02 Ene. 2005

Desafíos para el nuevo gobierno

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Toda sociedad que sale de un período anormal, ya fuere una guerra, guerra civil, guerrilla o dictadura, se enfrenta al problema de qué hacer con lo pasado, sobre todo porque en esos períodos hay en mayor o menor grado violaciones de distinta entidad a los derechos humanos. En principio hay dos ejes diferentes que tienen que ver con el valor de la justicia y otro con el de la memoria histórica. Aunque muchas veces se unan en los reclamos, son dos temas que admiten soluciones diferentes para cada uno.

Toda sociedad que sale de un período anormal, ya fuere una guerra, guerra civil, guerrilla o dictadura, se enfrenta al problema de qué hacer con lo pasado, sobre todo porque en esos períodos hay en mayor o menor grado violaciones de distinta entidad a los derechos humanos. En principio hay dos ejes diferentes que tienen que ver con el valor de la justicia y otro con el de la memoria histórica. Aunque muchas veces se unan en los reclamos, son dos temas que admiten soluciones diferentes para cada uno.

Por un lado está el tema de la justicia opuesto al tema del perdón. Desde el punto de vista de los valores, es la contraposición entre el concepto de que siempre y para todos deben aplicarse las normas por igual, sin distinción alguna; que las transgresiones deben ser juzgadas y castigadas. El concepto de Justicia no admite inicialmente otro camino que la pena, y la no aplicación de la pena supone la impunidad. Es un ángulo del tema.

El otro es el del perdón. Casi no hay concepción religiosa o filosófica que no incluya el perdón entre sus valores. El poner la otra mejilla ante la bofetada recibida, es un valor del cristianismo reiteradamente invocado. En puridad, si ante una bofetada no hay castigo, hay impunidad y no hay justicia. No cabe la menor duda. Pero desde este mismo ángulo, el no poner la otra mejilla y el buscar a toda costa el castigo puede verse como el afloramiento del rencor y de la venganza.

Entonces, el dilema entre justicia y perdón no es solo un tema político, también es un dilema ético, en que para quienes profesan los mismos valores cabe uno u otro camino. Para unos lo que está en juego es justicia o impunidad, para otros la dicotomía es entre perdón y venganza. Es decir, la misma alternativa justicia o perdón también puede verse como la opción entre la impunidad y la venganza.

En general las sociedades no optan por la justicia o por el perdón solamente (y puede decirse que tampoco primordialmente) en base a consideraciones axiológicas. Lo común es que la opción venga dada por la realidad, o dicho de otra manera, el más crudo sentido común producto de observar y calibrar la realidad es lo que determina la elección. El perdón se impone sobre la justicia cuando el costo de la justicia es mucho más oneroso que el perdón. O porque se sale de una guerra, guerra civil, seudo guerra o dictadura sin que haya un bando rendido incondicionalmente o porque aunque esto ocurra, los desafíos del inmediato futuro obligan a tal concentración de esfuerzos que estos se anteponen al deseo de justicia, o de venganza. La vida enseña que quien ayer no se rindió incondicionalmente, hoy puede no tener la fuerza suficiente para seguir sosteniendo su intocabilidad y entonces, al cambiar la correlación de fuerzas, cambia el eje de resolución del tema.

Pero la opción por el perdón no resuelve el dilema de la memoria histórica. Porque no hay justicia sin verdad, porque no hay forma de aplicar la pena si no es a partir de una exhaustiva investigación de lo ocurrido; la verdad es de previo y especial paso para que la justicia opere. No es concebible justicia sin verdad, porque ya no sería justicia sino meramente venganza irracional, porque no partiría de una investigación seria y rigurosa, sino del afloramiento de instintos primarios. A la inversa, no hay olvido sin perdón; porque si se entierran los hechos, si se los borra de la memoria colectiva, mal puede haber justicia, solo puede haber perdón, y un perdón otorgado sin mirar a quién ni por qué, ya que directamente no se investiga, sino que se hace un borrón y cuenta nueva: lo pasado, pasado, y a otra cosa. A lo sumo, que cada cual cargue en su conciencia con lo que haya hecho. Hay momentos en que el pasado es tan imposible de asumir o las cargas del presente son tan aplastantes, que las sociedades optan por el olvido, por mutilar su memoria, algo así como los individuos que para salvar su salud mental borran de la memoria un fragmento de su pasado. “No hay que permitir que la historia nos impida ver el futuro”, sentenció hace un año el ex presidente checo Václav Havel.

Cabe también una opción que podría decirse cruzada: verdad y perdón. Porque la verdad hace a la memoria colectiva y muchos historiadores sostienen que la memoria colectiva es fundamental para el desarrollo de las sociedades. Todas se construyen mediante la acumulación de etapas, de vivencias, de éxitos y frustraciones, de alegrías y dolores. Una sociedad es la acumulación de su propia historia. Desde este punto de vista, el olvido es una mutilación al propio ser social. Pero la búsqueda de la verdad no necesariamente está asociada al término de justicia, entendido como la aplicación secular de las normas del derecho positivo por jueces estatales y el consiguiente establecimiento y ejecución de penas. El tema de la verdad histórica es algo no debatido con profundidad en el país, porque no se ha aislado la búsqueda de la verdad de la dicotomía justicia o perdón.

La Comisión para la Paz hizo un esfuerzo profundo en busca de la verdad y alcanzó resultados más allá de los vaticinios más optimistas. Pero siempre fue una investigación harto limitada, circunscripta a un solo aspecto de la violencia pasada: el de los detenidos-desaparecidos. Más allá de que el propio informe avanza en un tema crucial: desde el Poder Ejecutivo se reconoce en forma pública, oficial y sin eufemismos que hubo torturas y muertes provocadas, lo que no es nada menor. Pero sin duda la búsqueda de la verdad es mucho más extensa que esclarecer la suerte de los desaparecidos o inclusive que encontrar algunos o todos los cuerpos.

Porque la violencia en el Uruguay, si se toman las últimas cuatro décadas, implica muchas violencias y muchas víctimas. Desde el Estado la violencia adquirió muchas formas y se realizó en diferentes etapas: en períodos constitucionales –donde el propio Parlamento dictaminó que hubo tortura– y en períodos de interrupción institucional. Y también la violencia de Estado adquirió muchas formas: desapariciones, muertes a consecuencia de torturas, muertes directas, detenciones en condiciones absolutamente inhumanas, detenciones en extrema rigurosidad, detenciones por meras razones políticas, pérdida de empleos, impedimento de la palabra. También hubo violencia privada de distinto signo. Hubo escuadrones de la muerte y hubo guerrilla que practicó la muerte, el secuestro y la violencia física. La búsqueda de la verdad para preservar la memoria histórica es mucho más prolongada y relevante de lo que se cree.