27 Feb. 2005

De oportunidades y riesgos

Oscar A. Bottinelli

El Observador

La transición llega a su fin, la segunda transición interpartidaria constitucional de características históricas. Si en 1959 había un mar de oportunidades y riesgos para el fin del secular predominio colorado y el advenimiento de una experiencia blanca, en 2005 hay otro mar de oportunidades y riesgos ante el fin del predominio de los partidos tradicionales y el advenimiento de una experiencia frenteamplista.

La transición llega a su fin, la segunda transición interpartidaria constitucional de características históricas. Si en 1959 había un mar de oportunidades y riesgos para el fin del secular predominio colorado y el advenimiento de una experiencia blanca, en 2005 hay otro mar de oportunidades y riesgos ante el fin del predominio de los partidos tradicionales y el advenimiento de una experiencia frenteamplista.

La gran oportunidad es asumir el gobierno con mayoría absoluta en ambas cámaras, lo cual le da la libertad para dentro de determinados límites aplicar sin trabas su programa y sus soluciones. Pero además cuenta con un formidable espacio de opinión pública, como que el 77% espera un gobierno bueno o muy bueno y solamente el 4% piensa que será malo. Pero por si fuera poco, el 66% cree que con el nuevo gobierno le va a ir bien y solo el 2% piensa que le puede ir peor; pero de ese 66%, casi todos (63%) no esperan soluciones mágicas y, por tanto, que les irá mejor de a poco; los que esperan magia gubernativa, que su situación personal y la del país mejoren de inmediato, son tan solo el 3% de los uruguayos adultos (datos de la Encuesta Nacional Factum del 19 y 20 de febrero corriente). Este gran espacio de opinión le permite al gobierno un largo periodo de gracia antes de exhibir resultados y la posibilidad de adoptar medidas impopulares en los primeros meses. Siempre que necesite esas medidas y que se anime a tomarlas, porque los presidentes con alta popularidad muchas veces se quedan en el regodeo de la popularidad, y ese mar de aplausos los paraliza (algo así le ocurrió al presidente Batlle). Y además tiene la gran oportunidad de que el país en su conjunto, los que lo votaron y los que no lo votaron, quieren señales de cambio, apuestan a cosas nuevas, claro que a la uruguaya, que no sean demasiados los cambios ni demasiadas nuevas las cosas, pero que no sigan siendo tal y como son ahora.

Otra gran oportunidad lo da la aparente sintonía inicial con los presidentes de Argentina y Brasil, países clave para Uruguay. Y por otro lado el haber obtenido un cierto entendimiento con casi todo el sistema político. Para aclarar. Primero, consenso programático de todo el sistema, los cuatro partidos, en educación, política exterior y política económica. Segundo, entendimiento nítido con el Partido Nacional, al punto que las relaciones izquierda-blancos y Vázquez-Larrañaga son las mejores desde las elecciones. Tercero, fuera de juego con la manos libres para una oposición fuerte el Partido Colorado, deliberadamente excluido del Codicen por el nuevo gobierno mediante un acto de ruptura de lo previamente acordado. En principio las señales que recibe el gobierno de este pateo de tablero son positivas: satisfacción en sus votantes, conformidad en la masa blanca, malhumor en el esmirriado electorado colorado (apenas un 10%); lo difícil siempre es hacer ver cómo más tarde se pagan desprolijidades que en principio se ven como positivas.

Los riesgos que tiene por delante el nuevo gobierno son muchos. La transición demostró la existencia de una primera larga etapa con muy pocos rechines y un alto virtuosismo, lo cual elevó las expectativas favorables sobre el nuevo gobierno, y una segunda fase complicada. A partir del 15 de febrero comenzaron a evidenciarse problemas. Por un lado hay dificultades (y niveles muy desparejos al interior del gobierno) en cuanto a la capacidad de manejar las sutilezas de la política desde la perspectiva de gobierno y de aterrizar ideas en planes. En el servicio exterior se evidenció la falta de ideas claras sobre la provisión de embajadas clave y una relativa falta de elenco propio, donde el nuevo oficialismo aportó pocos nombres frenteamplistas, y menos aún con trayectoria en el campo político o internacional; más aún, en algunas designaciones corre el riesgo de invertir el vector de la representación, el riesgo siempre presente en toda diplomacia de que un diplomático termine siendo más el abogado del país donde está acreditado que el del país al que representa. Aparecen riesgos de anuncio de decisiones que no terminan en tales o que obligan a contramarchas. Y aparecieron riesgos fuertes en relación a la comunicación oficial y la cobertura periodística, así como en cuanto a la neutralidad del Estado, o al fair play en el juego político y comunicacional, que a muchos les ha hecho correr un frío por la espalda, o quizás les ha representado un deja vue.

Hay un riesgo formidable de olvidarse que este gobierno representa al 50.5% de la sociedad uruguaya, lo que quiere decir que hay otro 49.5% que no le otorgó representación. Mitad para un lado y mitad para el otro. Los uruguayos no se volvieron de golpe todos izquierdistas frente a un puñado de nostálgicos de divisas perimidas. Hay muchas señales de que hay mucha gente en el gobierno que cree lo contrario y piensa que hay una marea izquierdista ante un puñado derechistas obsoletos. La tentación del pensamiento único, o del único pensamiento admisible, es un riesgo muy fuerte. Entre el 15 de febrero y el presente se han cometido suficientes errores como para que sirvan de advertencia.

Tabaré Vázquez asume el gobierno en un país con graves problemas estructurales en lo económico y en lo social, siempre sujeto al peligro de vendavales provenientes de los vecinos, con dificultades de inserción duradera del país en el campo comercial mundial. Pero asume también en medio de un crecimiento económico, que será breve o duradero, pero tiene el vehículo en movimiento y en aceleración. Y tiene el mejor escenario político y de opinión pública. Es sin duda un muy buen cuadro para que aproveche todas las oportunidades. Si hay un gobierno que tiene todo para ganar y poco para perder es éste, por estos próximos cinco años, en este primer periodo de izquierda.