30 Ene. 2005

Desafíos para El Partido Colorado

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El Partido Colorado tiene el desafío formidable de no desaparecer, para lo cual necesita imperiosamente renacer, recrearse. Hay varios ciclos agotados por la fuerza política fundada por Fructuoso Rivera: los ciclos esencialmente colorados primero y los ciclos predominantemente batllistas después. Para renacer el Partido Colorado antes que nada debe hacer un profundo estudio que explique la caída.

El Partido Colorado tiene el desafío formidable de no desaparecer, para lo cual necesita imperiosamente renacer, recrearse. Hay varios ciclos agotados por la fuerza política fundada por Fructuoso Rivera: los ciclos esencialmente colorados primero y los ciclos predominantemente batllistas después. Para renacer el Partido Colorado antes que nada debe hacer un profundo estudio que explique la caída.

Conviene antes que nada ver los números recogidos en los últimos dos tercios de siglo, donde aparecen seis escalones: Primero casi en el 70% del total de votos en 1938. Segundo, cerca del 60% en 1942. Tercero, más o menos en el 50% en 1946, 1950 y 1954, y después de dos elecciones muy por debajo, de nuevo en 1966 (es decir 3 elecciones consecutivas, un paréntesis de 2 elecciones , y luego una única vez más, la última). Cuarto, en el entorno del 40% al 44%, en 1958 y 1962, y después del repunte de 1966, nuevamente 1971 y 1984. Quinto, tres veces consecutiva en el 30-32%: 1989, 1994 y 1999. Sexto, en el 10% ahora, en los pasados comicios de 2004. Estas cifras marcan un tobogán. La única excepción a la caída son los comicios de 1966; si se los toma como una excepción, como esa mejoría ocasional y milagrosa que tiene el enfermo, se verá que desde 1958 hasta 1984 su nivel normal fue del 40%. Y salvo esa rara mejoría ocasional, nunca logró trepar a un escalón superior; después de cada caída, se estabilizó en el escalón inferior, para luego volver a caer a otro más abajo.

Este fenómeno de caer en forma permanente y casi ininterrumpida por dos tercios de siglo lleva a una primera conclusión: las causas van más allá de una mala campaña electoral, una desafortunada elección de candidato, un líder o un par de líderes inadecuados o yerros puntuales en un gobierno. Todo ello influye. Nunca hay que descartar el efecto de la sumatoria de pequeñas falencias. Pero hay que buscar por algún lado causas más hondas y más profundas. Si los dos primeros escalones pueden considerarse artificiales, ya que fueron excepcionales, no registrados tampoco antes, tanto el escalón del 50% como el del 40% parecen lugares de estacionamiento natural de lo que ha sido a lo largo de casi siglo y medio la primera fuerza política del país. Entonces, hay que dedicarse al largo ejercicio de búsqueda, con serenidad de espíritu y honestidad intelectual (honestidad de cada quien consigo mismo) para desentrañar dónde empieza y cuáles son los componentes de esa creciente asintonía entre las grandes capas de ciudadanos y la dirigencia y militancia coloradas.

Sin que ese estudio se haya hecho en profundidad, hay algunas hipótesis de trabajo que vale la pena tirar sobre la mesa, al menos para despuntar la discusión. En primer término aparece una crisis de confianza, de credibilidad. Esto, que no solo es evidente sino que surge de estudios realizados, en verdad sirve de poco, porque lo único que hace es trasladar el problema, ya que viene la pregunta: ¿y cuáles son las causas de esa pérdida de credibilidad y de confianza? Entonces, hay que deshilachar algunas otras hipótesis. Una para empezar, que no tiene por qué ser la más importante. El país entero (casi todo) se hizo batllista, si por tal se entiende la adhesión a los postulados del segundo batllismo, de lo que en otras latitudes se llama socialdemocracia, que tiene como un rasgo distintivo el apego a un Estado fuerte y protector, valores fuertemente igualitaristas y como contrapartida lógica altamente refractarios a lo competitivo. Y mientras el país se hacía batllista (en tanto ideal), el batllismo (en tanto fuerza política) perdía la identificación con los ideales del batllismo. Puede no haber sido así, pero más o menos por ahí lo ve la gente, o al menos una cantidad considerable de gente.

Pero además el modelo batllista entró en crisis hace medio siglo, y el batllismo (fuerza política) comenzó a pagar los platos rotos por lo que se atribuía como fracaso de su modelo o de su forma de aplicación, o de su gestión. Pasa el tiempo, se olvida que aquél modelo entró en crisis a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, sobreviene la noche en materia de libertades, y circa 1980 los uruguayos devienen nostálgicos. Con la nostalgia de Maracaná viene la nostalgia del país ideal, que era el de aquel batllismo. Mientras, el batllismo fuerza política comienza a predicar con fuerza la necesidad de abandonar aquellos paradigmas, que el mundo es otro. Y los que combatieron el batllismo y la socialdemocracia, por capitalista, se adueñan del ideario batllista y de la visión socialdemócrata. El batllismo fuerza política abandonó el segundo batllismo porque una parte se hizo libremercadista, adherente del liberalismo económico reformulado (lo que algunos denominan con ese término vago e impreciso de neoliberalismo); la otra parte, la que durante más tiempo ha sido mayoritaria, entró en una prédica disociada: fuera del país defendió en cuanto foro pudo los ideales socialdemócratas, dentro del país asumió la tarea de predicar el verbo de la reforma socialdemócrata, de la aceptación de reglas de mercado, de hacer lo que habían hecho Felipe González en España o Tony Blair en el Reino Unido. Por aquí hay alguna pista para investigar.

Hay otras. Las formas de hacer política estuvieron muy ligadas a la concepción del Estado asistencial. Y esas formas sobrevivieron y hasta se potenciaron cuando el Estado ya no pudo ser más asistencial. La praxis quedó anacrónica, es decir, fuera de tiempo, y – ya sin función a cumplir – comenzó a ser condenada éticamente por la sociedad. Además, la no construcción de un modelo alternativo, el no haber reformulado la utopía, vació de convocatoria a este batllismo, pese a dos momentos estelares en que funcionó la convocatoria a la discusión del país, uno entre 1983 y 1984, y otro hacia 1994.