03 Abr. 2005

El hombre que vino del Este

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Desde el punto de vista del análisis de la estructura del poder político en el mundo, el nombre de Juan Pablo II quedará asociado a la implosión del socialismo real y con ella, al fin del mundo bipolar tal cual emergió de la segunda guerra mundial. Puede considerarse curiosa la influencia de un Papa en tal desenlace, si se parte del hecho que la mayoría de la población del territorio soviético y su zona de influencia no era mayoritariamente católica. En ese derrumbe y la relación con él de la Iglesia Católica universal y de Juan Pablo II en particular hay que considerar un conjunto de hechos.

En primer término, sin duda, que el sistema soviético cae esencialmente por su propio peso, por padecer debilidades intrínsecas que le hacían difícil su sobrevivencia. Este diagnóstico, nítido hacia fines de los años ochenta del siglo pasado, no era tan claro una década antes. En cambio en ese momento sí era evidente la creciente debilidad de algunos territorios del socialismo real, particularmente el caso de Polonia. En la situación polaca se destacan cuatro elementos: Uno, un país hegemónicamente católico, donde la paciente labor del cardenal Wyszinsky había logrado un statu quo con el régimen comunista, que permitió a la Iglesia un cierto espacio de funcionamiento. Dos, una población sujeta por un lado a la influencia del poder del Estado y del Partido Obrero Unificado Polaco, y por otro a la influencia de la Iglesia y el clero; el POUP no logró nunca el monopolio ideológico en el mensaje a la población. Tres, el centro de poder estatal tuvo constantes quiebres en un proceso de sucesivas aperturas y cierres, tanto en lo político como en la estructuración económico-social. Y cuatro, apareció la posibilidad de una oposición política sustentada en el apoyo de bases obreras organizadas. En este cuadro, la aparición de un Papa polaco pasa a ser un elemento determinante en el ajedrez político universal. Aparece un referente para el pueblo polaco católico de innegable peso y con una voz insilenciable.

Los especialistas afirman que el Cardenal Wojtiwa no era considerado uno de los duros del clero polaco, sino por el contrario un hombre de fuerte diálogo con el poder. Sin embargo, varios estudiosos afirman que fue de los más convencidos en sostener la imposibilidad del régimen comunista de poder transformarse, de ser modificable, desde adentro o desde afuera. Desde este punto de vista, Wojtiwa pasó a ser el más formidable enemigo de ese socialismo real, en tanto la única alternativa que veía era su destrucción.

La disidencia polaca quedó simbolizada en el dirigente obrero Lech Walensa, de los astilleros de Gdansk (la ex Danzig). Y encontró en un Papa polaco, joven, con una meridiana claridad estratégica, la fuerza espiritual y la fuerza real para librar el formidable desafío de destronar el régimen comunista. Sin duda confluyeron además muchas otras cosas: la ya mencionada debilidad general del socialismo real; la debilidad específica en Polonia, en cuya población el marxismo leninismo nunca encarnó en forma dominante, ni siquiera mayoritaria; los formidables errores estratégicos y de diagnóstico de Mijail Gorbachov; la apuesta creciente de los Estados Unidos a partir del ascenso de Ronald Reagan. Pero el papel de Wojtiwa como estratega, impulsor y consejero por un lado, pero también de hombre puente y de diálogo con figuras como Gorbachov o Jaruslewsky fueron decisivos. Y en esto importa señalar una vez más un hecho no menor: quizás lo más importante no haya sido la oposición ideológica entre el catolicismo y el marxismo socialista, la actitud refractaria de Wojtiwa al socialismo real en general o al polaco en particular; lo más significativo parecer ser su convicción absoluta –que aparece relatada en al menos un par de conversaciones del Papa con pensadores y analistas– de que el sistema era imposible de ser reformado, que no había capacidad alguna de adaptar el socialismo real. Eso es lo que en términos políticos y militares se llama clarificar el objetivo estratégico, y quizás este haya sido uno de los aportes decisivos. Y es importante remarcar: no fue un acto de fanatismo, sino de serena reflexión, la convicción producto del profundo conocimiento del sistema.

Lo que varios cardenales vieron en su momento, con Wyszinsky a la cabeza (y visto también por muchos políticos y estrategas occidentales), fue que la caída de Polonia generaba tal debilidad en la zona de influencia soviética, que producía una sucesión ininterrumpida de crisis y con ello de caída de sistemas, uno tras otros, hasta el desplome de la propia Unión Soviética.

Por supuesto que este tema de análisis es uno de la multiplicidad de facetas del Papa, quizás el tema más ligado a los juegos de poder a nivel global. No es menor su palabra al día siguiente de la caída del Muro de Berlín, cuando arremete contra el capitalismo salvaje. Pero esto entra en otro terreno, el del análisis del juego de las ideas.