09 Ene. 2005

Desafíos en el juego político

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El juego político tiene reglas permanentes y cambios en función de la movilidad de los escenarios. El que emerge de los comicios del 31 de octubre replantea inicialmente el juego de tríadas, que se reimplantó en el país hacia fines de 2002, tras la ruptura de la coalición de gobierno.

El juego político tiene reglas permanentes y cambios en función de la movilidad de los escenarios. El que emerge de los comicios del 31 de octubre replantea inicialmente el juego de tríadas, que se reimplantó en el país hacia fines de 2002, tras la ruptura de la coalición de gobierno. Hasta entonces y fuertemente impulsado por el balotaje, el país se movió en un escenario binario: de un lado la coalición de gobierno (Partido Colorado, Partido Nacional), del otro lado la oposición (Frente Amplio, Nuevo Espacio, que se fusionan hacia comienzos de 2004). La ruptura de la coalición y la decisión explícita del nacionalismo de jugar con equidistancia restablecieron el juego de tríadas. Este juego fue durante largo tiempo obstaculizado por el coloradismo que trató de imponer en el país (con lo que contó con la colaboración de la izquierda) una visión polarizada: de un lado las familias tradicionales, del otro lado la o las familias de izquierda. Es cierto que más allá de lo ideológico, el Partido Colorado como entonces hermano mayor de la gran familia tradicional tenía todo para ganar en un escenario binario y el nacionalismo todo para perder. La decisión de la colectividad blanca de ir a un juego de tres no solo fue la consecuencia natural de la ruptura de la coalición, sino una decisión explícita para recuperar identidad y salir de esa subsumisión al Partido Colorado que percibía la opinión pública.

El juego triangular quedó reafirmado desde el nacionalismo cuando su nuevo referente, Jorge Larrañaga, se negó a una alianza electoral con el Partido Colorado de cara a un eventual balotaje. En todo momento sostuvo su oposición al concepto de familias ideológicas y expuso que de haber balotaje pensaba enfrentarlo con captación abierta, es decir, con apelación a los votantes sin pacto explícito con el coloradismo. Pasada la elección y tras un resultado que lo deja a las puertas de la extinción, el Partido Colorado abandona ya toda pretensión de escenario binario que, a la inversa de lo ocurrido antes, lo subsumiría al Partido Nacional. Sus posibilidades de renacimiento pasan por marcar presencia propia e identidad. Y así fue que Julio Ma. Sanguinetti sorprendió al país con un fenomenal viraje en su relacionamiento con Tabaré Vázquez: a una hora de cerrada la última urna y con el único dato de la proyección de escrutinio salió a los medios a reconocer el triunfo de Vázquez y la conformación de una nueva mayoría parlamentaria de izquierda (más importante el gesto cuando desde el nacionalismo hasta ese momento se comunicaba que se iba a esperar hasta el último dato de la Corte Electoral). El segundo paso sorpresivo fue su entrevista con el presidente electo, el tono de la misma, su disposición al diálogo y a la búsqueda de políticas de Estado, la propuesta de crear comisiones multipartidarias en busca de acuerdo. Si alguna duda quedaba sobre la línea global del coloradismo, quedó despejada tras la reunión de los dos presidentes, el que llega y el que se va (más allá de las sombras que sobre esa reunión generó el desprolijo manejo del presidente electo sobre el tema de la embajada en Washington). Esta actitud de los dos líderes colorados hizo fracasar los vaticinios de todos los analistas para quienes lo más probable era un Partido Nacional en gobernabilidad y un Partido Colorado en franca oposición.

El nacionalismo, en cambio, con serias dificultades de encontrar su papel, se ha posicionado en una línea de confrontación, signada por las formas y no por los contenidos. Ahora bien, Vázquez ha logrado una gran libertad en el juego de negociación por los entes autónomos, producto de la debilidad en que ha quedado Larrañaga. Ya no cuenta con la carta de dejar al gobierno en solitario, pues el acercamiento del coloradismo se lo impide. En el propio nacionalismo no hay unanimidad en la línea de confrontación y en su propio sector político hay, aunque en forma minoritaria, dirigentes poco proclives al camino de las cuchillas. Vázquez cuenta con el buen entendimiento con Sanguinetti y quizás con Batlle (si supera las desprolijidades del fin del año), la predisposición al diálogo de Gallinal, la fluidez interna del herrerismo. Está en las mejores condiciones para ponerse firme en el camino trazado o en los criterios manejados para acordar la participación en la administración autónoma. Siempre ocurre que en un juego de tres el que se aísla, pierde. Y esta vez se aisló innecesariamente el Partido Nacional. Pero además el juego de tres es de tres, cuando cada uno de los actores tiene consolidado su frente interno, si no, el juego ya no es de tres, sino de más. Hasta ahora el que más consolidado tiene su frente interno es la izquierda (entre otras cosas por la más elemental, que es contar con el gobierno) y posiblemente también el Partido Colorado (aunque hay que esperar los pasos siguientes de la 15). El que tiene más complicado el frente interno es el nacionalismo hasta que logre definir una ubicación precisa en la geografía política, especialmente en el eje gobierno-oposición.

En la postura colorada hay algo más que la necesidad de perfilarse y de recrearse. Sanguinetti siente que puede incidir más en el rumbo del gobierno a través del diálogo que de la confrontación. Incidir quizás no tanto para impulsar cosas sino para evitar cosas, una de las grandes obsesiones del líder colorado, la importancia del evitar. El nacionalismo, en cambio, tiene primero que definir qué es lo que realmente quiere en relación al gobierno, si incidir en la toma de decisiones, ya fuere en el impulso o en el evitar, o marginarse de la incidencia en el gobierno para apostar por el camino de la oposición lisa y llana, con miras a la confrontación del 2009.