y por ende la suma de votos de todos los liderazgos fraccionales es igual al total del EP-FA; de donde queda cero voto para computar a Tabaré Vázquez, casi casi ni el suyo propio es computable para sí. Como esto no es de realismo político viene un problema serio: cuánto de la votación de cada sector es atribuible al mismo y cuánto al líder de todos. No es un dilema nuevo, ya lo padeció y con creces Liber Seregni, particularmente en su enfrentamiento con Batalla y La 99, allá por entre fines de 1984 y comienzos de 1989. Entonces, no hay reglas claras para contar.

Tres. La izquierda mantuvo siempre su condena al reparto matemático de cargos y en cierto modo eludió ese criterio en sus tres administraciones municipales de Montevideo. Opuso el criterio de designar a la gente más capaz para cada función. En realidad es una falsa oposición. Primero, porque se puede hacer un reparto matemático y además elegir a los más capaces. En segundo lugar porque es discutible que siempre y para todos los cargos el Frente Amplio haya designado a los más capaces para cada una de todas las funciones. En tercer lugar porque es asaz difícil establecer cuál es el más capaz para un cargo que tiene aristas políticas, aristas técnicas y aristas de administración y gestión. En cuarto lugar porque el criterio de la izquierda fue y se ha reiterado que debe ser: designar para cada cargo a la persona más capaz, siempre que sea de izquierda; es decir, hay un a priori, que es pertenecer a la izquierda y recién luego viene el juego de los talentos y las virtudes. Lo cierto es que el reparto matemático frío, o al menos el reparto compensado con elementos cualitativos, es lo aplicado urbi et orbi, desde que el poder es un poder complejo, como quien dice al menos desde la Roma antigua, ya sea en base a números electorales, al peso de las elites o a la capacidad de fuego de las tropas de cada quien. Cuando se elimina el reparto matemático o matemático-cualitativo, aparecen los reclamos de quienes se sienten sub-representados contra los que son acusados de sobre-representación; juego que parte a su vez de una premisa falsa: si no hay criterio matemático de base, no puede haber sub, sobre ni equa representación. Entonces, no hay reglas para repartir, distribuir, nombrar o adjudicar.

Como se ve, el tema es harto complejo, pues la izquierda llega al gobierno sin haber resuelto a priori temas esenciales al manejo del poder, sin tener claras a qué reglas hay que atenerse. Pavada lo que falta. Pero no es todo. A ello hay que agregar la compleja personalidad de Tabaré Vázquez. Es un hombre que no gusta de las reuniones colectivas, ni cultiva demasiado el diálogo, ni tiene afecto por los debates o los intercambios de ideas. Que en lo sustancial decide por sí y muchas veces sin consulta. En el plano político es un ermitaño. Que siente además el tamaño de su poder, tiene vocación por el mismo y un fuerte sentido de autoridad. Hasta ahora ha sabido imponer su autoridad siempre, desde que ha disputado el mando en la Intendencia hacia dentro, el mando de la Intendencia en relación al liderazgo del Frente Amplio (en manos de Seregni), el liderazgo de la izquierda en oposición a Seregni, el liderazgo de la izquierda en relación a grupos, sectores, líderes fraccionales y a prácticas y reglas harto colectivas. Y cuando no ha logrado la aplicación pacífica de la autoridad, recurrió a cortar el nudo gordiano: lisa y llanamente se fue, con renuncia o con licencia sine die, pero dejó a los demás con sus cuitas y reyertas. Así de sencillo.

Pero el estilo de Vázquez tiene un problema y una limitación. Funciona sin problemas cuando hay una aceptación tácita a su autoridad y su estilo. Y cuando hay esa aceptación tácita, ese ermitaño se transforma en un hombre que oye los consejos (sin dar señales de haberlos oído) y los aplica (para sorpresa de los consejeros, que creyeron haber hablado en vano). Este juego complicado funciona cuando nadie se sale del juego. Y ahora, para sorpresa de casi todos, analistas incluidos, la transición perfecta dejó de serla en lo interno y en lo externo (que la forma en que Batlle complica la transición es tema de otro análisis). En lo interno aparecieron rechines que ponen a Vázquez en el dilema de disminuir su autoridad o ejercerla a rajatabla. Si hace esto último gana, como ha ganado siempre. Pero hay una ley ineluctable: cuando alguien debe imponer su autoridad una y otra vez por el peso exclusivo de esa autoridad, erosiona su poder, hasta que un día ya no tiene qué imponer. Como esa ley no tiene excepciones, los que conocen el poder saben que si hay un juego de desgaste, deben cortarlo antes de que el desgaste ocurra. Y más temprano que tarde el presidente electo, como electo o como titular del cargo, deberá cortar por lo sano, o su gobierno será menos fluido y más complicado de todo lo esperado por propios, adversarios y espectadores.