23 Ene. 2005

Desafíos para el Partido Nacional

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El Partido Nacional ha renacido de lo que se creyó era un pozo profundo (porque todavía no se había visto la profundidad del pozo colorado, eso sí que es profundo), pero afronta varios desafíos al menos de tres tipos. Uno es investigar cuánto de ese 35% del país que lo votó es propio y cuánto es de prestado. Dos, cómo consolida su estructura interna, cómo se consolidan o recambian liderazgos. Y tres, cómo se posiciona en el escenario político, especialmente en relación al gobierno.

El Partido Nacional ha renacido de lo que se creyó era un pozo profundo (porque todavía no se había visto la profundidad del pozo colorado, eso sí que es profundo), pero afronta varios desafíos al menos de tres tipos. Uno es investigar cuánto de ese 35% del país que lo votó es propio y cuánto es de prestado. Dos, cómo consolida su estructura interna, cómo se consolidan o recambian liderazgos. Y tres, cómo se posiciona en el escenario político, especialmente en relación al gobierno.

El primer desafío no es menor. No hay dudas, y los primeros estudios así lo demuestran, que no hay un 35% del país identificado con lo blanco. Esto es menos, bastante menos ¿Cuánto? Merece afinarse. Pero también merece ahondar cuánto de ese electorado no blanco que acompañó al Partido Nacional lo hizo ocasionalmente, en la ola de un balotaje adelantado para evitar el triunfo de Tabaré Vázquez, y cuánto se acercó con buenas posibilidades de estacionarse allí. Desentrañar las razones profundas de por qué esos no blancos votaron a los blancos, resulta esencial para que el Partido Nacional retenga a esa gente, que no se acercó por apelaciones a Aparicio Saravia, sino pese a esas apelaciones. Y una vez identificados los no blancos, cuantificar a los blancos y de una buena parte de ellos desentrañar por qué en algún momento se alejaron del partido, porque el nacionalismo fue el 21% en 1999 y anduvo estabilizado en el entorno del 14% al 15% desde mediados de 2000 hasta casi fines de 2003.

El segundo desafío es fundamental. Jorge Larrañaga es un político exitoso en cuanto candidato, con un triple triunfo. Primero, ante el escepticismo de muchos analistas y de una mayoría de dirigentes partidarios de primera línea, se sostuvo como la segunda figura del partido (detrás de Lacalle), no cayó y apareció como el desafiante natural del líder histórico. Luego agrupó tras suyo a todos los oponentes a Lacalle, trajo al partido un caudal importante de blancos desilusionados y ganó la candidatura y la Presidencia del Honorable Directorio. Y en tercer lugar llevó a su partido a una votación excepcional, la segunda en importancia desde la restauración institucional. Pero viene la etapa del Larrañaga líder político, y esa etapa es una prueba extremadamente difícil. Porque la arquitectura blanca va camino a consolidarse en tres grandes pilares. Uno de ellos parece sólido, con buena representación parlamentaria, una gruesa cantidad de intendentes, el liderazgo indiscutido de Francisco Gallinal, sin fisuras a la vista y con incorporaciones en puerta. De esta corriente puede emerger el desafío más fuerte al liderazgo de Larrañaga. Un segundo pilar es el herrerismo, cuya fuerza dependerá de cómo resuelva la fluida situación interna, como dirima el juego de poder entre Lacalle, Heber y Chiruchi. El tercer pilar, el mayoritario, es el propio de Larrañaga, que no termina de fusionarse, donde tanto Abreu como Ramírez, Long y Lara mantienen su propia grupo, como estados libre asociados a Alianza Nacional.

El tercer desafío no es menor. El Partido Nacional creció con un discurso en gran medida superpuesto con el discurso frenteamplista. A lo largo de la campaña electoral no hubo diferencias sustantivas entre Vázquez y Larrañaga, que además coincidieron en el SI del Plebiscito del Agua. Vázquez ganó y contra lo esperado no hubo feeling entre ambos. De un papel de coincidencia nacional, gobernabilidad o hasta cogobierno que pudo avizorarse, se pasó a este momento en que Larrañaga aparece como el líder político más distante del futuro gobierno, o con menor sintonía, o con mayores dificultades de comunicación. Marcar distancia con un gobierno recién estrenado y con ocho de cada diez personas esperanzadas en el mismo, no es de buena estrategia. Y marcar distancias debe tener además fundamentos más sólidos que alguna palabra de más o alguna palabra de menos, o que el duro juego de la lucha por parcelas de poder, que son necesarias pero la gente las entiende poco. Pero para un partido cuya mayoría construyó un discurso poco diferenciado del discurso del futuro gobierno, la acción opositora exige necesariamente crear un nuevo discurso. En esencia al larrañaguismo le quedan dos caminos: o mantener el discurso sobrepuesto al de izquierda, lo que lo obliga a cierta colaboración con el gobierno, y luego distanciarse por la gestión o por los resultados; o elaborar un discurso diferente y alternativo. Pero esa opción debe ser hecha ahora, porque las señales deben aparecer en el momento mismo en que asuma la magistratura el presidente electo. Pero un discurso del larrañaguismo no necesariamente va a ser el discurso de todo el Partido Nacional, dado que en esencia tanto la Correntada Wilsonista como el Herrerismo tienen una visión de país claramente diferenciada de la izquierda, más fuertemente inclinados al libre mercado. Y más allá de las diferencias personales y de estilos políticos que dan razón a que sean dos grupos distintos, entre Correntada y el Herrerismo hay mayores coincidencias en la visión de país que las que cada uno de ellos tiene con el larrañaguismo. Si las coincidencias y distancias programáticas sirven para algo, es una amenaza no menor al liderazgo del actual presidente del Honorable Directorio.

Hay un cuarto desafío, episódico. El Partido Colorado ganó la iniciativa en la competencia entre los dos partidos históricos, lo hizo en la misma noche de la elección y al terminar el año pasado. El Partido Nacional necesita desnivelar no solo en tamaño, sino en la capacidad de retomar la iniciativa, de plantear la agenda opositora.